Cuando te fuiste

Capítulo diez

Todos los días empezaron a ser más de lo mismo. Cada día más aburrido que el anterior. Mi rutina se había vuelto algo simple y monótona: Levantarme, desayunar, ir a la escuela, a veces caminaba sola de regreso a casa, hacía mis deberes, cenaba junto a mamá e iba a dormir —o eso trataba de hacer—.

Mis mañanas eran tranquilas, pero las noches eran las peores. No podía conciliar el sueño y era lo más frustrante de todo. Mamá se encontraba preocupada por mí, pero no me presionaba para hablar con ella y se lo agradecía por completo.

Había dejado de lado el salir a trotar por las mañanas, no me preocupaba por arreglarme mucho para la escuela. Comencé a pasar de todo, ya que me daba igual en las últimas semanas.

Seguía sin asimilar la verdad que papá había estado ocultando todo este tiempo.

A veces sentía que todo era un posible pesadilla, donde nada de lo que había pasado era real. Sin embargo, lo era, era más que real. Papá había tratado de hablar conmigo, pero lo ignoré por completo. Ignoraba sus llamadas y mamá dejo de intentar que hablara con él, se lo había repetido hasta que logro entenderlo.

Un jueves por la mañana había llegado más temprano de lo usual a la escuela, fui a paso lento hacia mi casillero a sacar algunas cosas que necesitaba para mi primera clase, cerré mi casillero y seguí mi camino hacia el laboratorio.

Al llegar al salón deje caer mis cosas en mi sitio de siempre, crucé los brazos sobre la mesa y deje caer mi cabeza sobre ellos. Quería intentar un poco de los minutos de sueño que no había tenido la noche anterior.

— ¿Mery sabes que le sucede a Jessica? —escuché un par de voces, pero seguí con la cabeza entra mis brazos, fingiendo estar dormida—. Está más que decaída —reconocí la voz de Carly—, no habla con nosotros, apenas y come, algo está sucediendo y tú lo sabes, ¿cierto?

—Lo que dice Carly es cierto —secundó Nick— creo que hasta ha perdido peso, esta rara desde que volvimos de la semana de descanso y tu no pareces muy sorprendida que digamos, algo debes saber.

—No puedo decírselos, es algo que ella les dirá si así lo quiere —sentí mis comisuras elevarse un poco al ser testigo de cómo Mery era tan buena amiga, negándose a contarles mis problemas a los dos—. Solo estén ahí para ella si es que se los pide y no la presionen.

—Oh por dios, ¿tiene problemas alimenticios? —preguntó Carly con un tono de voz más que alarmado—. Val estuvo así y luego nos enteramos de que tenía problemas de bulimia, su peso bajo y no nos dimos cuenta de las señales.

— ¡Diablos, Carly, no! —negó Mery rápidamente— No tiene nada que ver con problemas alimenticios. Solo no la perturben, ¿de acuerdo? —pidió Mery.

—Está bien —respondieron ambos chicos, aunque no sonaban muy convencidos.

Escuché sus pasos acercarse al sitio donde estaba y como uno de ellos se detenía a tomar el asiento a mi costado. No lograba percibir quién era porque seguía con la cara escondida entre los brazos.

—Jess — reconocí la voz de Nick en un susurro.

Me removí en mi sitio fingiendo que estaba despertando, aunque no quería levantarme y que vieran mis ojos con unas pocas lágrimas emocionales ante la preocupación de mis amigos, además de las terribles ojeras que me acompañaban. Ambas producto de no dormir en toda la noche y llorar recordando lo tonta que había sido al no darme cuenta de la mentira que había sido mi vida desde que inicié como un par de células en el útero de Juliette Donson.

—No la molestes, Nick —pidió Mery.

Sentí las lágrimas acumuladas en mis ojos escaparse de estos.

— ¿Estás bien, Jessie?

—No te preocupes —mi voz sonó algo ronca e intente limpiar mis mejillas antes de que se dieran cuenta de las lágrimas en ellas.

Sentí la mirada de Nick fija en mí y el reconocimiento en sus ojos, lo había notado. Aunque tampoco era muy fácil ocultar las lágrimas que quedaban en mis mejillas.

Me puse de pie con rapidez y salí casi corriendo del salón antes de que otra persona pudiera verme así. Choqué con varias personas en mi camino por llegar a cualquier lugar lejos de ese sentimiento de lástima que había visto pasar en los ojos de Nick.

— ¡Jess! ¡Jessie! ¡Jessica, espera! —escuché gritar a Nick, mientras muchas personas me veían correr como una loca.

No sabía a donde ir. Lo único que si sabía era que quería irme de la escuela, aunque eso no fuera posible y por esa razón termine llegando a la azotea de la escuela, lugar prohibido para cada estudiante y al que nadie se atrevía a ir —según lo que Mery me había contado—.

Logré esconderme detrás de un pequeño muro y empecé a llorar como no podía hacer en casa delante o cerca de mi madre. Escuché el timbre sonar anunciando que las clases empezarían pronto, pero poco me importaba no estar presente en la clase de Química, donde podría combinar líquidos de distintos colores y causar una explosión como lo hizo Noah Cooper la semana pasada.

Cubrí mi rostro con las manos mientras sentía más lágrimas caer por mis mejillas. Era más que consciente de mis propios sollozos e intentaba no ahogarme con ellos, además de dejar botar todo lo que llevaba conteniendo desde aquel horrible viaje a Londres.




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