Diego entró en la habitación blanca que expedía ese olor a limpio y desinfectado al que ya estaba tan acostumbrado, la vio con una enorme sonrisa de cara a la pequeña tableta que él le había regalado. Estaba pálida y demacrada, pero aun así se veía hermosa.
Admiraba en profundidad la fortaleza de su alma y la grandeza de su espíritu, pues a pesar de las dificultades y del inminente y poco alentador futuro que tenía, ella siempre sonreía. Diego no podía hacerlo, el hecho de pensar que pronto estaría solo en el mundo hacía que el corazón le pesara y se le llenaran los ojos de lágrimas, casi siempre debía hacer un esfuerzo sobre humano para contenerlas, para no llorar delante de ella. Hubiera dado todo por ser él quien debía atravesar todo aquello y no su princesita. Y aunque lo que menos quería era que ella se sintiera mal por su culpa, ya que se suponía que debía ser fuerte, no podía evitar sentirse tan mal de verla así, tan impotente.
Silvia llevaba tres años sufriendo y, últimamente pasaba más tiempo postrada en esa cama que lo que cualquier chico de su edad merecía. A solo unos años de haber logrado estabilizarse luego de la muerte de sus padres, la enfermedad fue detectada y volvieron al punto de partida. Su hermana tenía que atravesar una y otra vez por pinchazos dolorosos y estudios complicados, mientras él no podía evitar sentirse egoísta al no poder dejar de pensar que pronto se quedaría solo, completamente solo. Eso lo hacía sentir culpable, por pensar en él cuando debería preocuparse por ella, por no haber podido hacer nada al respecto cuando era quien le había prometido que todo estaría bien, por no ser él quien corriera con esa suerte.
La miró una vez más y se tragó todos sus pensamientos para pintar en su rostro una sonrisa de «aquí no pasa nada» y se acercó a ella.
—¿Qué haces? —Le preguntó—. ¿Lees?
—No, reviso las actualizaciones en las redes sociales de Tiziana —comentó ella sin siquiera levantar la vista.
—O sea que estas stalkeando a alguien —bromeó Diego y su hermana negó y giró los ojos. Al final, se encogió de hombros y sonrió.
—Bueno, puede ser, si lo miras de esa forma —aceptó.
—¿Quién es esa chica? ¿Una amiga tuya? —preguntó Diego, el nombre le sonaba, pero no recordaba de dónde.
—¡Qué va! ¡Ojalá lo fuera! ¿Es en serio? —inquirió la muchacha y Diego la observó con curiosidad al tiempo que asentía con la cabeza—. Es mi cantante favorita, Diego, te hablo de ella todo el tiempo —añadió un poco molesta. Diego se encogió de hombros—. Ser amiga de ella es el sueño de todas las chicas de mi edad, pero yo me conformaría con que me siguiera en Twitter.
—Bueno, perdón por no recordarla —se excusó el muchacho—. ¿Y se lo has pedido? —le preguntó, su hermana lo miró como si hubiera dicho una tontería.
—Claro, y me ha dicho que no —respondió ella con ironía.
—¿En serio? Entonces ni vale la pena —dijo él sin entenderla. Silvia se echó a reír.
—Ella es una cantante Diego, es famosa... Puedo pedirle un millón de veces que me siga, pero lo más probable es que no me leerá nunca, y aun si lo hiciera, tampoco me seguiría, Todo el mundo se lo pide —añadió con poca paciencia, como si fuera algo obvio que por algún motivo su hermano no lograba comprender.
—Ah, bien, no sabía que era famosa, no la conozco. Perdón, perdón —respondió él levantando los brazos en señal de rendición. Entonces, se acercó a su hermana para mirar la pantalla del aparato—. Háblame de ella —pidió sabiendo que así la suavizaría.
—Bueno, pero esta vez guárdate la información en la memoria —pidió Silvia y Diego colocó la mano en el pecho como si se lo prometiera—. Pues… Es cantante, tiene veinticuatro años, no sé qué más te puedo contar —añadió pensativa.
—¿No que era tu ídola? —inquirió él con tono burlón.
—Bueno, pues me gusta mucho su voz, su música. Siempre da mensajes positivos y alegres, hace que la vida parezca sencilla —dijo con ilusión en la voz—. Y yo vivo pendiente de ella, de lo que publica en sus redes sociales, de lo que dice, de las fotos que sube, de todo eso —añadió con melancolía, Diego asumió que su hermana anhelaba esa vida tan llena de esperanzas que parecía tener aquella mujer—. Su mejor amiga se llama Fiorella y su novio se llama Javier. Tiene un hermano mayor y dos sobrinos —agregó.
Diego la escuchó contarle sobre sus mascotas favoritas, los gustos culinarios, su fecha de cumpleaños y sus inicios en el mundo de la música y trató de guardar toda la información posible, ya que sabía que para su hermana era importante. Pero, sobre todo, disfrutó de oírla y verla hablar como si fuera una adolescente normal que se encapricha con un artista.
—¡Oh! Veo que sabes bastante de su vida —dijo cuando ella acabó.
—Sí, bueno eso todas lo sabemos. Me gusta mirar las fotos de las chicas que la conocieron por algún golpe de suerte y las envidio. Quisiera conocerla y abrazarla, decirle lo mucho que significa para mí —añadió con una mirada soñadora.
—¿Por qué quieres abrazar a una desconocida? —le preguntó Diego con curiosidad, como si aquello le pareciera realmente extraño—. Sobre todo, cuando puedes abrazarme a mí —añadió abriendo los brazos. Silvia sonrió.
—Me encantan tus abrazos, pero ella... no sé. Puede que te parezca tonto, pero siento que la quiero. Quizá representa lo que quisiera ser en la vida y que nunca seré, o quizá representa los sueños que tengo y que sé que no se cumplirán… Solo sé que, aunque ella no sepa que yo existo, me ha ayudado con sus canciones y su música, ha sido parte fundamental en mi vida y me gustaría que un día lo supiera —dijo encogiéndose de hombros—. Ya lo sé, crees que soy una tonta.
—¡Ey! No me gusta escucharte hablar así, Silvia. No eres ninguna tonta y los sentimientos que tienes son muy bonitos. Yo también admiraba a algunos artistas cuando tenía tu edad, y soñaba con conocerlos o hablar con ellos —dijo para darle ánimos—. Pero tú tienes la voz más hermosa que he escuchado en este mundo, y si tu sueño es ser una cantante famosa, estoy seguro de que lo vas a lograr. Ya vas a ver que pronto todo esto solo será una pesadilla del pasado. Vas a poder volver a la escuela y a las clases de música, y quién sabe si dentro de unos años no eres más famosa que esa chica, Teresa, y hasta la invitas a cantar contigo para ayudarla a tener más popularidad —bromeó.