Rosy Manson, esa era yo. Una joven muchacha inocente del pueblo, sin un destino, sin nada que valiera la pena contar, mi vida constaba de trabajar en la floristería de Marly Fusgo y en las tardes ir ayudar al a los niños del albergue con sus lecciones de lectura. Una tarde como cualquier otra luego de despedirme de la Sra Marly yendo camino a mi casa, noté como la plaza se sentía cómoda, parecía un buen lugar para recostarse y descansar un rato.
Me sorprendí de que nunca me había sentado en esa hermosa plaza adornada por hojas de otoño, muy cerca quedaba la panadería del pueblo, así que fui por un rollo de canela y un café ese día estaba dispuesta a almorzar en la plaza. Una vez hecha mi compra, fui hasta el banco mas próximo a una esfinge cuya base se encontraba una brillante y virgen placa que carecía de rayones y de un nombre que lo identificara, era una esfinge de concreto pulida a la perfección, cada rasgo en aquella estatua era simplemente perfecto, un caballero de armadura gruesa haciendo una pose heroica. Me intrigó saber quien seria el galardonado y la razón por la cual olvidaron escribir su nombre. Me demoré más de lo normal en consumir mi rollo de canela y en tomar mi taza de café y a la hora de ir al albergue algo dentro de mi no quería irse de la plaza, en ese lugar había encontrado más paz que en el resto del Quintinville en toda mi vida.
Esa tarde poco ayude a los niños con su lectura, pues estaba distraída pensando en la perfección de la esfinge. En lugar de dar sus lecciones, comencé a preguntarles si alguna vez se habían fijado en tan majestuosa obra arte, en efecto todos la habían visto, pero ninguno sabia quien era el héroe que se personificaba en la escultura. No podía pedirles más, si no lo sabía yo, que era la maestra ¿Cómo iban a saberlo los pobres niños huérfanos?
Al salir de allí, pasé un rato más con la estatua, simplemente no me cansaba de admirarla. Contemplé como el sol bajó y como las estrellas poco a poco comenzaron a salir, esa noche llegué tarde a casa y no pude dormir, el sentimiento de vacío en la boca del estomago era desesperante, sentía que sólo podía ser llenado por la esfinge.
Al día siguiente como de costumbre, llegué donde Doña fusgo a cortar los tallos de los girasoles para emparejarlos, y estuve haciendo mi trabajo pero de mi mente no salían las preguntas sobre la perfecta esfinge “¿Cuál seria la proesa de este héroe? ¿Qué lo hizo digno de una estatua?” Entre tanto pensar al cortar los tallos, accidentalmente corté mi mano con las tijeras, pero para ser sincera estaba tan perdida imaginando que ni siquiera sentí el corte
– Rosy ¿Qué estas haciendo niña? Te has cortado las manos – dijo la Sra Marly arrancando las tijeras de mis manos
– ¡Oh, lo siento! estaba un poco distraída
– Ve a lavar tus manos con agua oxigenada y ponte una gasa – ordenó
De inmediato fui y curé mis manos cortadas, así que regrese a seguir cortando tallos
– No seguirás usando nada filoso por hoy, no vaya a ser que te quites la mano – explicó – ve y ordena esos lirios
– Está bien Doña Marly – asentí siendo disciplinada
– ¿Cómo se llama? – preguntó cuando estaba a punto de perderme nuevamente en mis pensamientos
– ¿Quién?
– ¡El hombre que te tiene así niña! – exclamó como si fuese obvio – Vamos Rosy, te he visto trabajar aquí desde hace mucho y nada logra distraerte de esa manera, eres muy aplicada
– ¿Por qué tiene que ser por un hombre mi distracción? – pregunté
– Soy más vieja que tu Rosy, y cada vez que una mujer es tan tonta como para cortar su mano, hay un hombre en su cabeza
– Pues lamento decirle que se equivoca, esta vez la experiencia no tiene la razón
– ¿Entonces no estas enamorada? – entrecerró los ojos en su pregunta,
Hice silencio tras escuchar esa pregunta, por que sí había alguien en mi cabeza, y hasta ese momento me di cuenta de que también estaba ocupando mi corazón, pero en algo no tenia razón la Sra Fusgo no era un hombre lo que me tenia enamorada, o no por lo menos uno de carne y hueso, si no aquella perfecta esfinge
Salí de trabajar y una vez más fui a la panadería, a comprar cualquier cosa que sirviese para almorzar en esa plaza junto a mi hermosa estatua, y sentir esa paz que había sentido el día anterior.
– Oiga – llamé la atención del panadero antes de salir – ¿Usted que sabe sobre la esfinge de la plaza? ¿La ha visto, como se llama esa obra? ¿Quien la esculpió y a quien representa?
– Le viene a preguntar a la persona incorrecta – respondió limpiando sus manos en el manchado delantal – Este servidor solo sabe de pan. Pero tal vez en la biblioteca consiga lo que esta buscando
Fui a almorzar y demoré mucho más que el día anterior, tanto que se me pasó la hora de ir al albergue, así que recordé las palabras del panadero y fui hasta la biblioteca. Estuve revisando unos libros pero no conseguí mucho, sólo uno viejo donde aparecía un mapa del pueblo antes de ser pueblo, y luego uno del pueblo totalmente construido, en donde señalaban los sitios más emblemáticos del lugar. En el mapa se notaba bien donde estaba la panadería, la laguna, la estación de policías y el este del pueblo, el cual según los rumores estaba maldito, pues en ese lugar siempre ocurrían accidentes donde misteriosamente los sobrevivientes perdían la visión. Pero todo eso no eran mas que cuentos, cuentos que no respondían mis preguntas sobre mi amado.