Cuando seamos Tú y Yo

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–Sí que te dieron una paliza, amigo– dijo Gabriel mientras entraba por la ventana de la habitación de Liam en el segundo piso –debiste de hacerme caso, algún día tenía que pasar, pero eres más terco que una mula–

–No importa, no perdí la cangurera que es lo único que me importa, ellos pueden hacer lo que sea con su nueva banda– dijo Liam acomodando las revistas y los cientos de libros sobre una mesa cuya pata había sido remplazada por más libros.

–Pues mi oferta sigue en pie, si quieres reconsiderarlo– Gabriel tomo una revista científica hojeando sus hojas que después deposito en su lugar.

–Ya te dije que no lo haré, es un trabajo peligroso–

–Rara vez lo es, pero si trabajas conmigo las cosas serán mucho más fáciles además de que ya no tendrás que estar entregando esas miserias de encargos extraños a los que llamas encomiendas, apenas son unas piedras tontas rayadas con marcas y símbolos extraños–

–No entiendo mucho como funcionan, ni para que las usaran, pero mientras me paguen por ellas es suficiente para mí–

Liam abrió una enciclopedia de cuyo interior las hojas habían sido cortadas por la mitad formando un gran espacio vacío como un trasfondo donde guardaba el dinero que había ganado en la última entrega.

–Anímate solo será una entrega y te prometo que la paga será cien veces de lo que tienes ahí– señalo Gabriel al pequeño fajo de billetes acomodados.

Liam cerro de un movimiento la enciclopedia, para después ocultarla en el montón de libros que tenía apilados en la pata de la mesa.

–Te dije que lo de entregar armas y drogas jamás lo haría, así que olvídate de esa idea–

–No son ni drogas ni armas nada de eso, me aseguré especialmente por ti– sonrió Gabriel reflejando un rostro confiable.

Liam titubeo era verdad que sus encomiendas eran constantes y recibía un pago generoso, todo empezando desde aquel día que conocía a aquella mujer que le dio una mano, la entrega de las piedras con símbolos a los que llamaba amuletos era constante no hacían ningún mal solo eran trazos tallados a mano sobre piedras preciosas, metales y algunas veces muy pocas veces en huesos de animales, habían entrado en este mundo cuando su madre había enfermado de gravedad y los costos de sus medicamentos eran exorbitantes.

–¿Necesitas ayuda pequeño niño?– dijo la mujer cuya vestimenta de variopinto se adornaba de un montón de amuletos de varias formas y tamaños, llevaba puesto un elegante vestido de tela aterciopelada de un color violeta magistral, el corpiño se acentuaba en su cintura, la falda se ajustaba a sus caderas descendiendo como una cascada por sus piernas, los tirantes cruzados en su espalda descubierta, todo un misterio de mujer.

–Mi mamá… esta – trataba de decir Liam sin llorar, en aquella época tenía apenas 13 años –está muy grave y no puedo hacer nada para ayudarla, desearía hacer lo que sea para verla bien–

–¿Lo que sea?– repito la mujer que se había puesto en cuclillas frente a él.

–S… Si– respondió Liam sorbiendo los mocos que le escurrían por la nariz.

–¿Estarías dispuesto a matar a alguien? –pregunto la mujer con serenidad.

–¡No! Eso jamás– dijo Liam entendiendo que ahí no encontraría a alguien que lo ayudara –perdón por molestarla– dijo antes de marcharse.

–Espera niño– dijo aquella mujer antes de que Liam se marchara corriendo –te ayudaré y no, no tendrás que matar a nadie o causar su muerte, es un trabajo sencillo, pero antes– se acercó a Liam y limpio las lágrimas que desbordaban.

Desde ese día Liam entregaba varias rocas con símbolos y trazos marcados en ellas, la mujer los llamaba talismanes rúnicos, amuletos o runas, los nombres eran demasiado pomposo y extraños por lo que a la final decidió llamarlos encomiendas, ya que su deber era llevarlos a varios sitios por toda la ciudad, la gente que los recibían era cambiante un día podía entregárselo a un hombre de la calle metido en lo más recóndito de un callejón y cuya casa era apenas unas cajas vacías de refrigerador colocadas a su gusto, al siguiente podía ser un hombre elegante de traje en uno de los edificios del centro aquellas encomiendas eran un poco tediosas porque tenía que pasar a los guardias de seguridad, hablar con una secretaria con un millar de encargos, pero todos sin excepción lo atendían cuando Liam mostraba la tarjeta de presentación que aquella mujer le había entregado para evitar cualquier conflicto.

La tarjeta era de color negro como la noche, a la luz del sol su color variaba en todos los tonos posibles con un esmalte superficial impecable siempre siendo el color negro el predominante, en una cara de la tarjeta predominaba la palabra “Pitonisa” con letras doradas hundidas en el papel.

Aquella tarjeta era como una carta de presentación, todo aquel que hubiese comprado o hecho un pedido a Pitonisa pagaba el precio acordado ni un centavo más ni un centavo menos, el precio podía variar algo que no dependía de Liam sino del precio que Pitonisa ponía hasta los vagabundos no reclamaban el precio de alguna manera rejuntaban el total que era entregado en las manos de Liam que hasta ahora no había tenido inconveniente alguno, a excepciones de ciertos pagos de una manera extraña en aquellos casos el dinero no era el pago, sino algo de valor sentimental, un modo de trueque extraño.



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En el texto hay: decisiones, primer amor, destino elegidos

Editado: 10.08.2021

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