Cuentos de terror de mi tio Tankhun (tankhun/venice)

4

LA NO-PUERTA Barcode se acertó cautelosamente de espaldas hacia la puerta cuando su madre empezó a hablar

LA NO-PUERTA
Barcode se acertó cautelosamente de espaldas hacia la puerta cuando su madre empezó a hablar. Estaba oscuro en los bordes externos del cuarto, aunque eran apenas las dos de la tarde. Las pesadas cortinas de terciopelo en las ventanas bloqueaban la luz del día. La única iluminación en el cuarto era una lámpara en el centro de una mesa ovalada, alrededor de la cual había ocho mujeres sentadas, cuyos expectantes rostros estaban iluminados por su difusa luz verdosa.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó la mamá de Barcode, en esa extraña voz como atrapada en un pozo que reservaba para estas ocasiones; una voz que su clientela parecía encontrar inquietante, pero que Barcode siempre encontró ligeramente ridícula.
—¿Hay alguien en el mundo de los espíritus que desee presentarse y comunicarse con sus seres queridos hoy aquí?
En realidad, la verdad era que Namphueng no era la mamá de Barcode, y esa no era la única mentira que habían dicho; ni mucho menos. Por una parte, Namphueng no era el nombre verdadero de Namphueng; era Sarucha. Adoptaron el nombre Namphueng por sugerencia de Barcode —el nombre real de Barcode era Tinnasit — pues sonaba más sofisticado.
Le decían a la gente que eran madre e hijo porque esto hacía sentir a todos más tranquilos. Poseían el suficiente parecido filial para hacer que funcionara, pero en todo caso, como artistas embaucadores sabían que en su mayor parte la gente aceptaba cualquier cosa que le dijeran, siempre que resultara creíble. Barcode y Namphueng se habían conocido en un albergue. Tuvieron la idea del engaño cuando Namphueng le contó sobre una sesión espiritista que había visto en la casa de su patrona, cuando trabajaba allí como mucama. La habían pillado robándoles a los invitados y la habían expulsado de la casa —de ahí su presencia en el albergue—, pero Barcode había vislumbrado de inmediato que ahí había. una manera de hacer dinero, si seguían la dirección correcta. Refinaron esta obra de oportunismo tomando ellos mismos el control de la sesión espiritista. Publicaron un anuncio en una de las mejores revistas femeninas y se presentaron como experimentada médium y cariñoso hijo. El espiritismo se encontraba en pleno apogeo y encontraron que necesitaban muy poco para convencer a su crédula clientela. La tarea de Namphueng consistía en comunicarse con los espíritus que habían partido y mientras las damas (y algunas veces los caballeros) estaban ocupadas escuchando sus lamentos y murmullos, Barcode asaltaba los abrigos y las carteras, tomando pequeños pero valiosos objetos que no fueran echados de menos tan fácilmente.
Si una semana más tarde se descubría que faltaban un par de aretes o una caja de plata para el rapé, difícilmente se sospecharía que la devota madre y su hijo, quienes habían ayudado a contactar los seres queridos ausentes, tenían algo que ver en el asunto. E incluso si así fuera, hacía rato que habrían desaparecido. Habían decidido que tenían que abandonar Bangkok y buscar nuevos horizontes. Namphueng conocía alguna gente en Chiang Mai. Había bastante dinero. Una o dos semanas más y habrían cambiado sus nombres y estarían comprando los tiquetes en la estación de tren. Barcode se deslizó por la puerta hacia el vestíbulo, como lo había hecho en tantas casas durante los últimos meses. Parpadeó bajo el relativo resplandor una vez salió del oscuro salón. El sol de la tarde entraba a raudales por el vitral de la puerta principal, lanzando una luz brillante sobre las paredes. La voz de Namphueng se filtraba desde el otro lado de la pared, trémula y lastimera. Barcode sonrió y cruzó de nuevo el vestíbulo y subió las escaleras.
