Cuentos de Primavera: Historias que florecen

Sakura

Contaba la leyenda que en la cima del monte Moiwa se encontraba el árbol de sakura más grande de Japón. Los lugareños lo consideraban un dios que todo lo podía, puesto que era el único árbol que sobrevivía a los crudos inviernos del norte. Se decía que aquellas personas que lo encontraran serían bendecidas con un deseo.

Si bien era una historia que se pasaba de boca en boca entre los locales, eran pocos los testigos de tal milagro, ya que el árbol solo se dejaba ver a aquellos que realmente estaban desesperados por encontrarlo. Había varias historias sobre los milagros del árbol de Sakura: un hombre que había escalado hasta la cima del monte para pedir que su pequeña hija recuperara la vista; una abuela que había pedido un año más de vida para ver nacer a su tataranieto; y hasta un niño que había pedido que el brazo de su padre volviera a crecer. Todas las historias culminaban con el evento milagroso del deseo haciéndose realidad. El problema era que nadie sabía quiénes eran los protagonistas de esos cuentos y había muy poca gente que podía afirmar, de buena fe, que el árbol existía.

Tamura y Reizei Saki habían escuchado estas historias por años. Jamás les habían prestado atención; eran como pequeñas anécdotas que surgían en las calles de la aldea. Pero luego de varios años de intentar tener una familia sin resultado, la idea de un árbol milagroso comenzó a tomar fuerza en el matrimonio Saki.

Fue una noche de primavera mientras Tamura preparaba la cena en una gran cacerola de arcilla cuando propuso ir en busca del árbol. Ella había escuchado a varias mujeres hablando de este milagroso dios que cumplía los deseos de los más desesperados. Y ella, quien llevaba años luchando contra la infertilidad, deseaba engendrar un hijo con todas sus fuerzas. Reizei la contempló en silencio por varios minutos. Él también deseaba un hijo, un heredero. Y tampoco quería seguir viendo a su esposa sufrir. Reizei deseó que hubiese otra manera; la duda de la existencia del árbol lo preocupaba. Tamura jamás podría tolerar semejante decepción. Sin embargo, ante la insistencia de su esposa, decidió aceptar la propuesta y ambos partieron al monte Moiwa al día siguiente.

El camino no era tan sencillo como parecía; el calor de la primavera volvía aquellas tierras sofocantes y la naturaleza se había apoderado del camino que algunos viajeros habían logrado delimitar. Reizei había llevado un hacha que usó hasta cansarse para cortar las ramas, remover los arbustos y cazar animales para cenar cuando la noche caía en el bosque. Pronto dejaron de ver las luces de la aldea. Habían comenzado a transitar el corazón del monte en busca de la cima. Pero no importaba cuántas vueltas dieran, el árbol no aparecía.

Las horas se convirtieron en días y los días en semanas. Tres semanas habían pasado y los aldeanos comenzaban a preocuparse por la vida de la pareja. Algunos familiares de la pareja decidieron internarse en el monte para dar con ellos, mas fue imposible. No había señal de los Saki; era como si el mismo monte los hubiera absorbido. Pero sus allegados no perdieron la esperanza, y mientras los hombres salían cada mañana en busca de Tamura y Reizei, las mujeres se dedicaban a limpiar su casa con la ilusión de que regresaran pronto y encontraran su hogar en orden.

Si bien Tamura y Reizei llevaban la cuenta de los días que pasaban, decidieron no regresar hasta dar con el árbol. La esperanza es lo último que el ser humano pierde y el hecho de que ese árbol fuese la única posibilidad de tener un hijo los motivaba a no bajar los brazos. Sin embargo, el enemigo número uno de la esperanza se hizo presente al cabo de un mes: el agotamiento. Reizei, quien se encargaba del trabajo duro durante la travesía, comenzó a sentirse cansado. Él se encargaba del alimento, de buscar zonas seguras para acampar y conseguir leña para cocinar. Su cuerpo había llegado al límite y el malhumor se había apoderado de su dócil carácter. Le planteó varias veces a su esposa que el árbol no existía, que no iba a aparecer y que debían regresar a la aldea antes de que fuese demasiado tarde. Pero Tamura no aceptaba y él, por amor a ella, decidió continuar la travesía en busca de aquella deidad milagrosa.

La buena voluntad le duró solamente tres días más.

Esa noche, mientras Tamura cocinaba la carne de jabalí que Reizei había cazado horas antes, le dijo que iba a regresar a la aldea al día siguiente. Al principio, ella le reprochó con la voz elevada, le dijo que había perdido mucho como para rendirse en ese momento y que si querían tener un hijo, esa era la única manera de lograrlo. Pero esta vez, Reizei no dio el brazo a torcer. Y cuando Tamura se percató de ello, echó a llorar como un bebé.

Se fueron a dormir con aquella extraña sensación en su garganta, el sabor del fracaso y la idea de que jamás cumplirían su cometido de tener un heredero.

Esa mañana, cuando el sol golpeó el rostro de Tamura y ella abrió los ojos, lo divisó. El famoso árbol de sakura se erguía frente a ella con una majestuosidad digna de Dios. Su tronco era tan grueso y su copa rosada tan imponente que Tamura comenzó a preguntarse cómo no lo habían visto los días anteriores. Empezó a sentir un extraño calor en el pecho, algo que muchos llamarían fe. Sin quitarle los ojos de encima, puesto que tenía miedo que desapareciera, se arrastró hasta su esposo y comenzó a sacudirlo con violencia mientras le suplicaba que despertara. Reizei se despertó de golpe con el corazón en la garganta y lo único que llegó a hacer fue aferrar su hacha con fuerza. Pero al ver que la mirada de su esposa no era de terror sino, más bien, de alegría, se giró en dirección al árbol y no pudo evitar emitir un grito ahogado.

Las pequeñas flores de sakura que decoraban cada una de las ramas del árbol se mecían con la suave brisa del monte. Era como si el mismo Dios se hubiese personificado delante de ellos de una manera tan pura que nadie podría creerlo jamás.



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En el texto hay: magia, primavera, magia y amor

Editado: 12.06.2025

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