La semana de exámenes fue la peor semana de toda mi corta existencia, sentí que los días pasaban más lentos que de costumbre, pero finalmente había llegado a su fin y logré aprobar todas las materias.
Después de que terminaran la agonizante semana nos dieron cinco días de descanso que nos había caído como anillo al dedo. Gracias a esas minivacaciones el viernes por la tarde me encontraba preparando mis maletas para visitar Londres por primera vez con mamá.
Juliette había tenido esa brillante idea después de escuchar que estaría haciendo nada durante una semana. Así que decidió que sería bueno ir a Londres y poder averiguar todo sobre mi futura aplicación a Oxford.
Aunque no todo sobre el viaje era por mí. Mamá había vuelto a hablar con una de sus mejores amigas de la universidad, fue ella quien la invitó a visitarla en Londres cuando pudiera y Juliette se lo había tomado muy en serio.
Nuestra llegada a Londres había sido algo chocante en comparación al clima un poco cálido de San Diego.
Logré distinguir a lo lejos la figura de Margaret. Dejé las maletas con mamá y corrí en dirección a la tía Maggie, no la veía desde que había cumplido seis años y por más extraño que pudo parecerle mi reacción no hizo más que recibirme con una sonrisa.
— ¡Tía Maggie! —chillé cuando llegué a abrazarla ella. No sabía cuánto la había extrañado.
—Jessie, te extrañé mucho —correspondió a mi abrazo, depositando un beso en mi cabeza.
Mamá se acercó a saludarla, después de que Maggie deshiciera nuestro abrazo de reencuentro.
—De acuerdo señoritas, ¿a dónde quieren ir? —preguntó Maggie, jalando una de nuestras maletas.
— ¿Qué tal si llamamos a papá para salir los cuatro? —sugerí, observando a mamá.
—No, cariño. Tu padre debe estar ocupado —respondió Maggie, después de que mamá se quedara callada—. Mejor vamos a dejar sus cosas al departamento y luego salimos a comer, ¿qué dicen?
—De acuerdo —intenté sonreír, mientras enlazaba mi brazo con el de Maggie.
Tal y como lo propuso Maggie, fuimos a dejar nuestras cosas en su departamento de Maggie para luego salir a comer y dar un pequeño recorrido por la ciudad. Mamá se encargó de fotografiar cada cosa que hacíamos en el día, según ella debía ser una adolescente normal que debía publicar fotografías en redes para que mis amigos lo vieran.
Al llegar la noche estaba más que cansada, habíamos decidido volver al departamento y ordenar algo de comida, para luego ver alguna película.
Los dos días siguientes fue hacer más de lo mismo que habíamos hecho el día de nuestra llegada a Londres. El miércoles lo ocupamos en ir a hacer las averiguaciones respectivas sobre mis futuras aplicaciones a Oxford. Según la chica de informes tenía altas probabilidades de tener un sitio en el programa.
El jueves el novio de la tía Maggie había decidido invitarnos a almorzar. Parecía una buena persona, a pesar de su aspecto serio, podía llegar a ser agradable, muy a pesar de sus chistes malos.
Habíamos ido a un restaurante lindo que él reservó. Tenía una temática vintage y los sillones de distintos colores era lo que más me gustaba. Maggie y mamá me tomaron fotos para poder compartirlas «como una adolescente normal». Ordenamos la comida mientras Charles y yo escuchábamos las historias que mamá y tía Maggie tenían de su época universitaria.
—Y lo peor fue cuando teníamos la presentación final de un trabajo —continuó Maggie, sin dejar de reír.
— ¡Ya! —mamá tomó su mano, cubriendo su rostro con la otra—. Te dije que lo olvidarás —protestó.
— ¡Jamás me olvidaré de eso! —rió Maggie—. Además, te lo dije cuando sucedió, tus hijos, tus nietos y toda tu descendencia sabrán esta historia.
—Bueno, la historia se quedará conmigo porque yo no pienso tener hijos —añadí—. A menos que mamá planeé darme un hermanito o hermanita.
—Ok —continuó Maggie—, la cosa es que todo el grupo estaba literalmente —remarcó la palabra—, loco porque tu mamá era la encargada de la exposición del trabajo, no respondía su teléfono y no fue hasta que acabo la clase, que tu mamá apareció en la facultad con una cara de recién levantada y de querer escapar del mundo.
» Todos quisieron matarla por eso, lo bueno es que todo salió bien y ninguno reprobó.
Mamá tenía las mejillas algo rosadas de la vergüenza y risa. Maggie no dejaba de reír ante la cara de mi madre y su novio hacía lo mismo, pero de una forma más disimulada.
—Mamá, no tienes derecho a molestarte por ningún trabajo que repruebe —me reí—. Al menos no hasta dentro de un mes.
—Nada de eso, señorita —respondió ella— esos son errores de mi juventud que no quiero y espero tu no repitas, ¿entendido?
—Si como no.
Solté una fuerte carcajada que atrajo la atención de algunas personas en el local, lo que provocó un fuerte sonrojo en mis mejillas y unas terribles ganas de ir a esconderme en el baño. Dejé mi asiento al instante, intentando cubrir mi rostro como si alguien de ahí me conociera.
Muy a pesar de la vergüenza que iba pasando por mi nada disimulada risa, también tenía ganas de ir al baño y fue lo primero que hice al entrar en el cubículo.