Capítulo 2
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Cinco hermanos, un dulce bebé y una chica muy, muy asustada.
➥ Sasha Berlusconi no se habría imaginado ─¡jamás!─ el cambio que una irresponsabilidad tan… banal, representaba en su vida.
Había sido un impulso: él la tocó con una avidez innata, con un deseo tan reprimido y fiero, que ella no consiguió oponerse. No pudo decir no cuando su cuerpo chillaba un indudable sí. Le abrió las piernas y el alma porque también confiaba plenamente en él; era su mejor amigo, después de todo, ¿quién la tocaría mejor?
Niklaus podía hacerla alcanzar el éxtasis con solo un beso; ¿cómo no caer ante él?
Sasha jadeó; la cantidad insana de pensamientos inconexos le habían provocado jaqueca. Otra vez.
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Aris la observó con curiosidad ─él estaba sentado en el suelo, con el cabello de un azul eléctrico desprolijo y únicamente llevando unos bóxeres rojos─ porque no la entendía. Le resultaba insólita la actitud que Sash había tenido las últimas semanas: distante, perturbada, susceptible. Además de que no estaba comiendo y también le pareció que la palidez habitual de su mejor amiga incrementaba en un nivel que la hacía ver… enferma.
Recordó la petición que Keller le había hecho la noche anterior: «¿puedes, por favor, encargarte? ─solo estaban ellos dos en la cocina e, incluso así, su hermano moderaba bastante el tono ronco de su voz─. Lo que sea que le ocurra, que te lo cuente. Estoy seguro de que preferirá hablar contigo que con cualquiera de nosotros. ¡Solo consigue que coma!».
Aris creyó que su hermano exageraba, puestos a ser sinceros, Kell siempre desorbitaba aquello que no le figuraba comedido. Aún recordaba la vez en que el gemelo lo encontró probando un tipo más fuerte de sustancias ─no era su primera vez drogándose; sin embargo─ y corrió a contárselo a Theodor ─distorsionando la información, según el menor─. Su progenitor terminó castigándolo por casi un mes y tuvo suerte de no ser internado en una clínica de rehabilitación.
De modo que, para él, Keller era un lameculos traidor…
… pero podía tener razón sobre Sasha: a ella le ocurría algo. Aris no deseó presionarla; no obstante, si la dejaba continuar reprimiéndose, terminaría viéndola morir a causa de una desnutrición en lugar de por aquel extraño virus. Entonces, se imaginó su vida sin Sash… y decidió que no podía darse el lujo de perderla.
─¿Qué crees que haga Taddeo cuando vea que se comieron los dulces que Kell encargó a papá para él? ─le preguntó, pero Sasha no se movió (ni dio señales de haberlo escuchado). La pelirroja estaba sentada en el sofá, con la mirada perdida en algún lado; inmóvil─. ¡Tierra llamando a Sash! ─gritó.
La muchacha jadeó, cerrando los ojos.
─No grites.
─Pues hazme caso, joder.
─De acuerdo ─cedió─. ¿Qué decías?
─¿Compraste algo para Nik? ─cambió de tema él. No sabía cómo sacarle aquello que le afligía sin ser muy agresivo─. El muy cabrón dice que no acepta la excusa de que estamos en cuarentena; quiere un regalo de todos modos.
─Ah…
─¡Sí! ─siguió hablando─. ¿De dónde cojones sacaré un regalo si estoy encerrado?
─Uhm…
─Es un imbécil interesado. Como si el amor no fuera suficiente en esta vida.
─No lo es.
Aris notó la forma en que ella lo dijo: como si en verdad ya no tuviera fe en nada relacionado con el amor; o como si, súbitamente, los sentimientos pasaran a un segundo plano en la vida de su dulce amiga. Y él no entendió por qué, ¿qué estaba ocurriendo en esa atolondrada cabecita?
─Cuéntamelo ─pidió, de repente.
Sasha se encogió en su sitio; débil.
─¿Qué cosa?
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Sintió la boca seca. Aris la estaba interrogando sin un ápice de tacto y ella, confusa, por unos efímeros segundos no pudo siquiera respirar. Confiaba en él, claro que sí… el problema era otro; el verdadero problema era que, si lo hablaba, la culpa recaería en ella ─por haber sido demasiado estúpida y no respetar el código tácito de la amistad: no tener sexo con amigos─. Sasha imaginó que Aris se molestaría tanto que la odiaría ─¿y qué hacía ella sin uno de sus mejores amigos? ¡no podía perder dos!─… el pánico la paralizó.
─¡Sasha!
Vomitó; lo hizo por el miedo, por toda la angustia de las últimas semanas, por el asco que se provocaba ella misma…, el líquido que escapaba de su boca y empapaba el sofá blanco era el reflejo del gravísimo error que crecía en sus entrañas ─porque Sasha estaba segura; no necesitaba una prueba para reafirmarlo─; y ella no entendía… no comprendía por qué otras mujeres no sufrían así ─tan vehemente y desgarrador─ como a ella le había tocado toda la vida: una madre enferma, un hermano muerto y ahora un bebé.
Un bebé que ninguno necesitaba.
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─¡Maldición! ─él apenas alcanzó a sostenerla─. ¡Kell! ─llamó a su hermano (porque era el único que conocía cómo calmar un ataque así).
Aris se había asustado tanto que no sintió asco por el vómito que empapaba su torso desnudo; el joven Moretti solo había intentado evitar que su amiga se derrumbara sobre el concreto ─eso habría sido muy doloroso y una vocecilla ilusoria le dijo que Sasha no necesitaba más dolor─; también intentó recogerle el cabello para que no se embebiera de emesis; sin embargo, fracasó ─¡Sasha tenía una melena rojiza demasiado larga! y las manos de Aris, aunque grandes, no podían tomarlo todo y cuidar que ella no se cayera al mismo tiempo─. Así que, agitado, hizo lo que pudo hasta que Keller apareció junto a los demás; cada uno con la expresión de horror tatuada en el rostro.