Cuarentena

Día: 8

- ¿Sabes lo que diré, verdad? - Jake me lanzó una mirada desganada.
- "Hay pobres en la calle que comerían esa comida." - aplaudo con una sonrisa.
- Exacto.
- Ya lo sé, hermana. Pero no me estoy sintiendo bien. - cubro su frente con mí mano. Está hirviendo.
- Jake, estás volando de fiebre. Llamaré a Dustin para que le avise a la enfermera.
- No te preocupes, Jae... - sin lograr pronunciar mí nombre completo, cae desplomado al suelo.
- ¡Dustin! ¡Ven a ayudarme! - Dustin llega corriendo y cae de rodillas al suelo, creo que se ha hecho daño.
- ¡¿Qué le sucede?! - sus manos comienzan a temblar por los nervios, no sabe qué hacer. Al igual que yo, coloca la mano en su frente - ¡Por Dios, Jake! ¡Está ardiendo!
- ¡Ya lo sé, idiota! 
- ¡¿Qué hago?!
- ¡No me mires a mí, ve a buscar ayuda! - se incorpora a gran velocidad y corre hacia la oficina. Vuelve con dos profesores que lo ayudan a cargar a Jake hasta la enfermería. Espero que esté bien.

Ya pasaron treinta minutos contados y Jake aún no despierta. Me siento como si estuviera en una sala de espera. Hace años estuve en una; mí abuelo, si se le podría llamar así, la verdad es que nunca estuvo muy presente. No fue a mis obras escolares, exposiciones, cumpleaños o incluso las fiestas. Recuerdo que él vivía en una casa para ancianos, pasaba más rato con ellos que con nosotros, pero nunca le reclamamos nada.
Cuando enfermó, mí mamá nos llevaba al hospital, tenía un gran parque. En ese momento vivíamos en un apartamento, no teníamos un gran jardín para jugar o mascota; el parque de ese hospital era el paraíso para nosotros. Corríamos de punta a punta mientras mamá estaba en la habitación con el abuelo. Un tiempo después de que falleció, mamá me dijo que a ella le avisaron que no duraría, de igual manera les pidió a los médicos que hagan hasta lo último. Los hospitales, las salas de espera, todo lo que tenga que ver con la salud, me aterra.
- Hola... - chocó las puntas de sus zapatos con las mías. - ¿Puedo sentarme?
- Claro. - miro de reojo la silla y se sienta. - lo siento.
- ¿Por qué?
- Te hablé mal, te llamé "imbecil bueno para nada".
- No recuerdo que hayas dicho eso.
- ¿Ah, no?
- No.
- Entonces se me acaba de ocurrir.
- ¿Tratas de disculparte o insultarme?
- Ambos. - me da un leve codazo y reímos juntos. - Entonces... ¿Estamos bien?
- Claro que sí, pequeña Montgomery.
- Genial. - Me paro a gran velocidad cuando veo la puerta de la enfermería abrirse. 
- Hola, chicos. Antes de que pregunten, sí, Jake está bien. Es sólo un poco de gripe por estar tanto tiempo aquí encerrados; algunos tienen un sistema inmunológico más "fuerte" que otros, y no es el caso de Jake. Le dí una inyección y está descansando, lo mejor será dejarlo dormir un poco.
- Muchísimas gracias, enfermera, de verdad.
- No hay problema, cariño. Vuelvan con el resto.

Los chicos ya no encuentran qué hacer. Ocho días sin tecnología, es demasiado; algunos decidieron volver a sus raíces y jugar a las carreras, fingir que los dedos son muñecos; incluso ví, a dos chicos con una chica, saltar la soga. Tal parece que su imaginación no es tan limitada sin celulares. Me sorprende que nadie haya propuesto jugar a...
- ¡El juego de la botella! ¿Alguien quiere jugar? - eso. El famoso juego en el que esperabas que el universo cediera a tu favor y te tocara a la persona que te gusta, si es que te gustaba alguien. Pero si tienes la mitad de mí suerte, siempre te tocaba con el come-mocos de la clase.

- ¡Vamos, chicos, sin miedo! - vencidos por el aburrimiento, la mayoría comenzó a acercarse.
¡Y empieza el juego! Todos sentados en círculo alrededor de una botella de vidrio; son demasiados, casi ocupan medio gimnasio; pararse, ir hasta el cetro y girar la botella, será un completo caos. Como si me hubieran leído la mente, elegirán a alguien que no quiera jugar para que gire la botella.
– ¡Ey, Rosser, ven a ayudarnos, hermano! – Dustin abrió los ojos como platos y puso el dedo índice en su pecho. – No, tu madre. ¡Sí, Dustin, tú ven! – a regañadientes y con unos pocos empujones de mí parte, terminó accediendo... O yendo por obligación. De la forma que sea, estaba ahí. 
– ¿No juegas, Montgomery?
– No, gracias. 
– Oh, vamos, Katty.
– Es Jaeny. Y creo que dejó muy claro que no quiere jugar. – como si fueran parte de un show de comedia, automáticamente todos hicieron "uhhhh". 
– De acuerdo, abogado defensor, dejaré a tu princesa tranquila. – miré a Dustin y susurré "gracias", lo cual respondió con un guiño acompañado de una sonrisa. ¿Siempre fueron así de blancos sus dientes? No lo había notado.



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En el texto hay: misterio, drama, amor

Editado: 15.04.2019

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