Todo el mundo conoce la famosa noche de Halloween, pero en este pueblo abandonado por la sociedad, puede llegar a ser más peligrosa de lo habitual.
En este lugar ubicado en el medio de la nada, esta noche no se utiliza únicamente para ir a pedir caramelos e ir disfrazado por la calle. Abandonados por todos aquellos que ejercen la ley, inauguraron, de forma inconsciente, la noche de brujas para desfogarse y hacer todo aquello mal visto por la sociedad, ya sea vandalismo, robo o, para aquellos más atrevidos, asesinato.
Los más inteligentes se quedan en sus casas y cierran con llave esperando a que acabe la noche, pero aquellos con ganas de divertirse, también conocidos como insensatos, salen sin saber que se encontraran. Este es el caso de Lucas y Carlos.
Cada 31 de octubre ambos se encontraban en la entrada del pequeño centro médico con la tradición de esperar a que llegara algún herido de la noche. ―Podía parecer sádico, pero muchos lo considerarían como lo más seguro que puedes hacer después de quedarte en tu casa―. Así que a las seis de la tarde, justo después de que se pusiera el sol, Lucas llegó al lugar, extrañándose por la ausencia de su amigo, pero sin impedir que se sentara en el astillado banco habitual.
No pasaron más de cinco minutos cuando Carlos llegó y se sentó en el banco. No le explico el motivo de su tardanza, pero Lucas tampoco se había molestado en preguntar, así que lo interpretó como un simple retraso más para su historial.
Se pusieron a hablar de temas cotidianos. Ambos iban al instituto, así que, puesto que justo el día antes habían asistido a clase, se pusieron a hablar del tema. Pero no pasaron más de 45 minutos cuando se vieron interrumpidos por alguien.
Tras una máscara negra, alguien, acompañado por cinturón repleto de afilados cuchillos, los acechaba desde el otro lado de la calle. En ese instante, Lucas y Carlos silenciaron todo tema de conversación, pasando a observar aquella figura que los observaba.
Lucas no sabía como reaccionar. ¿Decir algo, quedarse inmóvil o correr sin frenos? Pero antes de que pudiera decidirse, aquel enmascarado lanzo uno de los cuchillos en su dirección como quien lanza dardos en la feria, con la única diferencia en el ansia con que lo hizo.
Para su suerte, Lucas y Carlos consiguieron tirarse al suelo impidiendo el más mínimo roce. Pero antes de que pudieran levantarse, aquella figura se dirigía hacia ellos, con la mayor de las calmas, con un nuevo cuchillo entre los enguantados dedos.
―¡Corre! ―gritó Carlos cogiéndolo del brazo para levantarlo.
Ambos corrieron hacia el interior del centro médico con la esperanza de recibir ayuda, pero, al estar todos resguardados a la espera únicamente del timbre del teléfono, se encontraron solos. Aquella figura seguía siguiéndolos, esta vez acelerando el paso, así que, con el único objetivo de huir, corrieron hacia las escaleras que llevaban al sótano.
Podía parecer un suicidio ir hacia el único lugar sin salida, pero, privados de cualquier otra salida y el beneficio de la calma, era el único lugar al que se les ocurrió huir.
En cuanto pisaron el último escalón se encontraron con infinidad de equipos médicos obsoletos a la espera de ser destruidos. Así que decidieron esconderse tras ellos con la esperanza de no ser descubiertos.
Aquellos pocos segundos, en medio del más profundo silencio, se le hicieron eternos a Lucas, hasta que finalmente aquel depredador llegó hasta la sala donde se encontraban. Lo único que podía hacer en aquel momento era permanecer en su sitio con la esperanza de que no le encontraran. Y así fue. No fue descubierto, porque encontró antes a Carlos.
Con un chillido en la garganta, aprovechó la desafortunada distracción para huir, dejando a su merced a su amigo. Le dolía, pero la única posibilidad que encontraba para salvarse era correr, y eso hizo. Corrió lo más rápido que pudo hasta la salida, queriendo ignorar lo que le estuviera pasando a Carlos, hasta que finalmente se encontraba curiosamente a salvo en medio de la calle en la noche más peligrosa del año.
Su corazón le pedía que esperara a Carlos, con la esperanza de que hubiera conseguido salvarse; pero la razón le exigía que utilizara las piernas con las que había nacido y las usara para huir lo más lejos que pudiera. Entonces, cuando aquella figura volvía a vislumbrarse en la distancia, no se lo pensó dos veces antes de empezar a correr.
No podía ir a su casa, sus padres trabajaban hasta tarde fuera del pueblo y para su suerte había perdido sus llaves en la huida. Solo le quedaba ir a casa de una amiga, la única que le quedaba en el pueblo y que, para completar su suerte, vivía en las afueras del pueblo, el punto más lejano de donde se encontraba.
Correr no era su fuerte, pero al menos había perdido de vista a aquel cazador. El único problema que le quedaba hasta llegar a casa de su amiga Julia, eran los demás. El resto de gente que había salido aquella noche con ganas de mancharse las manos. La zona más peligrosa era el centro, pero rodearla implicaba alargar mucho el camino y la falta de entrenamiento en sus piernas le impedía escoger aquella opción, así que, tratando de esconderse entre las sombras, fue para allá.
Ya se había adentrado en el irreconocible centro, lleno de contenedores en llamas y basura por las calles, pero estaba milagrosamente tranquilo. Parecía que la gente ya había cumplido su cometido allí y se había ido a otra parte, pero efectivamente solo lo parecía.
Editado: 16.02.2024