Por sugerencia de ellos, a los sirvientes se les había dado la tarde libre, pero Barcode como siempre tuvo el cuidado de no entrar a la habitación encima de la sesión de espiritismo, en caso de que alguna crujiente tabla del piso pudiera alertar a alguien del grupo. Abrió una puerta y miró adentro, listo a dar la excusa de encontrarse perdido si el cuarto estuviera ocupado. Pero no había nadie en el cuarto, que evidentemente pertenecía a unos: niños; niñas, a juzgar por la cantidad de encajes y la enorme casa de muñecas. Ciertamente no le ofrecía ningún interés a Barcode, quien cerró rápidamente la puerta y siguió adelante. Ninguno de los cuartos, de hecho, resultó ser muy interesante. Era claro que la Sra. Vee no confiaba en sus sirvientes y había guardado bajo llave cualquier cosa de valor. Aunque Barcode había logrado hacerse con algunos objetos interesantes y algo de efectivo de las carteras y los abrigos de las damas en la sesión, apenas si alcanzaban a formar un botín memorable.
Al regresar escaleras abajo, vio dos puertas a su izquierda que no había notado antes y se preguntó si quizás habría algo que merecía la pena investigar allí. Giró la manija de la puerta del lado izquierdo. Justo mientras lo hacía, una voz a su espalda lo hizo brincar.
—No entraría ahí si fuera usted.
Barcode se dio la vuelta y encontró una niña detrás suyo, un poco menor que el. Iba vestida con un traje costoso, aunque bastante pasado de moda.
—Hola, querida —dijo Barcode con su más encantadora sonrisa —. ¿Cómo te llamas?
—Malai. —¿Malai? —dijo Barcode—. Es un lindo nombre. Pues, lo siento, Malai.
Creo que me he perdido.
—¿Perdido? —replicó la niña con un pequeño bufido. A Barcode no le gustó mucho este tono.
—Sí —dijo Barcode —. Pero la puerta estaba con llave. Ahora me doy cuenta de que venía en la dirección equivocada.
—La puerta no está con llave, señorito —dijo Malai, acercándose de una manera que Barcode encontró extrañamente amenazadora—. Está trancada Nosotros la llamamos la No-puerta.
—¿La No-puerta? —preguntó Barcode.
Malai asintió con la cabeza, sonriendo aún más.
—Así es como la llamamos —dijo —. Porque es una puerta, pero no es una puerta. ¿Ve?
—Bueno, si la puerta está trancada, Malai, entonces ¿por qué me dices que no debo entrar? —preguntó Barcode, tratando de mantener la calma—.Difícilmente podría entrar por una puerta que está trancada, ¿no es así? Malai siguió sonriendo pero no contestó nada. Barcode frunció el ceño.
—En todo caso —dijo Barcode, alejándose—, debo seguir.
Caminó en dirección al salón, donde se estaba llevando a cabo la sesión de espiritismo. Se dio la vuelta mientras abría la puerta, pero la niña había desaparecido.
Barcode volvió a entrar en la sesión tan silenciosamente como había salido. Le tomó unos segundos ajustar los ojos a la oscuridad y cuando se acostumbró pudo ver a Namphueng , mirando hacia el frente como en un trance. Barcode tenía que admitirlo: Namphueng realmente representaba su papel. Barcode pasó la mirada alrededor de la mesa: se trataba de la mezcla usual entre los curiosos y los desesperados; tristes viudas en sus trajes de luto y joyas, esposas aburridas en busca de emociones. Ahogó un bostezo. De repente, Namphueng empezó a gritar.
—¡Por favor! —exclamó—. Sarucha! ¡Por Dios Santo! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
La voz era tan salvaje que hizo que todo el salón jadeara y a Barcode lo tomó por sorpresa como a todos los demás; especialmente al escuchar a Namphueng pronunciar su propio nombre. Barcode quedó momentáneamente helado.
—¡Ayúdame! —gritó Namphueng —. ¡Por Dios Santo! ¡Ayúdame! ¡ Sarucha ! ¡ Sarucha !
Barcode se precipitó hacia delante y agarró a Namphueng, tratando de calmarla. Si Barcode no supiera que Namphueng era una charlatana habría jurado que estaba poseída; todo su cuerpo parecía haber quedado en un espasmo, como si hubiera sido alcanzada por un rayo.
—Por Dios —comentó una emocionada voz a su izquierda—. ¿Se encuentra bien la Sra. Namphueng?
—Bastante bien —dijo Barcode con brusquedad y en efecto Namphueng parecía estar de regreso. Miró a Barcode parpadeante.
—¿Alguien conoce a una Sarucha? — Preguntó la Sra. Vee, mirando alrededor de la mesa.
