— ¡Alto! —gritó la entrenadora, logrando que todas nos quedáramos quietas—. Lo hicieron bien, chicas, falta media hora para finalizar la clase. Así que jugaremos un partido amistoso —sonrió con malicia—. Moore y Collins, capitanas.
La entrenadora lanzó una moneda para saber quién empezaría a elegir y la ganadora fue Collins. Ambas chicas empezaron a elegir a las integrantes de sus equipos y me tranquilizaba que ninguna me tuviera en cuenta porque todas fueron testigo del desastre que era en deportes.
Podría decirse que tenía manos de mantequilla y mis reflejos no estaban tan bien que digamos. Sí, un cero a la izquierda en habilidades deportivas que implicaran una coordinación de pies y manos que, claramente, yo no tenía.
Iba a sentarme junto a Mery en las bancas, cuando sentí el peso de una mirada sobre mis espaldas. Giré y vi a Caroline acercarse y susurrarle algo a la entrenadora.
La mujer de más de treinta y tantos años me observó fijamente, terminando por asentir, pasó de mí para que su vista cayera en otra chica que era tan bendecida en deportes como yo. Empecé a sudar frío. Según Mery, había sido extraño que Caroline no se haya ido a quejar con su padre por el incidente del día anterior y que tuviera cuidado con ella, podía ser muy vengativa cuando quería y podía ver cuál era su plan.
Hacerme quedar en ridículo frente a la clase o golpearme con un balón en cuanto tuviera la oportunidad. Genial, las cosas que más me encantan hacer a diario.
Antes de que las capitanas eligieran a la última integrante de sus equipos, la entrenadora tocó su silbato, haciéndome temblar.
—McKenzie y Miller, ¿cierto? —me interrogó y no me quedó de otra que asentir—. Adelante.
Que me mande a recoger balones, que me mande a recoger balones, rogué mentalmente. Tal vez Dios podía ayudarme en un momento así.
—Collins, elige entre ellas.
Estaba segura de que, si Dios existía, me había olvidado por completo.
—Pero…
—Hará el juego más interesante —sonrió la entrenadora, maliciosa—, así que elige.
La castaña le dirigió una mirada a Caroline, que era parte de su equipo, y esta asintió en su dirección.
—McKenzie.
—Miller, en el equipo Moore.
La entrenadora hizo sonar su silbato una vez más y empezó a recoger los balones con las demás chicas que quedaron fuera del juego.
—Nueva, ven —me llamó la capitana de mi equipo y, como si de mi funeral se tratara, caminé lentamente hacia ellas.
Al parecer tenía un poco de suerte porque el juego empezó de forma tranquila, las chicas del equipo decidieron no pasarme el balón después de que fallara en responder una vez. Íbamos empatadas hasta que fue el turno de lanzar de la amiga de Caroline que no perdió el tiempo y dirigió el balón hacia mi lugar, mis reflejos sirvieron y el de una de mis compañeras también, por lo que pude evitar recibir un golpe. Suspiré aliviada y vi hacia un lado como Mery elevaba sus pulgares hacía mí, hice lo mismo y su sonrisa desapareció, no entendí porque sus ojos estaban apunto de salirse fuera de orbita hasta que sentí un fuerte golpe en mi mejilla.
Auch.
Mi mejilla me dolía y la sentí más que caliente. Me había dolido. Giré y logré ver como Caroline intentaba camuflar una sonrisita maliciosa. Nadie podía culparme por empezar a sentir odio hacia esa chica.
—Fue una falta —reclamó la capitana de mi equipo, mientras la entrenadora se acercaba a mí.
— ¿Estás bien, Miller?
Obviamente no, quise responder. Pero decidí aprovechar la oportunidad que Caroline me había dado y moví la cabeza de un lado a otro lentamente, añadiéndole dramatismo al asunto, quizás así lograría ir a los vestuarios antes y ganarme un lugar en las duchas antes que todas.
—Me duele mucho la mejilla, ¿puedo ir yendo a los vestidores?
—Sí, ve —aceptó y yo estaba dando brincos por dentro—. Antes pasa por enfermería por alguna bolsa de hielos o una crema.
Asentí y di media vuelta, escuchando como la entrenadora le restaba puntos al equipo contrario por el ataque que había sufrido a manos de la pelinegra que ya no se molestaba en ocultar la sonrisa en su rostro. Intenté asesinarla con la mirada, pero esa era una habilidad que tristemente no poseía. Así que solo estuvo bajo mi mirada de odio por los minutos en los que tardé en salir del gimnasio.
* * *
Conseguir que la enfermera de la escuela me diera una bolsa de hielo y me retuviera por al menos media hora fuera de clases fue algo relativamente sencillo. Estuve por media hora con ella en lo que buscaba una crema que aseguró evitaría un poco la hinchazón que tendría mi mejilla por el golpe.
Las clases pasaron un poco más lentas de lo que esperaba y más porque la noticia de que Caroline me había golpeado con un balón se hizo viral en la escuela gracias al blog de Chica invisible. Lo que necesitaba para mejorar mi estancia en ese lugar, que la mayoría de los estudiantes —y algunos profesores— voltearan a verme y soltar risitas en medio del pasillo.
El lado bueno, era que las clases habían terminado y podía ir a casa al fin.