Cuando desperté estaba sola y helada, Adrián había dejado la ventana abierta al irse. Fui por
un café para abrigarme, pero un rastro de sangre se cruzó en mi camino. Seguí el rastro y este
provenía del cuarto de mi hija. Al entrar a su cuarto la veo ensangrentada de pies a cabeza con
una sonrisa de oreja a oreja. Adrián estaba muerto a un costado de su cama, mi hija lo había
matado. Lentamente levantó su cara y me dijo: Adrián ya no volverá a drogarte para abusar de
mí.
La abracé fuerte y le pedí perdón por meter a la casa en tan poco tiempo a mi nuevo novio.
Deshazte de su cuerpo, me dijo al oído, entiérralo junto a Tomás, continuó.
¿Tomás? Le pregunté, sí, me respondió, el hacía lo mismo, no te abandonó simplemente, lo
maté y lo enterré junto a los arbustos, respondió. Y deja un espacio para el bebé, no criaré un
hijo de un violador, terminó.