El viento corría a su lado, el tiempo se agotaba y si no se alejaba de ese laberinto estaría perdido, hace varias calles atrás sentía un par de miradas sobre su cuello, pero no había nadie al regresar la vista.
Tomás aceleró el paso, para su mala suerte salía tarde de su trabajo en la cafetería y ahora no había buses que lo dejaran cerca de su casa, tenía que atravesar la densa ciudad siendo 5 minutos para la media noche.
Un auto negro seguía por un par de manzanas para después curvar en la esquina de una construcción, al principio acepto que aquello solo fuese una mera coincidencia, hasta que un par de manzanas adelante el mismo auto volvía tras de él. Cruzo la calle varias veces, en algunas esperando que el auto lo rebasara y que todo aquello solo fuese una jugarreta del cansancio de un día de trabajo.
Tomás estaba en la parte central de la ciudad, la gente iba y venía apresurada en una noche como todas a excepción del denso peligro en el aire. Respiro por unos instantes aliviado, nadie ni nada lo seguía ahora, todo era tal vez un malentendido.
–Un día moriré por mi propia mano– se dijo riéndose de los nervios.
Los minutos siguieron al igual que su paso, firmes en dirección a su departamento donde vivía solo hace un par de años cuando se independizó, ahora con 22 años trabajaba con la esperanza de algún día comprarse una cámara profesional y ser el fotógrafo que tanto desea, la primera imagen que tomaría sería la de su alma gemela que yacía en algún lugar del mundo. No se conocían solo se sentían mutuamente, y ahora era más que seguro que ella también sentía el miedo psicológico que acababa de pasar.
Cuando se calmó pudo sentir un calor que le recorría el cuerpo, como el tacto fugaz por su vientre, su pecho, sus brazos hasta que se posaba en sus costillas, era como un abrazo. Él se detuvo un segundo y se abrazó así mismo, siendo mutuo en aquel brazo consolador de su alma gemela.
–Gracias mi niña bonita– musito. No sabía el nombre de su alma gemela, pero sentía que aquellas palabras la describían perfectamente.
El andar se volvió relajado mientras faltaban solo un par de cuadras para llegar a su departamento, cocinaría algo para acabar con la pisca de hambre inexistente en su cuerpo, además de que no había comido en todo el día, tomaría un baño y estudiaría un poco antes de empezar de nuevo en su rutina de cada día.
–¡Eh! Cuidado– dijo a alguien que paso a su lado provocando que soltara la funda que cargaba consigo.
Cando se agachó a recoger regreso la mirada atrás, aquel auto negro lo estaba siguiendo. El auto se detuvo en la esquina y de él bajaron 4 personas altas y corpulentas, vestían de traje acompañado de una cara de pocos amigos. Tomás lleno la funda como pudo y se levantó lentamente hasta curvar en un callejón. En el instante que se perdió de vista corrió tan lejos como pudo, si lograba saltar la barda que separaba un conjunto de edificios estaría en un lugar imposible de llegar y fuera de quienes fueran ellos que lo seguían, no le debía dinero a nadie, tampoco había tenido pelea alguna, no había tiempo para pensar solo correr y correr lejos.
Las asas de la bolsa plástica se desgarraron lo que provocó que se rompieran y cayera todo en el piso en su intento de trepar la barda estaba cerca de cruzar, cuando sintió un fuerte impacto en su espalda era como el golpe punzante de algo del tamaño de una canica, segundos después sentía el cuerpo pesado, las manos no le respondían por lo que su agarre se soltó provocando que cayera de espaldas, tenía cada extremidad entumecida su visión se volvía borrosa poco a poco perdía el conocimiento mientras los hombres de traje llegaban a su lado.
Uno de ellos saco lo que parecía ser una bolsa gris muy grande que se extendió en el piso. El cuerpo de Tomás cabía perfectamente, los hombres de traje volvieron al auto mientras guardaban en el maletero el cuerpo inconsciente de Tomás.