Cuentos de Oz

Pasto largo.

Nací y me crié en el campo y desde muy pequeño solía salir a jugar con mi vecina en la
pradera. Una tarde jugando a las escondidas un poco más allá de donde teníamos permitido
visitar la perdí de vista, salí a buscarla y no la encontré por ninguna parte, incluso me paré
debajo de los árboles para ver si estaba escondida en las copas. En mi angustia y desespero
empecé a gritarle que ya no quería jugar más, que ella había ganado.
Al no escuchar respuesta alguna, mi mente de niño creyó que ella había vuelto a su casa o que
su mamá la había llamado sin que yo me percatase. Enojado por haber estado jugando solo
mucho rato me fui a casa también, ya estaba anocheciendo y mi papá me regañaría. Después
de cenar me fui a dormir, pues había empezado a llover a cántaros.
Ya entrada la madrugada, entremedio de truenos y relámpagos mi mamá me despertó
bruscamente. ¿¡Dónde está Amanda!? Me preguntó con voz firme. Yo, entresueños le
respondí que en su casa. En eso entró a mi cuarto su madre, toda mojada, llorando y
suplicando que le dijera dónde estaba su hija. Ahí terminé de despertar y noté sus lágrimas
camufladas con el agua que escurría de su cabello. Amanda nunca volvió a su casa después de
jugar conmigo, asimilé.
Mi mamá trataba de consolarla y mi papá se ofreció a salir a buscarla junto a su padre. La fea
tormenta sabotearía cualquier grito de ayuda, la oscuridad y la lluvia jugaban en contra. En
casa me interrogaron por varias horas, pues, fui el último en verla. Prometí que a la mañana
haríamos un recorrido por donde jugamos, en este caso solo faltaban unas pocas horas.
Ya en la búsqueda, todas las esperanzas en que Amanda apareciera recaían en mí. Temía
quedar de culpable si no la encontrábamos. Así llegó nuevamente la noche y no hubo rastro
alguno de ella. Sus padres muy apenados se fueron a la estación de policía en la ciudad más
próxima a poner una constancia por presunta desgracia. En casa y vecinos de los alrededores
seguían cuestionándome, yo solo quería descansar y que Amanda regresara de donde
estuviese.
Al día siguiente la policía llegó con perros de rastreo para barrer el área de forma completa,
lamentablemente cualquier rastro de su olor habría desaparecido con la lluvia que nos azotó la
noche anterior. Los perros olfateaban en vano y para los policías se les complicaba la búsqueda
con el barro y el pasto largo por doquier. A la semana dieron por desaparecida a Amanda, me
sentía horrible y peor aún sus padres.
Los años pasaron y siempre noté un recelo en la mirada de sus padres hacia mí. Sabía que yo
no tenía culpa alguna, pero me hacían sentir que sí. Con los años siguientes me fui a estudiar a
la ciudad, terminé mi carrera universitaria, me casé y tuve hijos. De vez en cuando íbamos a
visitar a mis padres al campo, a mi hija mayor la llamamos Amanda en honor a mi amiga de
infancia.
A mis pequeños les encantaba correr por el prado y esconderse entre el pasto largo, esta vez
un ojo estaba sobre ellos siempre, vi a mi hija agacharse entre el pasto y luego de un rato no la
vi salir. Llamé a mi mujer y le dije que se llevara a mi hijo menor, corrí al escondite y mi
Amanda no estaba, por un momento se me detuvo el corazón, y pensé: Esto está ocurriendo
otra vez, no puede ser.
En un acto de desesperación empecé a arrancar el pasto largo que había, continué
incansablemente hasta que llegué a ver tierra. Un agujero estrecho se veía a penas y a media
profundidad estaba mi hija agarrada a unas raíces, seguí cavando sin medir que mis manos
estaban ensangrentadas y logré sacarla de ahí. La sostuve fuerte contra mí, me sentí aliviado al
haber podido salvar a Amanda que valía por dos. A las horas la policía indagó en el lugar, e
inició una revisión con cámaras para luego ordenar una pronta excavación y rescatar los restos
de mi amiga que yacían al final de ese agujero.
 



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En el texto hay: locura, suspenso, terror

Editado: 25.11.2023

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