Don Piter nos dió paso a la parte interior de La casa, pero viendo el terror que el perro nos causaba llamó a alguien para que lo amarrara mientras estábamos nosotros allí.
Cuando entramos a la casa nos encontramos con una amplia sala, muy linda pero distaba mucho de ser ostentosa, era más austera, solo los sofás que creo eran de dos juegos distintos, sin cuadros en las paredes, ni adornos. Al menos yo pensé que así sería.
Cuando estaba en medio de mi exploración visual escuché venir a la famosa Leticia. Peeeeeeero no venía sola, tras ella venía un muchacho muy parecido a ella y de la misma estatura, y con sobrepeso, tendría quizá la edad de Gracie, lo que me llevaba a pensar que era el menor de los hijos de ella.
—¡Bienvenidos! Me alegra que estén con nosotros. Les presento a Francisco, mi hijo menor, pero le decimos Frank de cariño —. Presentó al joven, a lo que este solo hizo un gesto con la mano.
—Hola muchacho, me da gusto verte de nuevo —¿mi papá ya lo conocía? —Ellas son mis hijas, Magaly y Graciela —.
—Mmm… — fue lo único que escuchamos de él. Total a mí tampoco me agradó el chico con complejo de vaca.
—Hola Frank, soy Graciela y tengo quince años, ¿tu cuantos tienes? — habló mi hermana intentando ser cordial. Pero solo obtuvo un gesto de asco del tarado ese.
—Yo soy Magaly, un placer conocerte «Pancho» —y por Dios que disfruté la cara de endemoniado que puso.
—Me llamo Frank, no «Pancho» —vociferó el idiota dejando a todos serios, excepto a mí que dibujé en mi cara una sonrisa de «te jodiste».
—Perdóname, pero en la «ciudad» les decimos Pancho o Chico a los que se llaman Francisco, pero cómo lo vas a saber si nunca has ido allí —saqué mi veneno aprovechando al señor que antes había hecho mofa del lugar de donde veníamos.
—A mi que me importan como dicen en tu pueblo, a mi me llamas Frank o te vas a arrepentir — gritó más de lo que debía porque su abuelo le dió un zape, que seguro le dejó en blanco el cerebro.
—¿Qué son esas formas de responder? Vas a estar castigado hasta el inicio de clases por grosero —dictaminó don Piter.
A todo esto yo ya había recibido con disimulo tremendo pellizco de parte de mi papá. Pero no podía dejar pasar que nos vieran o trataran de forma despectiva, al menos sin estar enteradas del porqué.
—Pide disculpas —ordenó mi papá muy serio.
—¿Yo? Pero no dije nada malo, así se le dice a quienes se llaman como él —fingí inocencia en mi respuesta.
—Solo hazlo —sentenció.
—Me disculpo si te molestó lo que dije, pero no retiro lo que dije —y me reí sin poder evitarlo, porque su gesto triunfal cambió a uno de furor en segundos.
Creí que me iban a regañar, pero don Piter estaba muerto de risa también, lo que no dejó pauta a mi padre a replicar.
—Eres muy ingeniosa muchacha —decía entre carcajadas.
—¡Abueeeee! No te rías —zapateaba el gordito.
La puerta fue abierta de sopetón y entraron otros dos chicos muy parecidos a Frank, con balón en mano. Quienes al vernos cambiaron la charla risueña que traían por una seriedad que daba miedo.
—Buenas tardes —dijeron ambos y subieron a la segunda planta de la casa.
—Esos son mis hijos mayores, no tardarán en acompañarnos —dijo Leticia tratando de restar importancia a la mala actitud de sus vástagos.
Y es que no me pasó desapercibida la reacción que tuvieron expresamente al ver a mi señor padre, ojalá me equivoque en mis sospechas.
Después del mal rato con «Pancho» apareció en escena una señora de rasgos garífunas, y se presentó como la madre de Leticia.
—Doña Margaret un gusto verle de nuevo, ellas son mis hijas, de las cuales le había hablado —y dirigiéndose a nosotras dijo —saluden.
—Un gusto conocerla, soy Graciela y ella es mi hermana mayor Magaly —
—Al fin se nos hace conocerlas, Julio habla mucho de ustedes, que bueno que ya están con él — ¿que quiso decir con eso?
Un nerviosismo raro se apoderó de mi papá ante las palabras de doña Margaret, y se notó cuando empezó a preguntar por sus hijos, el trabajo de su esposo y hasta por la salud de los perros.
Llegada la hora de la cena, me ofrecí a ayudarles a colocar las cosas en la mesa. Y si, todo se veía muy rico, nada era a lo que estábamos acostumbrados a comer, había una magdalena con cobertura de chocolate, a la que me veía tentada a quitarle un pedacito.
Estando todo listo pasamos todos a sentarnos en completo silencio, uno muy incómodo.
Faltando diez minutos para la media noche, salimos al patio trasero, donde ya tenían unos fuegos pirotécnicos. Siendo las doce en punto los prendieron, disfrutando así de los colores que se expandían en el cielo.
En ese momento no pude evitar pensar en mi mami, quien estaría pasando la peor nochebuena, y lloré mientras todos se daban el abrazo respectivo, no pude corresponder ninguno. No era grosería de mi parte, simplemente no podía aparentar algo que no sentía en ese momento.
#2877 en Novela romántica
#920 en Chick lit
#138 en Joven Adulto
humor amor, primer amor joven, amistad amor de infancia juvenil
Editado: 22.11.2024