Jamás me di cuenta de lo egoísta que solía ser cuando de amor se refería, aleje a las personas solo por hablar mal; me empeñe en buscar el lado positivo, el lado tierno y amable, buscando escusas para justificar cualquier daño, ocultando las lágrimas en una sonrisa, y cuando abrí los ojos estaba sola, y lo peor de todo, herida, una herida que quizás no cerraría nunca.
Pero existía una persona que la curaba día a día, y en el afán de conservar a mi amor, le había alejado también, ¿cuantas veces no lloro conmigo y aun así sonreía para hacerme feliz?, ¿cuantas veces no escucho los mismos lamentos una y otra vez?, y solo respondía: “te lo advertí y aun así no me quisiste escuchar”, ¿cuantas veces no quería morir de rabia ante la impotencia de no poder hacer algo para calmar mi llanto?, pero solo golpeaba o rompía diciendo: “yo jamás podré hacerle daño a aquella persona que tú quieras”, ¿cuantas veces más levanto la voz para regañarme, haciéndome llorar aún más?. Su enojo era comprensible, pero jamás me hizo más daño del que ya me habían hecho, solo deseaba verme feliz, pero sobre todo ¿cuantas veces me hizo reír a pesar de tener aun lágrimas en los ojos?, ¿solo porque yo era su pequeña aprendiz? no yo era más que eso. Me había convertido en su luz, en su calma, su mejor amiga, pero sobre todo, la persona que le había sacado toda la oscuridad y el odio que llevaba en su interior, quizás la ingenuidad con la que me conoció le hizo cambiar para protegerme o tal vez de verdad yo era la luz que él esperaba y el aliento de vida que necesitaba.
Nunca sabré cual es la verdad, pero por el resto de mi vida recordare lo egoísta que fui, al dejar de lado y olvidar el nombre de quien compartió su fuerza y me dio algo que nadie más en el mundo había hecho… amor verdadero.
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Editado: 22.02.2019