—¿Cómo? —dijo Namphueng, alarmada al escuchar su nombre.
—Así es, mamá —dijo Barcode. frunciendo el entrecejo—. Acababas de decir el nombre Sarucha .
Namphueng le devolvió la mirada, confundida.
—Creo que quizás mamá se ha excedido un poco —dijo Barcode —. Quizás debamos terminar aquí.
Hubo una queja de decepción entre las damas reunidas, pero la Sra. Vee comentó que, por supuesto, la Sra. Namphueng no debería excederse y que tal vez debería dar una vuelta por el jardín. Barcode estuvo de acuerdo y llevó afuera a Namphueng mientras las invitadas recogían sus cosas y empezaban a salir, al tiempo que la Sra. Vee agradecía por turnos a cada una de las damas. Barcode tomó a Namphueng del brazo y la llevó hasta un rincón más apartado del jardín.
—¿Qué diablos era lo que estabas jugando allá dentro? —siseó Barcode —. Estabas usando tu propio nombre; ¡tu verdadero nombre! ¿Estabas tratando de que nos encerraran, vieja tonta?
—No me hables así —dijo Namphueng, tratando todavía de sacudirse la confusión—. O si no te… —O si no ¿qué? —susurró Barcode —. ¿Crees que te tengo miedo? No me hagas reír. ¿Qué era lo que pretendías hacer? Namphueng se soltó de Barcode y respiró profundamente.
—No sé —contestó Namphueng soñolienta —. No recuerdo. Era como si una voz viniera de otra parte. Oye, ¿no crees que yo pueda en realidad, ya sabes…? Barcode se rio.
—¿Qué? ¿De verdad escuchar a los infelices muertos? ¿Estás bebiendo ginebra otra vez? Namphueng no contestó nada. Tenía una extraña mirada de confusión en la cara y Barcode empezó a preguntarse si estaba sufriendo alguna especie de ataque.
—¿Estás bien, Namphueng? —preguntó, más molesto que preocupado.
—No sé —dijo Namphueng, volviéndose a mirar a Barcode —. No sé.
Barcode vio que la Sra. Vee se aproximaba y le dio un codazo a Namphueng en las costillas.
—Sra. Namphueng, debo darle las gracias de nuevo —dijo la Sra. Vee, acercándose—. Todas las señoras estuvieron de acuerdo en que esta fue quizás la sesión más iluminadora que hayamos tenido. Particularmente cuando recibió a esa pobre criatura al final. ¿Tiene alguna idea de quién pueda ser? Todas quedamos desconcertadas. Barcode levantó una ceja.
—No —dijo Namphueng incómoda—. Me temo que no sé quién es.
—Quizás haya sido un espíritu errante pidiendo ayuda —sugirió Barcode.
—Oh, querido —dijo la Sra. Vee, apretando las manos—. ¿En verdad lo cree? La pobrecita. Sacudió la cabeza con tristeza, los ojos cerrados como en una oración. Barcode volteó a mirar hacia Namphueng, pero Namphueng parecía tener la mirada perdida en la distancia. Un segundo después se echó temblorosa de lado en los brazos de Barcode.
—Dios Santo —dijo la Sra. Vee —. Creo que la Sra. Namphueng se está sintiendo débil. No quieren por favor volver adentro?
—No, no —dijo Namphueng —. Estoy segura de que ya me pondré bien.
—Debo insistir —dijo la Sra. Vee—. Quizás una copita de jerez…
—Sí—dijo Namphueng, animándose con la idea de una copa—. Es bastante temprano, pero tal vez por esta vez… por razones médicas.
—¿Qué es lo que sucede contigo? — volvió a sisear Barcode mientras seguían a la Sra. Vee adentro—. Se supone que la mantendrías afuera.
—No me siento muy bien —dijo Namphueng quejándose—. Francamente no.
—No estás bien de la cabeza si me lo preguntas —dijo Barcode, sonriendo de repente con dulzura al ver que la Sra. Vee se volteaba a mirarlos. La Sra. Vee los invitó a seguir por la puerta principal.
—Por favor siga, Sra. Namphueng —dijo —. Siéntese e iré a buscar algo de jerez para todos. Mandaría a traer un médico, pero los sirvientes no regresarán antes de una hora más o menos.
—No será necesario —comentó Namphueng, dirigiéndose hacia la puerta más cercana.
