Adaptación del cuento popular de España
Cuenta la historia que un león y una leona vivían juntos en una cueva. Él era el rey de los animales y ella la reina. Además de trabajar codo con codo poniendo paz y orden entre los animales, estaban casados y se llevaban muy bien.
Un día, tras varios años de amor y convivencia, el león cambió de opinión.
– Lo siento, querida esposa, pero ya no quiero vivir contigo.
La leona no se lo esperaba y se puso muy triste.
– Pero… ¿por qué? ¿Es que ya no me quieres?
El león fue muy sincero con ella.
– Sí, te quiero, pero te dejo porque apestas y ya no soporto más ese olor que desprendes y que atufa toda la cueva.
La pobre se disgustó muchísimo y por supuesto se sintió muy ofendida.
– ¿Qué apesto?… ¡Eso es mentira! Me lavo todos los días y cuido mi higiene para estar siempre limpia y tener el pelo brillante ¡Tú lo dices porque te has enamorado de otra leona y quieres irte a vivir con ella!
¡La pelea estaba servida! La pareja comenzó a discutir acaloradamente y ninguno daba su brazo a torcer. Pasadas dos horas la leona, cansada de reñir, le dijo a su marido:
– Como no nos ponemos de acuerdo te propongo que llamemos a tres animales y que ellos opinen si es verdad que huelo mal o es una mentira de las tuyas.
– ¡De acuerdo! ¿Te parece bien que avisemos al burro, al cerdo y al zorro?
– ¡Por mí no hay problema!
Pocos minutos después los tres animales elegidos al azar se presentaron en la cueva obedeciendo el mandato real. El león, con mucha pomposidad, les explicó el motivo de la improvisada asamblea.
– ¡Gracias por acudir con tanta celeridad a nuestra llamada! Os hemos reunido aquí porque necesitamos vuestra opinión sincera. La reina y yo hemos nos hemos enzarzado en una discusión muy desagradable y necesitamos que vosotros decidáis quién dice la verdad.
El burro, el cerdo y el zorro ni pestañearon ¿Qué debían decidir? ¡Estaban intrigadísimos esperando a que el león se lo contara!
– Quiero que os acerquéis a mi esposa y digáis si huele bien o huele mal. Eso es todo.
Los tres animales se miraron atemorizados, pero como se trataba de una orden de los reyes, escurrir el bulto no era una opción.
Alguien tenía que ser el primero y le tocó al burro. Bastante asustado, dio unos pasos hacia adelante y arrimó el hocico al cuello de la leona.
– ¡Puf! ¡Qué horror, señora, usted huele que apesta!
La leona se sintió insultada y perdió los nervios.
– ¡¿Cómo te atreves a hablarle así a tu reina?!… ¡Desde ahora mismo quedas expulsado de estos territorios! ¡Lárgate y no vuelvas nunca más por aquí!
El borrico pagó muy cara su contestación y se fue con el rabo entre las piernas en busca de un nuevo lugar para vivir.
El cerdo, viendo lo que acababa de pasarle a su compañero, pensó que jugaba con ventaja pero que aun así debía calibrar muy bien lo que debía responder. Se aproximó a la leona, la olisqueó detenidamente, y para que no le ocurriera lo mismo que al burro, dijo:
– ¡Pues a mí me parece un placer acercarme a usted porque desprende un aroma divino!
Esta vez fue el león el que entró en cólera.
– ¡¿Estás diciendo que el que miente soy yo?!… ¡Debería darte vergüenza contradecir a tu rey! ¡Lárgate de este reino para siempre! ¡Fuera de mi vista!
El cerdo, que pensaba que tenía todas las de ganar, fracasó estrepitosamente. Al igual que el burro, tuvo que exiliarse a tierras lejanas.
¡Solo quedaba el zorro! Imagínate el dilema que tenía en ese momento el infortunado animal mientras esperaba su turno. Si decía lo mismo que el burro, la reina se enfadaría; si decía lo contrario como el cerdo, la bronca se la echaría el rey ¡Qué horrible situación! Tenía que pensar algo ingenioso cuanto antes o su destino sería el mismo que el de sus colegas.
Quieto, como si estuviera petrificado, escuchó la voz del rey león.
– Zorro, te toca a ti. Acércate a la reina y danos tu veredicto.
Al zorrito le costó moverse porque le temblaba todo el cuerpo. Tragando saliva se dirigió a donde estaba la leona y con mucho respeto la olfateó. Después, se separó y volvió a su sitio.
El rey ardía en deseos de escucharlo.
– ¿Y bien? ¡Nos tienes en ascuas! Di lo que tengas que decir.
El zorro, tratando de aparentar tranquilidad, fingió tener un poco de tos y dijo con voz quebrada:
– Majestades, siento no poder ayudarles, pero es que a mí no me huele ni bien ni mal porque estoy constipado.
El león y la leona se miraron sorprendidos y tuvieron que admitir que no podían castigar al zorro porque su contestación no ofendía ni dejaba por mentiroso a ninguno de los dos.
El rey león tomó la palabra.
– Está bien, lo entendemos. Puedes marcharte a casa.