Cuentos de Oz

La casona.

Mi padre siempre fue un borracho y un ludópata, pero nunca quiso asumirlo, mi madre por su
parte ahorraba a escondidas. Desde antes que yo naciera pasó muchas miserias y hambre. Las
constantes apuestas perdidas tenían la casa casi vacía, una vez borracho llegó a casa con su
amigo ebrio a buscarme, ya que había sido su apuesta. Mi madre furiosa los golpeó y con lo
mareados que estaban tropezaron y cayeron por el pórtico, quedando inconscientes. Ambos
sabíamos que cuando recuperara el sentido nos iría muy mal, pues no sería la primera vez que
nos golpease. Aún teníamos moretones y marcas en cara y cuerpo.
Con temor mi madre me mandó a guardar todas mis pertenencias en una maleta, esa misma
noche nos iríamos de ahí. En la alacena, dentro de un saco de harina, estaban guardados todos
los ahorros que mamá juntó a escondidas de papá durante muchos años.
Salimos de casa por sobre los cuerpos desmayados esperando jamás volverlos a ver.
Caminamos junto a la oscura carretera con la esperanza de que algún vehículo nos sacara muy
lejos de allí, no tuvimos suerte. A las horas llegamos al centro de la ciudad y dormimos en un
paradero de autobús hasta que amaneciera. Cuando los primeros rayos de sol dieron sobre
nosotros, tomamos el primer bus destino a donde sea, pero lejos.
Llegamos a un pequeño pueblo donde la mayoría de las casas se caían a pedazos, el bolsillo de
mamá no podía permitirnos vivir en algún lugar mejor. Alquilamos la casona más antigua del
lugar, su precio era baratísimo y llevaba décadas abandonada. A mediodía nuestras pocas
cosas estaban dentro. El lugar era un asco, mucho polvo cubría los muebles y las telarañas iban
del techo al suelo. Mamá me mandó a ordenar y limpiar mi cuarto mientras ella se encargaba
del aseo. La escalera al segundo piso acusaba mis pasos, crujía como las hojas secas en la
entrada.
Al final de estas, un pasillo interminable con muchas puertas me esperaba, una a una fui
revisándolas. Esperaba encontrar alguna pieza para niños y finalmente esta estaba al final,
junto al baño. Cuando entré pude ver juguetes muy antiguos y misteriosamente la habitación
estaba limpia. Ordené mi ropa y luego me asomé a la ventana, pude ver un niño parado junto
al árbol mirándome fijamente, retrocedí del miedo, nervioso volví a mirar y no había nadie,
solo el columpio de neumático meciéndose. Para tranquilizarme inventé que quizás era un
vecino de mi edad que pasó por ahí. Había dormido tan mal en aquel paradero y luego en el
bus que decidí recostarme a tomar una siesta.
En el sueño, pude ver la misma habitación donde un niño como de mi edad jugaba con un
peluche o animal muerto, que estilaba sangre al momento de guardarlo en el baúl de juguetes.
Desperté de golpe luego de verle la cara de demonio que tenía. No sé cuánto tiempo había
transcurrido, ya estaba oscuro, me levanté y encendí la luz, con un poco de inseguridad me
acerqué al baúl a ver si todo era cierto, pero las manchas de sangre seca en el piso me
advertían que sí. Con recelo lo abrí y efectivamente ahí estaba un conejo bañado en sangre
seca, dejé caer de golpe la tapa y salí corriendo donde mi mamá. Al salir del cuarto mi madre
venía con sus cosas en brazos y entró a su cuarto. Me daré una ducha, me siento asquerosa,
deberías tomar una también tú, me dijo.
Obedecí y entré al baño al costado de mi cuarto, dejé la toalla colgada y entré a la tina, cerré la
cortina y abrí la llave. La cañería hacía un ruido raro, que provenía como desde el sótano,
lentamente el sonido se sentía más cerca, como si algo recorriera los ductos. Con los ojos
cerrados y el agua en la cara, sentí el ruido apagarse al llegar a la regadera. El agua en mi boca
tenía una textura espesa, abrí los ojos y estaba bañado en sangre, ya no había agua, corrí la