—Esa no, mamá —dijo Barcode —. Esa puerta está trancada.
—¿Trancada? —preguntó Namphueng. —Sí —contestó Barcode —. Le dicen la No-puerta, creo.
La Sra. Vee la miró con sorpresa.
—¿Pero cómo ha podido saber algo así? Barcode se movió de forma incómoda, cayendo en cuenta de que había cometido un desliz al dejar saber que había estado husmeando alrededor de la casa mientras se desarrollaba la sesión. Nunca mientas más de lo necesario, se dijo. La verdad siempre suena más convincente.
—Me lo dijo su hija —dijo Barcode, de nuevo bajo control.
—¿Mi hija? —preguntó la Sra. Vee, mostrándose perpleja.
—Malai —agregó Barcode con una sonrisa.
—¿Malai? —dijo la Sra. Vee
—. ¿Conoció a Malai?
—Bueno, había salido a tomar un poco de aire fresco —continuó Barcode despreocupadamente—. Y pensé que podía ir a buscar un vaso con agua. Iba a darle la vuelta a la manija cuando…
—Malai —interrumpió la Sr. Vee.
—Cuando Malai apareció y me dijo que la puerta no llevaba a ninguna parte y me contó que ustedes la llamaban la No-puerta.
—¿La ante-puerta? —repitió Namphueng, cada vez más confundida.
—La No-puerta, Sra. Namphueng —dijo la Sra. Vee—. ¿Y Malai le dijo eso?
Qué ingeniosa. Por favor vengan por aquí. La Sra. Vee las llevó hacia el salón donde se había llevado a cabo la sesión de espiritismo. Corrió las cortinas y la luz del día ahuyentó toda la atmósfera que con tanto esmero Namphueng y Barcode habían creado para beneficio de las damas. Se había convertido de nuevo en un salón ordinario, sin mucha ventilación. La Sra. Vee abrió una de las puertaventanas para dejar entrar algo de aire y después se dirigió al mueble de las bebidas y sirvió tres copitas de jerez.
—Vengan conmigo—dijo, entregándole a cada uno la copa. Mientras se alejaban Namphueng observó atentamente a Barcode con una mirada de interrogación, pero Barcode apenas frunció el cejo y siguieron a la Sra. Vee de regreso al vestíbulo.
—¿Ven cómo estas dos puertas se encuentran separadas de manera equidistante? —preguntó. Los dos asintieron con la cabeza. Pues, parece ser que en algún momento muchos años atrás decidieron tumbar la pared y convertir los dos cuartos contiguos en un gran cuarto, como lo tenemos ahora. Me dijeron que no querían dañar la simetría del vestíbulo y por eso dejaron esta puerta.
Señaló hacia la puerta de la izquierda y después giró la manija de la puerta a su derecha. Los dos la siguieron dentro.
—Como pueden ver —dijo—, la puerta —la No puerta— no aparece a este lado de la pared. Namphueng le hizo una pequeña señal a Barcode con la cabeza hacia el armario casi repleto de objetos de plata muy bien disimulados. Barcode inclinó la cabeza a su vez como respuesta.
—Vengan, tengo algo más que desearía enseñarles —dijo la Sra. Vee—. Bueno, si es que ya se siente recuperada del todo, Sra. Namphueng.
—¿Yo? —dijo Namphueng —. Oh, estoy bastante bien ya, querida. Es usted muy amable por preocuparse. Pero la verdad es que tenemos que irnos, ¿no es así, Barcode?
—Oh, pero ¿no tendrán tiempo para ver la casa de muñecas? —dijo la Sra. Vee. —¿La casa de muñecas? —preguntó Barcode.
—No estoy muy segura de que tengamos… —empezó a decir Namphueng, pero la Sra. Vee ya había empezado a salir del salón y a subir las escaleras. Después de una pausa, los dos la siguieron detrás.
La Sra. Vee las condujo hasta arriba y abrió la puerta que Barcode había abierto un rato antes.
—Estoy segura de que a Malai no le importará —comentó la Sra. Vee.
—Oh, mira, Barcode —dijo Namphueng, fingiendo interés—. Mira esa casa de muñecas. No creo que hayamos visto una más linda.
—Sí —dijo la Sra. Vee—. Es una copia de la casa donde nos encontramos. La casa de muñecas estaba aquí, de hecho, cuando mi padre compró la casa. La heredamos de los anteriores inquilinos.
