Cuando las Estrellas Dejen de Brillar

Capítulo 16

Capítulo 16—Un lugar lleno de recuerdos.

Decir que estaba nerviosa era poco.

Claro, mis nervios no solo se debían a que estaba visitando a la abuela de Trist, sino que también a la cercanía del aludido. Sí, él me ponía muy nerviosa, algo que jamás, ningún chico, había logrado en mí. Me sentía sorprendida y aterrada.

Tomé aire profundamente cuando su mano se colocó en mi espalda baja para dirigir el camino a la entrada, a pesar de que yo era bastante capaz de llegar a la puerta por mí misma, pero tampoco me molestaba nada.

Por fuera la casa era pequeña, pero muy bonita y cuidada. Era de color blanco, con un jardín delantero rodeado de flores y con un pasto verde que resaltaba de los colores grises del cielo. Nos detuvimos frente a una puerta de madera y Trist la abrió sin antes tocar. Él se hizo a un lado para que yo entrara primero, lo cual hice. Cerró la puerta detrás de si y escuché el sonido de su abrigo siendo removido de su cuerpo, pero yo estaba demasiado ocupada mirando la casa.

Mi rostro frío agradeció el cambio de temperatura al entrar, y podía sentir la calidez de la pequeña casa envolver mi cuerpo. El lugar olía a canela y comida casera, y al escuchar ruidos en la cocina supuse que su abuela se encontraba cocinando. El recibidor estaba decorado por unas fotos enmarcadas colgadas de las paredes y un perchero, donde Trist colgó su abrigo y el mío después de que me ayudara a quitármelo. Al caminar en dirección a la sala, me di cuenta de que todo el espacio estaba decorado con muchas fotografías y flores en jarrones colocados sobre mesitas. Una chimenea, un sofá viejo y una televisión era lo que llenaba el espacio la minúscula sala. Al fondo estaba pasillo, al que supuse llevaban a las habitaciones y a un costado una puerta que, a lo que parecía, llevaba a la cocina.

Mi mirada curiosa se desplegó por todo el lugar, recorriendo cada rincón de él. Mis ojos se detuvieron en las fotografías; en una de ellas aparecía una señora mayor con una mujer bastante bonita, de cabello negro, ojos azules y sonrisa alegre. Ambas lucían sumamente felices. En la siguiente fotografía estaba la misma señora, pero junto a ella estaban otras cuatro personas: un hombre atractivo de cabello café claro, la misma mujer de antes, un pequeño niño pelinegro y… Trist. Era él, pero tal vez a la edad de trece años, solo que ahí, en ese momento capturado, parecía feliz. Una sonrisa brillante adornaba su joven rostro, y me sorprendí de la expresión en su rostro. Ese no era el Trist que yo conocía; ese niño tenía una expresión de felicidad que nunca le había visto esbozar desde que lo conocí.

Me pregunté de nuevo qué había pasado como para que toda esa felicidad que parecía sentir en ese momento se hubiese esfumado. El pecho se me contrajo ante todos los pensamientos pesimistas que me asaltaron. Tragué saliva antes de retirar la vista. Una sensación de inquietud se asentó en mi estómago. Cuando giré la cabeza para mirar a Trist, él estaba observando las fotografías con tristeza profunda. En ese momento supe que algo grave había pasado. Incluso, para ese entonces yo ya sospechaba lo que había pasado, pero no quería aceptarlo. Me negaba a hacerlo, porque entonces me daría cuenta de que las cosas estaban más jodidas de lo que parecía, y no estaba lista para salir al mundo real; al mundo injusto, cruel y jodido de allá fuera. No estaba segura de que pudiera soportarlo.

Antes de que pudiésemos decir algo, una señora de avanzada edad salió de la puerta de la cocina. No tardó ni un segundo en dar conmigo. Una grande y feliz sonrisa se extendió en su rostro, lo cual hizo que yo le devolviera el gesto.

—Ya era hora, jovencito— expresó con voz molesta antes de caminar en mi dirección y, sin aviso previo, envolverme en un abrazo.

No miento cuando digo que ese abrazo fue de los mejores que alguna vez me dieron. Ella me apretó con fuerza y emoción, exclamando que estaba feliz de por fin conocerme. Le devolví el abrazo con la misma emoción sonriendo.  Trist solo negó con la cabeza con una pequeña sonrisa, pero la tristeza seguía empañando el color de sus ojos. Quise saber qué era lo que le pasaba para poder ayudarlo, pues era realmente frustrante mirar a alguien sufrir sin poder hacer nada para remediarlo.

La señora se alejó de mí y me sonrió.

—Soy Amelia, un gusto en conocerte, cariño.

—Soy Allegra, el gusto es mío— le sonreí.

Ella asintió antes de darse la vuelta y saludar con otro brazo a Trist, quien rodó los ojos divertido y le devolvió el gesto.

—Ahora, ¿me podrías decir por qué no me habías visitado, niño? —inquirió con el ceño fruncido después de soltarlo.

Una expresión de culpabilidad se dibujó en el rostro de Trist.

—Estaba ocupado, abuela.

—Sí, sí, sí, la misma excusa— reí bajo ante su tono molesto—. No te regaño porque vienes con tu linda novia, si no…

—Eh… no es mi novia— le interrumpió Trist con las mejillas rosas.

Su abuela se dio la vuelta para mirarme con sorpresa y un deje de decepción, mientras que yo estaba avergonzada y un tanto divertida.

—¿No eres su novia?

—No, señora.

—Dime Amelia, cariño— frunció los labios antes de volverse a Trist—. ¿Por qué no es tu novia?




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