La última vez que la vi no sabía que sería la última. Ese día solo me despedí de ella con la esperanza de volverla a ver, la besé y acaricié su cabeza jugando un poco con su cabello, ella me miraba fijamente y una sonrisa se dibujó en su rostro. Llegué a casa esperando ese mensaje que dijera que estaba bien, pero nunca llegó. Pasé días interminables sin saber de ella ya que no sabía quienes eran sus amigos y su hermano no respondía mis mensajes. Cuando terminó la agonía me descubrí frente a la lápida que tenía su nombre, dejé un ramo con las rosas que tanto le gustaban y me senté un rato a su lado, serví dos copas con el vino que le encataba y bebí un poco hasta que el sol empezaba a ponerse. Me vi obligado a abandonar el campo santo porque un guardía me llevó casi a rastras hasta la puerta y vi que su hermano por fin me había respondido con un simple mensaje que logró arrancarme las lágrimas que no querían salir: "yo también la extraño."