Desperté de mi sueño luego de que el sonido de la alarma terminara por abrumarme e irritarme después de que sonara varias veces. Hice a un lado la sábana que cubría mis piernas y luego coloqué mis pies sobre el frío piso para después impulsarme hacia arriba y levantarme.
Tomé una ducha corta y me cambié colocándome mi ropa más presentable. Me paré frente el espejo de mi habitación y miré mi reflejo en el espejo. Mi piel era bastante pálida, tanto así para considerarse enfermiza; el cabello azabache me llegaba un poco más abajo de los hombros, mi ojos eran grises, casi negros, debajo de ellos tenía grandes ojeras en tonos morados y negros; era bastante alta, estaba entre unos 1.68 y 1.70 cm de altura, no era muy curvilínea pero no era algo de lo que me acomplejara mucho, tenía el busto y trasero suficientes como para sentirme satisfecha con mi cuerpo. Era el tipo de persona que considerabas que es bastante normal, por supuesto, exceptuando mi enfermiza piel y el que fuera una “rarita”.
Cuando estaba en secundaria, recordaba haber tenido un novio de mierda con el que había perdido mi “virginidad” y que no mucho después terminó conmigo, para que después de dos días me humillara frente a toda mi clase burlándose de mis “episodios psicóticos”.
Sí, suelo tener episodios psicóticos en algunas ocasiones poco oportunas, por esa misma razón solía ser acosada.
Después de viajar por mi caótica mente y recordar cosas desagradables, salí de mi habitación y fui a la cocina donde mi madre preparaba el desayuno.
Me acerqué a donde se encontraba mi madre y la saludé.
—Hola, madre —besé su mejilla.
—Buenos días, cariño.
Me alejé de ella y me senté en una silla al lado de la mesa.
—¿Cómo te sientes, mamá?
—Me siento bien, no tienes nada de qué preocuparte —dijo.
—¿Estás segura? Anoche no dejaste de vomitar sino hasta que te dormiste —comenté, insegura—, ¿debería comprarte unos pastillas luego de visitar a papá?
Mi padre había muerto cuando yo tenía nueve años, habían encontrado su cuerpo inerte lleno de múltiples heridas. Su sangre había sido succionada y algunas partes de su cuerpo estaban desgarradas. Lo peor de todo el caso es que yo estaba a su lado cubierta de sangre y desmayada, y yo ni siquiera recordaba nada de lo sucedido.
—Ya te dije que no es nada, deja de ser tan molesta —dijo ella, con brusquedad y antipatía.
Suspiré y negué con la cabeza.
—No sé por qué te pregunto si sé que responderás así.
Fijé mis ojos en el plato de panqueques que mi madre había dejado frente a mí. Tomé el tenedor y comí uno de un solo bocado.
Minutos después encendí mi teléfono y no tardé en darme cuenta de que se me hacía muy tarde. Era mi primer día en la preparatoria, por lo que no quería llegar tarde a clases.
Me despedí de mi madre después de recoger mis cosas. Salí de mi casa y subí apresuradamente al autobús que pasaba por allí. Cuando se detuvo frente a la preparatoria, le entregué el dinero y bajé.
En cuanto entré noté que no había nadie a mi alrededor.
Ah… si llegué bastante tarde.
Cuando recordé la clase a la que tenía que ir comencé a correr para llegar lo más rápido posible. Desgraciadamente me vi interrumpida con la desagradable presencia de Blake —mi antigua pareja—.
—Pero miren quién tenemos aquí… —se burló, acercándose hacia mí hasta acorralarme contra la pared. Acercó su boca a mi oído izquierdo y susurró: —. Ha pasado un tiempo, ¿no es así, “rarita”?
Ah, mierda, ¿por qué tenía que encontrármelo aquí?