Cuentos de Oz

El cementerio.

Vivía en un pueblo pequeñito, alejado de la ciudad, con suerte lo habitábamos unas 100
personas. En medio de este estaba el cementerio local y para llegar a mi casa debía atravesarlo
todos los días, rodearlo me tomaría más tiempo.
En las mañanas salía a trabajar al almacén que abastecía a todo el pueblito, la gente mayor
estaba muy a gusto conmigo viviendo allí, la mayoría eran ancianos y nadie en la gran ciudad
se preocupaba de este pueblo olvidado. Creo que fue una buena idea establecerme aquí y
montar mi propio negocio. Ellos y yo salíamos ganando.
Al ocaso cerraba el almacén y partía camino a casa, como de costumbre, la gente me saludaba
al pasar y agradecía una presencia más joven y trabajadora en el lugar, literalmente el pueblo
era un lugar donde ibas a morir al jubilarte, todos venían aquí a buscar la paz que en la ciudad
no se puede encontrar. Al pasar por el cementerio saludé a Don Pedro, él siempre está ahí
cada vez que paso, se le ve poniendo flores frescas cada mañana y en la noche fumando un
cigarrillo al costado de un sepulcro.
Me saluda con un movimiento de cabeza y prosigue en lo suyo. Al llegar a casa, recaudé el
dinero de la semana el cual debía depositar al otro día en el banco de la ciudad. Aquí no había
pagos con transferencia, todo con efectivo, el cual me obligaba a salir del pueblo y en donde
aprovechaba y traía nuevas provisiones.
Muy temprano en la mañana salí de casa, pasé por el cementerio y ahí estaban varios
lugareños poniendo flores a sus muertos, los saludé a todos cordialmente, pero a la rápida, ya
que el bus que me llevaría a la ciudad pasaba a cierta hora por aquí. Ya en él, el conductor me
preguntó si tenía a alguien en el cementerio local, le dije que no, que yo vivía y trabajaba en el
pueblo. Me miró por el espejo retrovisor un momento y luego se echó a reír. No me pareció
chistoso, así que lo ignoré el resto del trayecto. Me bajé cerca del banco y fui a hacer mis
trámites.
A penas terminé de hacer todo, me senté en el paradero esperando el bus de regreso al
pueblo, para mi desgracia era el mismo conductor el que me llevaría de vuelta. Todo cargado
me subí y me senté lo más atrás posible, pero fue en vano, el chofer me preguntó si no temía
vivir cerca del cementerio, le respondí tajantemente que no y volteé mi mirada hacia la
ventana el resto del camino.
Ya de vuelta no me encontré con nadie por las callecitas del pueblo, me pareció raro. Llegando
al cementerio los vi a todos reunidos ahí, como debía atravesarlo, me escabullí entre medio de
todos y pregunté qué hacían todos aquí. Me respondieron que pronto llegaría un nuevo
huésped y estaban preparando la sepultura para los días siguientes. Me dio un escalofrío en la
espalda y seguí mi camino a casa.

Al día siguiente me dispuse ir a abrir el local, en el cementerio no estaba Don Pedro como de
costumbre, caminé un poco y pude ver el agujero esperando el ataúd. Miré un poco más
detenidamente y vi el sepulcro que frecuentaba Don Pedro con su nombre en él, estaba
atónito, revisé los demás y en ellos se leía el nombre de todos los habitantes que iban a mi
almacén y saludaba a diario. Salí corriendo en dirección al pueblo y en la entrada de este se
veía un carro fúnebre rodeado por los lugareños. Vamos, acompáñanos a despedirte, es una
pena que hayas muerto en el accidente de bus, dijo Doña María.
 



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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