Cuando me dices te quiero

2

Había sido una mañana calurosa del mes de noviembre cuando le habló por primera vez. Él necesitaba un libro de la biblioteca, libro que ya no estaba y que se vio obligado a solicitar a la bonita rubia que leía tras un escritorio.

 

La había visto antes, por supuesto que lo había hecho, pero de lejos, así que no le fue indistinto lo bien que lucía a corta distancia ni el suave aroma a cacao que desprendía. Sin embargo, ella estaba tan enfrascada en su lectura que ni siquiera lo notó y estuvo aproximadamente cinco minutos intentando llamar su atención mientras se deleitaba con los preciosos labios pequeños, le gustaba que el inferior fuese más ancho, perfecto para mordisquearlo; se humedeció los labios al imaginarlo. Recorrió con la mirada la dermis rosásea, tan suave a la vista que le tentaba acariciarla para comprobarlo; y las pestañas largas que ocultaban molestas esos ojos que, él sabía, eran verdes. Tamborileó los dedos sobre el escritorio para que lo mirara, mas no recibía reacción, hasta que se aburrió. Le gustaba mirarla pero tenía cosas que hacer.

 

—¿Haces algo aquí o no?

 

La chica se sobresaltó, pudo notarlo. Lo observó con esos grandes ojos verdes y se dejó llevar por el adorable color en sus mejillas.

 

—Y-yo... —tartamudeó, Ezra sonrío con burla hasta que ella, rápidamente, se recompuso—, lo siento, ¿qué buscas?

 

—Un libro de historia de la música latinoamericana de... no recuerdo el autor, pero se supone que debe estar acá.

 

—Bien, no puedo hacer mucho con esos datos, ¿buscaste en la sección de música? —cuestionó la rubia, paciente y amable—, o tal vez la encuentres en la de historia, a veces los mezclan.

 

—¿Crees que si no hubiese buscado te estaría preguntando? No está, genia, si dejaras de leer estupideces en tu hora laboral, lo sabrías.


La chica frunció el ceño, lucía adorable.

—Primero, no tienes porqué ser un idiota desagradable. Segundo, si no está es porque se lo llevaron, ¿o no pudiste deducir eso con la única neurona que te queda viva, genio?

 

—Espera... ¿qué me dijiste?

 

—Lo que escuchaste, además de ser muy mal educado, interrumpiste mi lectura en la mejor parte.

 

Ezra, molesto por la ineficacia de la muchacha, observó la portada oscura y volvió a sonreír con burla.

 

50 sombras de Grey —leyó en voz alta—. ¿De verdad eso tiene partes buenas? Digo, aparte del sexo.

 

—Entonces eres de los cerdos que no ven más allá del sexo —afirmó la rubia buscando el maldito libro de música en los registros para que ese chico la dejara en paz—. Y no, no hay mucho que rescatar, aunque la trama es interesante.

 

—¿Qué puede tener de interesante un idiota traumado que necesita golpear a una chica cuando la folla para saberse en control?

 

—La forma en la que se enamora de ella, probablemente no lo entenderías.

 

—Porque son boberías, princesa —bufó despectivo, ella se encogió de hombros restándole importancia.

 

—Todos caemos por un buen romance, pero como ya evidenciaste antes, de seguro sólo piensas en sexo, o en "follar", como le dices tú.

 

—¿Y tú qué sabes sobre mí? No me conoces —ya comenzaba a enfadarse, odiaba que lo juzgaran sin conocerlo. Siempre lo hacían.

 

—No necesito conocerte, tu aspecto grita inconformidad. De seguro eres el típico chiquillo con aires de malo porque está resentido con la vida, utilizas el sexo para desahogar tus frustraciones y el alcohol cada fin de semana para aparentar algo que no eres. Demasiado típico.

 

Él no pudo evitarlo más, sus carcajadas resonaron en toda la biblioteca y no porque le causara gracia precisamente, sino porque esa chica que no se quedaba callada con nada que le dijera, no podía estar más lejos de la realidad. Valery, molesta, le exigió que bajara la voz ante las miradas de los chicos que vagaban por ahí o estudiaban. No obstante, cuando la risa se silenció, la sombra de una sonrisa aún decoraba el rostro del muchacho.

 

—Tú, princesa, estás leyendo mucha ficción —suspiró—. Ha sido un momento de lo más agradable —habló con sarcasmo—, pero tengo cosas más importantes que hacer. ¿Tienes mi libro o no?

 

—¿Es el de Isabelle Leymarie? —cuestionó ella mirando la pantalla.

 

—Sí, ese.

 

—Pues no está, deben devolverlo en dos semanas.

 

—¡Pero yo lo necesito ahora!

 

—No es mi problema —sentenció Valery, y continuó con su lectura.

 

Ezra salió despotricando maldiciones a diestra y sieniestra, mientras Valery, sonriendo, lo miraba alejarse. Ella no solía ser descortés con la gente, pero a él lo conocía, o bueno, Gastón lo conocía, y su novio no se había guardado nada a la hora de hablar pestes de ese muchacho, sin embargo a ella no le pareció tan mal, o bueno, no terroríficamente mal.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.