Cuentos cortos para el café

Los girasoles del desierto

El sol estaba en lo alto, con el cielo despejado, haciéndose sentir en todo el desierto y dando un abrazo infernal a los seres que allí habitaban.

Por este campo de supervivencia cruzaba un grupo de soldados con trajes militares y armas pesadas, que se desplazaban en fila india entre las montañas de arena.

Habían recibido la orden de llegar a una base militar aliada, pero esto les salió caro, debido a que se desviaron para esquivar a un pueblo enemigo y con el pasar de los días, se les acabó el agua a muchos. Algunos ya comenzaban a deshidratarse.

—Este sol está que arde —mencionó un cabo—, ¿Acaso nos mandaron por este camino para que nos muramos?

—No vale de nada quejarse a estas alturas, soldado —dijo su jefe inmediato—, si en realidad quieres eso, puedes acostarte en la arena y enterrarte tú mismo.

Tras cuatro largos días, llenos de cansancio, sus cuerpos estaban siendo consumidos y ciertos hombres veían cercana la muerte. Otros, sin embargo, aún poseían cierta cantidad de agua en sus cantimploras, por lo que iban de mano con la esperanza.

Fue en el anochecer, cuando vino la luna salvaje y el filoso frío recorrió por sus pieles, que aconteció el hecho. A todos y cada uno de los soldados les llegó un hedor increíble, tan fuerte que algunos se cayeron al suelo mientras tosían.

El capitán, quien iba al frente, fue testigo de una gran atrocidad. Al menos cien hombres se encontraban tirados, muertos y mirando hacia arriba, como si fueran deliberadamente colocados de esa forma. Al inspeccionarlos, se encontraron ciertas características similares en cada cual: todos habían sido apuñalados en el corazón, y lo más extraño, entre sus manos se veían girasoles.

—¿Girasoles? ¿aquí? —se cuestionó el capitán.

—Esto me da mala espina —sospechó un soldado a su lado.

Algunos vomitaron, otros desviaron la mirada y oraron por los muertos. Pero la mayoría, hartos de tanto caminar y debido a su deshidratación, no lo pensaron dos veces en lanzarse y quitarles las pertenencias a los cuerpos. Les robaron cantimploras con agua, algunas ropas, armas, medicinas y demás cosas de valor. Los sedientos soldados se comportaron como animales y provocaron un desorden terrible. Muchos incluso se quedaron con los extraños girasoles, como si les trajeran suerte, sin pensar que se los estaban quitando a gentes que no la tuvieron.

Al otro día, un selecto grupo de cinco supervivientes, desesperados y llenos de terror, llegaron a la base militar que les habían asignado. Reportaron lo que pasó en el recorrido, sobre los cuerpos encontrados el día anterior y, sobre los hombres de la tropa que habían cogido un girasol. Ya que mientras caminaban, la muerte llegó a sus almas y cayeron, como si hubiesen sido envenenados.

¿Qué había pasado con todos esos hombres realmente? ¿De qué estaban hechos esos girasoles? Eso es algo que nadie pudo averiguar, los testigos contaron el hecho de forma fantástica, y el desierto abrazadero se tragó cualquier evidencia de lo ocurrido esa noche. 



#30530 en Otros
#9660 en Relatos cortos

En el texto hay: cuento corto, drama, relatocorto

Editado: 02.12.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.