Desde el momento en el que abrí los ojos, supe que ese era el gran día. El día en que dejaría a mis amigos y novio para mudarme a San Diego.
Por más que me pellizcará o pidiera que aquello fuera un sueño, no lo era. Así que aquella mañana, decidí levantarme de la cama y meterme en la ducha para intentar relajarme un poco.
Sin embargo, no funcionó. El mal humor seguía conmigo.
Abrí mi maleta para meter mi ropa de dormir y no olvidarla, era uno de mis pijamas favoritas y no quería dejarla aquí. Empecé a desenredar mi cabello y cuando estaba terminando, la puerta se abrió y mi padre asomó la cabeza.
— ¿Puedo pasar?
Lo miré a través del espejo y me encogí de hombros. Había decidido ignorarlo.
—Ya estás dentro.
—Cariño, no puedes estar enojada conmigo para siempre.
¿Quién sabe? Podría intentarlo, pensé.
Seguí desenredado mi cabello, esperando escuchar lo que sea que venía a decirme. Cuando terminé, dejé el cepillo dentro de la bolsa que llevaría conmigo en el viaje.
—Hija, por favor, no seas infantil —aquello me hizo molestar más, pero seguí ignorándolo—. Bien, sigue con tu actitud infantil. Sólo venía a decirte que lo siento por no acceder a que te quedes con tu amiga y a avisarte que el desayuno está listo.
Lo único que hice fue asentir, con ello logré que Thomas soltará un bufido y saliera de mi habitación murmurando algo que no entendí.
* * *
Después de estar casi toda la mañana con Lucas y hacer las paces con mi padre —por presión de mi novio—, los cuatro salimos con dirección al aeropuerto. Mis padres y yo entramos a hacer el check in, luego de ello mis padres decidieron dejarnos solos comiendo un helado y ellos se fueron a ver algunos recuerdos para la familia de mi madre.
Asumía que decidieron darnos unos minutos a solas a ambos ya que sería la última vez que nos veríamos, al menos hasta que hubiera otra oportunidad en la que pudiera volver o él fuera a visitarme
Cuando terminamos los helados dimos varias vueltas al patio de comidas mientras él me contaba algo que había sucedido en la escuela, aquel era su intento de hacerme olvidar que estaba a pocas horas de irme del país.
Al poco rato decidimos sentarnos en una de las mesas y jugar Candy Crush en mi teléfono, nos aburrimos casi al instante, pero sin darnos cuenta entre besos y sonrisas tristes pasaron unos veinte minutos.
Sentí como alguien cubría mis ojos y con una fingida voz gruesa dijeron un "Adivina quién soy", aquello eran juegos tan de Lucia que era imposible no adivinarlo.
—Lu, sé que eres tú —respondí, burlona.
—Hija de tu santísima madre, ¿cómo es que siempre sabes que soy yo? —refunfuñó ella, mientras formaba un puchero con sus labios.
—Porque siempre haces lo mismo.
—Te odio —respondió, mientras rodaba los ojos—. Ok no, es mentira eres como mi hermana, no podría odiarte.
Moví mi cabeza de un lado a otro riendo, mientras Lucia me envolvía con sus brazos en un gran abrazo, como los que solíamos darnos cuando éramos pequeñas.
— ¿Y tus papás?
—Fueron a comprar algo para mis tíos y primos —le respondí, mientras miraba la hora para ver cuánto tiempo quedaba para el vuelo—. No deben tardar, en menos de una hora es nuestro vuelo.
— ¿Qué tal si me acompañan a comprar algo? No almorcé en el colegio, salí casi corriendo para tomar un taxi.
Lucas y yo asentimos, mientras Lucia unía su brazo con el mío y los tres recorríamos el patio de comidas una vez más. Mi mejor amiga devoró una hamburguesa con papas y gaseosa en menos de diez minutos, mientras hablaba de una foto que habían compartido en Facebook de una chica de último año besándose con nuestro coordinador.
Mis padres llegaron mientras los tres íbamos a comprar un café helado y decidieron acompañarnos.
Por los altavoces empezaron a llamar a quienes tomaríamos el vuelo a San Diego. Al oír el número de nuestro vuelo sentí como mi corazón se encogía y la horrible sensación de ardor en los ojos se hacía presente.
Mis padres se despidieron tanto de Lucas como Lucia y nos dejaron para ir a hacer la fila para entrar en la sala de embarque, dejándome unos minutos para que pudiera despedirme de ellos.
Podría decir que la despedida más difícil fue la de Lucia, que logró hacerme dejar ir el cumulo de lágrimas que tenía en los ojos. Lucas decidió que sería el último en despedirse y no dudo en llenar mi rostro de besos, me alzo y giro en círculos mientras susurraba cuanto me iba a extrañar, que hablaríamos todos los días y que vendría a visitarme a San Diego en cuanto terminaran las clases.
Me dejo otra vez en el suelo dándome un último beso en los labios y acarició mis mejillas una vez más, antes de dejarme ir.
Agité mi mano en dirección de las dos personas más importantes para mí en la ciudad que me había visto nacer y crecer y volteé rápidamente al sentir como las lágrimas volvían a caer por mis mejillas.
Casi corrí para abrazar a mamá que no paraba de decir que todo estaría bien.