—Es hermosa —dijo Barcode con genuina admiración—. Me habría encantado tener una casa así. La Sra. Vee suspiró.
—La casa nunca me gustó para ser honesta —dijo con tristeza—. Solía compartir esta habitación con mi hermana… la casa en realidad era suya. Jugaba con ella durante horas. Pero había algo respecto a esta casa que más bien me daba escalofrío. Incluso aún me da.
—¿Escalofríos, señora? —preguntó Barcode —. ¿Por qué? —Bien —dijo la Sra. Vee con otro suspiro—. Mi hermana se volvió bastante obsesiva con la casa de muñecas, temo decirlo. Se sentaba en frente como alguien que estuviera rezando, murmurando y hablando entre dientes. Se ponía furiosa si yo llegaba a tocar cualquiera de las muñecas. Para ella era como si fueran reales.
—Pero ¿no sucede así con todos los niños, Sra. Vee? —dijo Barcode.
—Sí —dijo la Sra. Vee con un sonrisa triste—. Pero mi hermana era diferente a los demás niños. Perdió… todo sentido de la realidad. Supongo que perdió la cabeza. Un día, la encontré riéndose como una bestia, encogida en un rincón, los ojos desorbitados, señalando hacia la casa de muñecas.
En realidad nunca recuperó la razón. Se volvió frenética y febril, y ninguna cantidad de láudano parecía calmarla — los ojos de la Sra. Vee refulgían por las lágrimas cuando se volteó a mirar a Barcode —. Al final su corazón simplemente dejó de latir. Sólo tenía doce años. Barcode se sorprendió al sentir una pequeña punzada de compasión por la Sra. Vee.
—Debió haber sido muy duro para usted —dijo.
—Lo fue —dijo la Sra. Vee—. Así fue. Pero sucedió hace mucho tiempo. La vida continúa. La Sra. Vee volteó a mirar hacia la casa de muñecas.
—Como pueden ver —dijo, señalándola—, la casa de muñecas muestra el cuarto de abajo como era antes de tumbar la pared. En la casa de muñecas, la No-puerta de hecho se abre hacia un pequeño cuarto. ¿Ven? Barcode y Namphueng se acercaron para mirar. La casa de muñecas era en efecto una muy buena copia de la casa donde se encontraban, con la pared de la fachada y el techo retirados. Estaba el salón donde habían tenido la sesión de espiritismo, estaba la pared, estaba la habitación donde estaban ahora, completa, increíblemente precisa, con una diminuta copia de la misma casa de muñecas. Y ahí estaba el cuarto que ya no existía: el cuarto adonde alguna vez daba la No-puerta. Barcode descubrió que había algunas figuritas sentadas en sillas.
— Esto puede servir —dijo la Sra. Vee, pasándole a Barcode una lupa.
—. El detalle es extraordinario. Barcode observó de cerca las figuras. Había algo perturbador en ellas. No sólo el detalle parecía de una precisión imposible, sino que algunas figuras tenían los rasgos pintados con cuidado en sus cabezas de porcelana mientras que otras habían quedado extrañamente en blanco.
—Bueno —dijo Namphueng, sintiéndose un poco inquieta por la cantidad de tiempo que estaban pasando en esa casa
—. Creo que debemos agradecer a la Sra. Vee por mostrarnos la casa… Pero debemos marcharnos.
—Por supuesto —dijo la Sra. Vee—. No fue mi intención demorarlos.
—¿Aún juegan con ella? —preguntó Barcode mientras bajaban las escaleras —. ¿Con la casa de muñecas?
—Oh, Malai solía jugar ahí todo el tiempo —replicó la Sra. Vee. Se detuvo y le dijo a Barcode—: Entre usted y yo, creo que aún lo hace —alargó la mano y tocó suavemente a Barcode en el brazo.
La Sra. Vee los acompañó hasta la puerta principal y afuera hasta el jardín del frente. Justo antes de llegar a la verja, la Sra. Vee les pidió que esperaran un momento y regresó a la casa.
— Cuando vuelva a salir —susurró Barcode —, tú la entretienes y yo me cuelo adentro. Me antojé de una pieza de plata en la vitrina que vimos abajo.
—Tienes razón —dijo Namphueng, dándose un golpecito en la nariz y guiñándole el ojo.
