Maggie.
—Quiero saber donde estabas, sólo dímelo, por favor— preguntó mi mamá.
—Me ha pasado lo mismo— bufé— si llega a mí de nuevo, te lo contaré.
—¿Cuánto tiempo?
—No lo sé, estaba en esa cafetería de siempre y luego, luego— suspiré— no lo sé.
—¿Quieres una?
—Sabes que no me caen bien.
—Maggie, hemos hablado de ésto...
—Mamá, unas simples pastillas que recetó aquel doctor Shrendel…
—Nienshell —corrigió.
—Como sea que se llame, ¡sus pastillas no sirven! ¡él no sabe que es lo que hace!
—Pero..
—Mamá, ambas hemos visto que no funcionan— traté de tranquilizarla— no puedes permitir que un don nadie "graduado" en psicología te guíe.
—Pero los psicólogos..
—Sí, los psicológos guían mentalmente pero ¿qué tipo de psicólogo dice a su paciente que el chocolate caliente es muy dañino, tanto hasta el punto que puede matarte?
—No más pastillas— se rindió.
—Y no más doctor Freshelt.
—Nienshell.
—No vas a tener que recordarme más su nombre, desde ahora.
Me levanté de sillón y paseé por la sala, me detuve al ver el gran ventanal con miles luces de autos conduciendo por la carretera.
Se veía muy hermoso, me fui acercando cada vez más, para verlo mejor.
No me importaba nada más, quería verlo de cerca se veía como miles de estrellas iluminando la noche.
Mi frente chocó contra el vidrio de la ventana y la sobé cuidadosamente.
El chico con decisiones suicidas en aquel edificio.
Blake.
Cuando me evitó, apartó y me pidió que desapareciera.
Cuando sentí las ganas de ayudarlo.
Aún las sentía, sólo esperaba que las tuviese para mañana también.
—Maggie ¿estás bien?
—Si, mamá, ya vuelvo— subí las escaleras hasta llegar a mi habitación y busqué mi cuaderno.
•Razones por las cuales tengo que tratar de recordar•:
1). Porque él necesita ayuda, y yo dársela.