Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 14

Capítulo 14—Confesión de un corazón palpitante.

—¿Cómo fue tu infancia, solecito?

La verdad es que no me esperaba esa pregunta. Me costaba creer que a él le interesase saber algo de mí. Sin embargo, le respondí.

—Pues… podría decirse que normal— dije sin saber qué más decir.

Le escuché suspirar.

—Ya, pero ¿qué es normal?

Sonreí, porque su paciencia era poca. Casi nula.

—Cuidado con lo que preguntas, Trist. Que una vez abro la boca ya no puedo parar.

—Lo sé. Quiero escucharte.

Eso casi hizo que mi corazón dejase de palpitar.

Humedecí mis labios y tomé aire.

Era un domingo de noviembre por la noche. Trist y yo nos encontrábamos en el interior de la cafetería (la misma a donde lo llevé el día en que lo conocí). Minutos antes él se había presentado en mi casa con los ojos rojos y cristalinos, y supe que de nuevo estaba mal. No hice ninguna pregunta, solo tomé mis cosas y manejé a ese lugar.

Mi plan inicial era llevarlo al lago que a él tanto le gustaba, pero el frío estaba especialmente insoportable ese día, por lo que opté por llevarlo a un lugar calentito y con buena comida. No habíamos hablado hasta ese momento.  

Tomé un sorbo de mi chocolate caliente.

—Crecí en este pueblo como toda mi familia, nunca he salido de aquí y no sé si algún día lo haga. Hum… mis padres no estuvieron mucho con nosotras de pequeñas, pues ambos trabajaban, así que pasamos la mayor parte de nuestra infancia en casa de mis abuelos. Con ellos todo fue muy divertido; saliendo de la escuela, íbamos a su casa y pasábamos la tarde ahí. En verano nos llevaban a lagos para meternos en el agua, hacíamos picnics y jugábamos. En invierno, cuando mis padres tenían días libres, acampábamos a las afueras del pueblo. En realidad, mi infancia fue muy bonita, tenía a toda mi familia completa y todos siempre nos llevamos bien.

Terminé de hablar y él no dijo nada por un rato. Y yo, como siempre solía hacer, llené ese silencio con una pregunta.

—¿Cómo fue tu infancia?

La taza de café, que estaba a medio camino de sus labios, se detuvo junto con él. Trist no se movió por unos segundos, como si no se hubiese esperado esa pregunta. Dejó la taza sobre la mesa y pasó una mano por su cabello, apretando la mandíbula.

No lo conocía bien, aún había cosas que me quedaba por descubrir, pero en ese instante supe que la pregunta no le había gustado. No parecía enfadado o incómodo, sino… ¿triste? Noté que sus ojos se enrojecieron y él evitó mirarme a la cara.

Ese impulso que tenía de preguntar y cuestionar todo me asaltó, pero logré detener mi lengua antes de que pudiera hablar. Aprendí que no debía de presionarlo, sabía que él me diría todo a su tiempo.

—Fue…— se aclaró la garganta cuando su voz salió ronca—. Fue normal.

Alcé una ceja.

—¿Qué es normal?

Una pequeña sonrisa alzó las comisuras de su boca, y me sentí muy feliz de haberle hecho sonreír cuando sabía que no se sentía bien.

Lo repito: en ese entonces yo habría hecho lo que fuera para sacarle una sonrisa. Sin embargo, las cosas cambian… el vacío te amarga, la soledad se convierte en una maldición, y aquello que antes te hacía reír se convierte en la razón de tu dolor.

—Fue muy linda, solecito. Mis padres siempre fueron buenos conmigo y con mi hermano, pasaban mucho tiempo con nosotros.

Fruncí el ceño.

—¿Tienes un hermano?

Sonrió, pero no era un gesto de felicidad.

—Sí— aclara nuevamente su garganta.

—¿Dónde está? —inquiero curiosa.

Su mirada se quedó fija en la taza, y lucía tan vulnerable que lo único que quería era abrazarlo fuertemente.

—Con mis padres— dijo finalmente—, fuera de la ciudad.

No dijo nada más y yo tampoco pregunté. Supe que era uno de esos momento en los que debía mantenerme callada. Bebí de mi chocolate y su dulce y delicios sabor me hizo cerrar los ojos y sonreír. Estaba muy rico, pero definitivamente el chocolate caliente que hacía Trist era mucho mejor.

—Tengo una pregunta— dije antes de morder la dona de chocolate que había pedido.

Alzó una ceja.

—¿Debería de huir?

Reí y negué.

—No. Ya no soy tan curiosa.

—Metiche te queda mejor.

Rodé los ojos.

—No soy metiche, ya te he dicho que soy…

—Curiosa. Sí, sí, ya lo has dicho antes— se encogió de hombros—. Pero metiche es un término mejor.

—Ser curiosa no me hace metiche— fruncí el ceño.

—Sí lo hace— respondió con una sonrisa de lado al notar que me estaba empezando a molestar.

—Claro que…




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