Barcode sacudió la cabeza.
—¿Estás algo borracha, vieja tonta? —dijo entre dientes—. Tienes que mantenerte sobria en este negocio. Un par de sorbos de jerez y mírate.
—Puedo beber contigo hasta tumbarte cualquier día de la semana — respondió a su vez entre dientes—. Muestra algo de respeto.
La Sra. Vee reapareció y los dos de inmediato se separaron y permanecieron sonriendo dulcemente mientras se aproximaba. La Sra. Vee esperó con ellos en la verja bajo la sombra de un enorme árbol de acebo podado y sacó un cheque del bolsillo del vestido.
—De verdad, no es necesario —dijo Namphueng, recibiéndolo. —Para sus gastos, Sra. Namphueng —dijo la Sra. Vee.
—Gracias —dijo Barcode —. Es usted muy amable. ¡Ay! — Barcode se tomó el estómago y se quejó. —¿Señorito Barcode? —dijo la Sra. Vee.
—Sospecho que el jerez me molestó un poco el estómago —dijo—. No estoy acostumbrado a beber. ¿Puedo usar su baño?— Por supuesto —dijo la Sra. Vee—. Déjeme mostrarle…
—¡No! —dijo Barcode con firmeza —. Gracias. Estaré bien. Sé dónde queda. Barcode salió corriendo, sosteniéndose el estómago. Namphueng sonrió admirada.
—Pobre muchacho —comentó la Sra. Vee. —Sí —contestó Namphueng —. En realidad es una criatura delicada.
—Supongo que la emoción de encontrarse con Malai tiene algo que ver. No me había dado cuenta de que su hijo comparte su don, Sra. Namphueng —dijo la Sra. Vee.
—¿ Barcode? —preguntó Namphueng con recelo—. ¿Don? No estoy muy segura de entenderla, Sra. Vee —agregó Namphueng , preocupada porque, a pesar de su aparente ingenuidad, esta mujer estaba empezando a sospechar algo.
—Pero si Barcode se encontró con Malai en el vestíbulo.
—¿Su hija? —preguntó Namphueng confundida—. No veo cómo…
—No tengo hijos, lastimosamente — dijo la Sra. Vee—. Malai era mi hermana. Namphueng frunció el entrecejo.
—No la entiendo, Sra. Vee.
—Malai murió cuando éramos niñas —siguió la Sra. Vee—. Como les conté arriba. Barcode contó con la bendición suficiente para encontrarse y conversar con su espíritu.
Namphueng miró a la Sra. Vee, después hacia la casa y de nuevo a la mujer con total estupefacción.
Barcode se sorprendió de ver la llamada No-puerta ligeramente abierta. ¡Toda la historia había sido un disparate! Pero por qué… ¿por qué iban a mentir sobre algo así? Quizás debería echar una rápida mirada alrededor. Tan pronto como Barcode abrió la puerta y entró, quedó enceguecido por una luz deslumbrante, brotando desde una esquina del cuarto como si se tratara de un invernadero. Se dio la vuelta hacia la puerta para salir. Pero cuando agarró la manija de la puerta esta no se movió. La puerta estaba con llave. Barcode volteó a mirar hacia el cuarto a ver si encontraba una puerta de conexión con el otro cuarto o alguna otra salida. Al hacerlo, encontró una figura que se asomaba en su dirección desde la deslumbrante luz.
Detrás de la figura alcanzó a ver a otras muchachas sentadas en sillas por todo el cuarto, mirando horriblemente hacia delante como si estuvieran en trance, los rostros pintados de forma chillona con mejillas rosadas y cejas arqueadas, torcidas en posiciones rígidas e incómodas. Al principio había pensado que no podía distinguir los rasgos de la muchacha que se le aproximaba debido al rayo de luz detrás de su cabeza, pero ahora, con una sensación terrible y vertiginosa, como si hubiera caído desde un alto acantilado, se dio cuenta de que la muchacha no tenía ningún rasgo a la vista. Barcode empezó a golpear la puerta pidiendo ayuda.
—¡Por favor! —gritó—. Sarucha! ¡Por Dios Santo! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame!
Pero el infinitesimal latido sobre la puerta de la casa de muñecas era imperceptible para todos. Para todos excepto Malai.



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Editado: 01.10.2024

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