cortina, grité por ayuda y agarré la toalla para secarme. Mi madre entró al baño y no entendía
qué me pasaba. ¡Sécate dentro de la tina, estás mojando todo! Me regañó.
Cuando miré mi cuerpo solo agua era lo que escurría. No me asustes así, dijo mi mamá y se
fue. Me sequé rápidamente y me fui a vestir. Todo era muy extraño. Al rato escuché a mi
madre gritar para que fuese a cenar. Caminé por el largo pasillo y antes de bajar las escaleras
la vi en su cuarto, ¿A dónde vas? Preguntó. Le respondí que, a cenar, como ella había dicho, yo
no he hecho nada para cenar, respondió, vamos ayúdame a preparar algo, continuó.
Creí haber escuchado mal, esta casa estaba muy rara, en fin, ayudé a cocinar, cenamos y le
pedí a mamá si podía dormir con ella, a lo que ella accedió. Se durmió al instante de poner la
cabeza en la almohada. Por mi parte me quedé mirando el techo, las sombras de los árboles
justo daba a ese lugar, cuando por fin estaba agarrando el sueño un ruido se oyó en el pasillo.
Tenía mucho miedo, quise despertar a mi mamá, pero dormía profundamente, me
envalentoné y me asomé por la puerta mirando de donde provenía el sonido. Era la puerta de
mi cuarto la que se golpeaba con el viento, había dejado la ventana abierta ahora que lo
recordaba. Atravesé el largo pasillo y entré al cuarto, cerré con pestillo y salí rápidamente.
Ahora unos golpes más fuertes se escuchaban en el primer piso, más puntualmente en la
puerta de la casona. Mi madre salió del cuarto y bajó las escaleras crujientes con cuidado, se
agachó y se escuchó la voz de mi padre. Al acercarme también escuché su voz, se oía enojado y
borracho.
Ni un día había durado la paz, mamá estaba aterrada, me tomó del brazo y nos volvimos
acostar. A la mañana siguiente la vi llorar a los pies de la cama, la abracé por la espalda y entre
sollozos me pidió disculpas. Se culpaba por no llevarnos a vivir aún más lejos, donde mi padre
no nos pudiese haber encontrado. En la tarde estaba columpiándome junto al árbol y vi que la
ventana de mi cuarto estaba abierta, siendo que la noche anterior la había cerrado. Pensativo
subí y entré a mi cuarto, para mi sorpresa la ventana estaba cerrada y detrás de mí la puerta se
cerró de golpe. Empecé a golpearla y a gritar por ayuda, el baúl de juguetes se abrió y un
cuchillo salió de él flotando y luego cayó al piso y la puerta se abrió. Me agaché a recogerlo y
en su empuñadura decía: “Por si viene otra vez”
Supuse que se refería a mi padre, con un poco más de calma, lo tomé y lo guardé en mi
bolsillo. Asumí que las cosas paranormales que estaban sucediéndome eran por algo, como
que todo fue para llegar a este momento. No escuchaba a mi mamá, la busqué por toda la
casona, pero no había rastro de ella. Me faltaba solo revisar el sótano, me rehusaba a ir a ese
lugar, era lo más tétrico de aquí. Despacio abrí la puerta y la llamé, se escuchó un gruñido
débil, un escalofrío recorrió mi espalda, debía bajar, pensé. Cuando llegué abajo encendí la luz
y mi padre tenía agarrada a mi madre por atrás y le tapaba la boca con su mano.

Me las quise dar de valiente y saqué el cuchillo de mi bolsillo tan torpemente que este cayó al
piso, cuando lo iba a recoger mi padre me pateó la cabeza y caí de espaldas. Empujó a mi
madre lejos y se me aproximó para enterrarme el cuchillo, solo atiné a cubrirme con los brazos
y cerrar los ojos, sentí que moriría en ese instante. Abrí los ojos al sentir el cuchillo caer. Mi
padre flotaba en el aire, como si algo lo tuviese agarrado del cuello, de pronto se oyó: “¡A esta
casa no entrarás más, solo un demonio puede vivir en ella!



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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