Cuando los camaleones sueñan

Capítulo 8

Volvimos a Madrid en el coche de Pedro. Mi hermana nos dijo que necesitaba un rato de reflexión para decidir qué hacer, así que fuimos casi todo el viaje en silencio. Ya llegando nos informó.

–Voy a pasar la noche en un hotel y mañana hablaré tranquilamente con Juanma. La otra opción parece ser que es estar huyendo el resto de mi vida y, la verdad, no sé si estoy dispuesta a ello.

–No hace falta que vayas a un hotel. Puedes quedarte con nosotros.

–Te lo agradezco mucho, Pedro, pero…

–Tal vez no sea el lugar más seguro.

–No, no es eso. Bueno… puede que mi compañía no sea la más segura en este momento para vosotros. No lo sé. De todas formas, me apetece estar sola. Pero muchas gracias, en serio.

–¿Estás segura de que quieres confesárselo todo a Juanma? –intervine, procurando que mi tono no pareciera ansioso, que era como de hecho me sentía tras oír su plan–. Hace un rato… te asustaba la idea de volver a verlo.

–No. La verdad es que ahora mismo se me pasan mil ideas diferentes por la cabeza. Espero poder ver las cosas con más claridad mañana.

–Oye, por cierto, tenía una duda que quería resolver esta tarde y al final no lo he hecho. Me explicasteis el misterio de la libretita, pero ¿qué hay de esa insistencia en coger trenes? Ayer también estaba empecinada Aurora en que subiéramos a uno.

–Es por el movimiento. El desplazamiento continuo hace difícil que puedan leerte, salvo que vayan en el vagón contigo.

–Interesante –dijo Pedro–. Aunque ni siquiera eso ha impedido que yo te oyera –terminó, guiñándome un ojo.

 

Cuando hubimos dejado a Sara en un hotel, tras haberle vuelto a insistir Pedro en que no había ningún problema si quería quedarse en su casa, y yo en que me llamara temprano por la mañana, él propuso cenar lasaña. Así que, mientras Pedro la hacía, yo preparé una ensalada. Se nos notaban los movimientos lentos a los dos, habiendo dormido tan poco la noche anterior.

–Entonces ¿no vas a dejarme que te llame Sofi? –me preguntó mientras yo echaba el aliño.

–Nadie me ha llamado así nunca.

–¿En serio?

–En serio. Mi nombre ya es bastante corto de por sí.

–Bueno, sí, pero… Sofi suena… entrañable.

–En ese caso, puedes llamármelo. –Eran agradables estos intervalos de conversaciones livianas.

–Sabes que puedes quedarte aquí el tiempo que quieras –dijo en un tono más solemne.

–Supongo que esto quiere decir que sabes que me preocupa haberme quedado sin trabajo.

–Espero que no te enfades –dijo, poniendo cara angelical.

–Claro que no. ¿Cómo voy a enfadarme si me estás ofreciendo tu casa? –La removí con dos tenedores y saqué un mantel para ir poniendo la mesa mientras esperábamos a que terminase el horno–. ¿Sabes? En otro momento analizaría más el bien, el mal, lo apropiado, lo inapropiado y, seguramente, tendría que acabar rechazando tu amable y generosa oferta; pero ahora todo es tan rematadamente raro que me temo que voy a decir que sí. A ver, no me entiendas mal. No quiero decir que esté mal aquí y vaya a aguantar por las circunstancias.

–Lo sé. Lo entiendo. No te preocupes.

–Ah, claro, porque lees mi mente.

Él se rio.

–No es por eso. Te entiendo porque yo estoy viviendo lo mismo que tú. Este mundo loco en el que de repente nos hemos visto inmersos. Y me siento afortunado de que estés aquí y podamos enfrentarnos a esto juntos.

Nos fuimos enseguida a la cama después de cenar. Estábamos muertos.

Deseé con todas mis fuerzas que no ocurriera nada aquella noche, ni tuviéramos sueños reveladores. De verdad necesitaba el descanso. Y, afortunadamente, mi deseo se cumplió. A pesar de todo lo que me preocupaba, cuando sonó el despertador me levanté sintiéndome mejor; al menos, físicamente.

Lo primero que hice fue comprobar si había llamado Sara. Aún no. Pero era temprano, así que decidí darle un margen de tiempo antes de llamarla yo.

Abrí la puerta de mi cuarto y vi que las persianas del salón estaban subidas. Venía un agradable olor a café de la cocina.

–Buenos días –saludé.



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En el texto hay: intriga, romance, poderes sobrenaturales

Editado: 16.01.2020

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