6969 palabras
Alba se presentó un día cualquiera sin que me entere, en realidad. Recuerdo que, cuando me di cuenta, ella ya estaba ahí diciendo hola. Pensé que sería una de esas personas que solo aparecen en tu vida y desaparecen el año que viene, así que no le di la suficiente importancia durante unos meses hasta que me regaló un peluche. ¿Por qué lo hizo? Solo le dieron ganas de hacerlo, siempre respondía algo así. Tal vez eso debió darme alguna señal para irme, pero yo no tenía ni la menor idea de cuántas cosas habían cambiado desde su llegada… y con cosas me refiero a mí mismo. Suspiro, recordar esos días siempre me saca una sonrisa, luego recuerdo el resto de la historia y regreso a la realidad como si esta me abofeteara con toda su fuerza. El sonido del agua moviéndose es lo más parecido al silencio y los graznidos de algunas aves que se atreven a volar lejos de la bahía terminan de darle ese toque a la sinfonía que te ofrece el mar. Aquí se siente una paz irritante, de esas que te dejan un mal sabor de boca mientras tu ser descansa. Respiro profundo y acciono la polea que jala el hilo de pescar trayendo consigo una gran cantidad de peces, el sistema con el que cuento hace que estos caigan solos dentro del bote, luego suelto la palanca y el hilo vuelve al mar como si lo estuvieran succionando mientras que yo lanzo más cebo y el barco sigue expulsando chorros de agua. A veces me da cierto desabor el arruinar el sonido del mar mientras pesco, pero es mi sustento.
Llego al muelle y atraco mi barco, mis fieles compradores esperan mi pesca diaria y pelean por comprar todos los peces que traigo. Siempre termino vendiendo el lote completo por una cantidad bastante elevada a algún restaurante de primera clase donde el mismo chef me ha invitado a comer gratis, obviamente, pero mi vida se resume en pescado. Cobro lo acordado y dejo que los chacales del puerto encajonen los pescados mientras me siento a cerciorarme de que no le hagan nada a mi nave. A veces me pregunto que haré con todo el dinero que tengo además de darle mantenimiento a mi barco y pagar la renta de un cuarto que casi no uso. Suspiro, ¿para qué quiero tanto dinero si no lo utilizo?
Llego al puerto cuando la luna está en su punto más alto, pero, por la cantidad de luces y de personas en movimiento, pareciera que fuera de día aquí. Respiro hondo y camino hacia Alma, mi nave, acaricio su casco con dulzura tentándola para que no me falle este día. Cierro los ojos y empiezo mi ritual para poner en marcha mi viejo bote, pero alguien no deja de observarme.
Es como si hubiera escupido esas palabras. El joven está sentado en un cajón que, por pura suerte, logra sostener su peso, me observa con algo de miedo, pero quizá solo sea nerviosismo. El joven se levanta de su asiento y se acerca un poco hacia mí.
El chico parece entusiasmado por algún motivo.
Él ríe, no sé por qué.
Suspiro.
El joven sonríe.
Empujo a Alma y subo mientras se mueve lentamente, acciono el motor y empiezo mi viaje adentrándome en el mar. Respiro profundo mientras miro mi brújula, luego la guardo en mi bolsillo.
Aclaro mi garganta y cierro los ojos para sentir como el viento frío de la noche intenta curtir la piel de mi rostro, pero no tiene éxito.
El sol empieza a quemar mis brazos avisándome que ya es tiempo de volver, así que tiro de la polea para recoger a los últimos peces y emprender la marcha, no sin antes acercarme lo suficiente al agua para sumergir una de mis manos en ella en son de despedida. Atraco a Alma al llegar al muelle mientras mis habituales compradores se amontonan lo más cerca posible a mi barco para comprar lo que he traído, puedo escuchar como vociferan sus ofertas, cada una más cuantiosa que la anterior, pero siempre termino eligiendo a alguien al azar; ellos lo saben, aún así insisten en lanzar más dinero a esta supuesta subasta. Casi sin ver a la multitud, señalo a alguien y este se regocija mientras que los demás aceptan su derrota y se dirigen a los demás botes para comprarles peces. Yo desciendo de Alma y acaricio su casco antes de darle la espalda para que los chacales se encarguen de descargar todo el pescado. Me alejo un poco y me siento en una caja a vigilar que no le hagan nada extraño a mi barco. Pasado un tiempo, y cuando el movimiento del muelle ha bajado un poco, el mismo joven que esperaba frente a mi barco antes de que zarpara se me acerca.
El chico sonríe, no me es simpático.
El joven se sienta en el cajón de al lado sin decir una sola palabra, ni si quiera hace ruido alguno. Supongo que no puedo decirle nada al ser un espacio libre, pero no puedo evitar sentirme irritado, aún así, me mantengo calmo.