Liana
Un pie fuera del bar, puedo ver que el cielo está ya bastante oscurecido. Hay una pequeña corriente de aire chocando con mi espalda y brazos, la calle hacia el departamento de Theo está un poco más desolada que en la tarde. También empiezo a tener la sensación de que voy a ser regañada. Es obvio que Theo debe estar con los pelos de punta a estas horas. Llevo mucho rato desaparecida y no he contestado el móvil ni una sola vez.
Extiendo los brazos y respiro profundo, el aroma a mar inunda mis fosas nasales. Quisiera ir danzando por las estrechas calles de Procida. Canturrear, saltar, correr, desordenarme el cabello y hacer alguna otra locura más.
Hace un momento, estuve a punto de besar a un chico desconocido, presencié una pelea feroz y muchas botellas volaron sobre mi cabeza. Es más adrenalina de la que pude haber vivido en mis diecisiete años. Y es ridículo, lo sé, puede que sea poco para otras personas, como por ejemplo Chloe. Pero para mí es más de lo que pude haber imaginado, y es suficiente para querer rememorarlo una y otra vez.
De pronto, recuerdo que no estoy sola.
—La conclusión es que estás ebria.
Miro a mi acompañante. Trato de retomar la compostura, aunque no pueda. Sé que Theo lo ha mandado hasta aquí para traerme de vuelta.
—¿No vas a decir nada?
—No.
—Te salvé la vida.
—Claro que no — digo, mi voz se oye arrastrada—. Y una pregunta, ¿qué cara tiene Theo ahora? Seguro debe estar preocupado por su hermanita, ¿no?
—Él no me mandó hasta aquí, te encontré de casualidad y pensé que sería mejor sacarte de ahí antes de que alguien se aproveche de ti.
Hago un mohín.
—Nadie se estaba aprovechando de mí.
—Aún no, porque yo lo impedí.
—¿Todos ustedes son iguales? Digo, ¿todo el grupo se propuso arruinarme las vacaciones? — le recrimino.
—Claro que no.
Me detengo y lo miro fijamente. Levanto un dedo, lo veo doble, me tardo un poco en enfocarme. Arrugo las cejas y luego empiezo a apuntarlo una y otra vez.
—Theo, Korina y ahora tú.... —mi cabeza se siente pesada, ¿cuánto creció tanto?—. Ni siquiera sé cómo te llamas y por qué estás aquí. Podrías ser tú el que quiere aprovecharse de mí.
—Y arriesgarme a que Theo me desate la tercera guerra mundial, no gracias.
—Theo no le haría daño a nadie — mi cabeza ladea y mis manos se sienten frágiles. Dios, estoy tan ebria. Me voy caminado de lado izquierdo a derecho. Casi no puedo sostener mi cuerpo, siento unas manos en mi espalda. Giro a la defensiva y encuentro al tipo sosteniéndome.
—Oye, quieto lagarto — lo amenazo.
Él achica los ojos y luego sonríe.
—Soy Santiago — extiende una mano—. Puedes decirme Santi. Solo quiero ayudar.
Agito una mano.
—Como sea. No me interesa.
Continúo caminando.
— ¿Cuánto limoncello bebiste?
—Un par de copitas nada más.
Escucho su risa. Giro y le hago una seña para que se calle.
Si mi padre, me viera en este estado... probablemente no estaría aquí. Estaría en casa, leyendo un libro o viendo una serie en la tv de mi habitación. Quizás conversando un poco con Chloe por chat. Tal vez cocinando algunas tartaletas con mamá. No son actividades que odie y o haya odiado. En realidad, eran y son parte de mi vida. Pero no quiero que lo sean en su totalidad.
Miro a Santiago. Parece muy divertido por ver mis intentos fallidos en parecer que no he bebido ni un poco.
—De acuerdo, creo que me pasé.
—No dije nada. Solo que no debes exponerte de esa forma.
—¿Nunca fuiste joven?
—¿Cuántos años crees que tengo? — pregunta divertido, pero un poco indignado.
Empiezo a caminar más lento, hablar me hace sentir más consciente de todo.
—Treinta.
—Tengo veinticuatro, Liana.
—Pues esa es la edad que se ponen los que tienen treinta.
Ríe.
—¿Por qué siempre te le escapas a Theo?
Exhalo. Uno de mis cabellos baila sobre mi cabeza.
—Porque él pretende que pase mis vacaciones en cuatro paredes. Y eso es muy injusto. Pasé mucho tiempo sin poder disfrutar. Lo último que deseo es enfrentarme a mi realidad dentro de mi propio sueño.
—Y... ¿puedo saber cuál es tu sueño?
Vuelvo a mirarlo, parece muy interesado en saber la respuesta. Lo observo con más atención antes de responder. Cabello oscuro, piel trigueña, ojos grandes color café oscuro, labios finos y una nariz alargada y cejas muy pobladas. Camisa hawaina, camiseta blanca debajo y... no puedo mirar más abajo. Me vería como una pervertida.
—No voy a decírtelo — giro y doy varios pasos adelante.
—Vale, no confías en mí y lo acepto. Sin embargo, voy a defenderme diciendo que de no estar aquí, estarías caminando sola al departamento. Procida no es un lugar seguro a ciertas horas de la noche.
Me detengo, él no lo hace. Camina hasta llegar a mi distancia. Me da una sonrisa de lado y luego inclina la cabeza hacia un costado.
—¿Qué puedo hacer para ganarme tu confianza?
—¿Y por qué el interés? — cuestiono.
—Porque eres la hermana de Theo y eso te hace interesante.
—Que no soy su hermana. Somos amigos.
—Vale, sea lo que sea. Eres interesante.
Cuando giro para seguir caminando, las puntas de mi cabello chocan con su cara. No lo veo, pero lo siento. Santiago no se molesta, todo lo contrario, ríe.
—Y también porque acabo de descubrir que eres engreída.
Cuando miro hacia en frente noto que estoy solo a unos pasos del departamento de Theo. ¿Cómo he llegado tan rápido? Después de salir del bar, creí que no podía dar un paso más, y si lo daba, moriría o me estamparía de cara en el suelo, pero aquí estoy. Sana y salva. Santiago llega a la puerta unos segundos después que yo.
—Me lo agradeces después.
—Me has estado fastidiando solo para mantenerme con los ojos abiertos — concluyo.
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Editado: 02.11.2021