Como tenía que ser, hoy el día transcurrió según mis planes. Me levanté a las seis y llevé a cabo mi rutina establecida: té verde, entrenamiento con música (en esta ocasión con la sonata en La mayor número 11 de Mozart), aseo y al trabajo. Aunque al acercarse diciembre tenía que ir pensando en una nueva para el año siguiente.
Al llegar al trabajo a las ocho, Antoine ya había abierto y preparado las mesas. Él es el encargado la mayoría del tiempo puesto que, Beppe, el dueño, rara vez se encuentra. Es un chico muy amable, de hecho, la única persona que es agradable conmigo a diario, si bien no entiendo sus razones. Ton es el más antiguo en el local, ya trabajaba aquí cuando llegué hace seis meses, y supongo que eso ligado a su buena conducta es lo que le ha llevado a que nuestro jefe le confíe el manejo de la cafetería.
Nuestro jefe, Giuseppe, es un señor muy cordial descendiente de italianos. Nos obliga a llamarle por el diminutivo de su nombre, Beppe, y es muy bueno con todos independientemente de las capacidades de trabajo. Por lo demás, ya mencioné que no suele estar por aquí.
En último lugar tenemos a las otras tres camareras. A veces, Ton intenta hacerse el gracioso y les llama la triada de brujas cada vez que se pasan burlándose de mis planes. El pobre piensa que consiguen hacerme algún tipo de daño pero la verdad es que no entra en mis planes preocuparme por los comentarios que ellas u otras personas me hagan (y como sabéis, yo solo sigo mis planes).
Al llegar, dejé mis cosas en la sala de empleados rápido porque ya estaban arribando los primeros clientes atareados en busca de su café y alguna pieza de bollería o repostería y tenía que estar en mi puesto en la barra ya que Antoine se encargaba de todas las mesas puesto que la triada llegaba tarde. Esto último también forma parte de la tradición. Como ya os mencioné, estos momentos no llegan a estresarme pues solo tenía que anotar la comanda, servir, cobrar y dar las gracias. Todos tenían tanta prisa que no se molestaban en despegar su vista del teléfono móvil o la tablet para mirarte a los ojos.
Normalmente este ajetreo solo dura una hora, así que a las nueve de la mañana me veo a mí misma con un latte macchiato caramel y un croissant como desayuno mientras Ton me sustituye en la barra. Lo cierto es que con el tiempo me fui acostumbrando a que él me reemplazara unos quince minutos después de la tormenta. Su amabilidad también se volvió parte de mi rutina aunque al principio desconfiara de sus intenciones como lo hago de las de todos los demás.
Sin embargo, no todos son como Antoine en La petite colazione[1], para el resto del personal soy una rarita que no se molesta en cumplimentar las funciones vitales, “un robot que casi ni se relaciona y mucho menos llegará a reproducirse” según las chicas a la hora del cierre la semana pasada. La verdad es que me dio igual ya que todo eso forma parte de mis planes, obviando la parte de “robot”, he dejado claro que quiero relacionarme lo menos posible.
Escuchando comentarios de este tipo a espaldas mías, llegué a la conclusión de que a muchas personas no les bastaba con intentar molestarme a la cara y que lo más probable era que Antoine fuera tan amable conmigo por algún sentimiento de lástima. Si de verdad cree que ellas me afectan es un poco ingenuo, pero tampoco tiene la culpa de que yo me salga de las estadísticas.
- Gracias, Ton, ya he terminado. Puedo continuar yo.-dije como todas las mañanas, y como tal, él me respondió con una sonrisa. Nunca comprenderé sus atenciones.
- A las nueve y cuarto, como siempre, Lily.- fue extraño, su sonrisa era la de siempre, sin embargo, nunca antes me había hecho algún comentario. Sabe perfectamente que no me gustan las improvisaciones. Me quedé completamente descolocada.
- Eh… Sí, como siempre.- dije con un tono inseguro e inquisitivo mientras volvía a mi puesto a entregar un capuccino que mi colega acababa de preparar.