Cuentos extraños y fantásticos

Capitulo 5-Conexion de radio.

me encontraba tranquilamente recostado en mi cama, escuchando la antigua radio que mi padre me había obsequiado hacía tres veranos.

El silencio reinaba en la noche, y por mi ventana se percibía el tenue murmullo de la brisa que entraba y salía, tocando con delicadeza el sitio en el que me encontraba cómodamente acostado, mirando al techo nocturno entre la oscuridad de la habitación.

Esa noche estaba escuchando uno de mis radioprogramas favoritos, La zona del crepúsculo, donde el locutor narraba historias de dimensiones paralelas y otros temas que, para un niño de 13 años, resultaban intrigantes y entretenidos.

El señor de la radio hablaba sobre el caso de una niña que desapareció en 1912, en el estado de Texas, y volvió a su casa años después, sin haber envejecido ni un solo día, mientras que sus amigos de infancia y sus padres ya eran personas mayores.

Me preguntaba qué habría pasado con esa niña, cuando de repente escuché un sonido que provenía de mi radio: el típico zumbido de cuando se pierde la señal. Levanté el aparato, que estaba sobre una pequeña mesa de noche al lado de mi cama, lo acerqué a mi oído, luego lo aparté y le di tres golpecitos para que dejara de fallar. Repentinamente, el sonido disruptivo se fue. La radio quedó en total silencio, como si toda la señal se hubiese perdido. Acerqué nuevamente el objeto a mi oído y fue cuando lo escuché: una voz comenzó a hacerse cada vez más fuerte, hasta que la pude escuchar con nitidez. Era la voz de un hombre, que decía:

-¿Hola?

Me quedé escuchando unos segundos más, en silencio y sorprendido, pues esa voz no era la misma del conductor de radio que estaba escuchando anteriormente.

-¿Alguien puede escucharme? ¡Soy el piloto Tony Jannus a bordo del Benoist XIV biplano con destino a Tampa, Florida! ¡Estamos necesitando apoyo!

Pensé por un momento si esto era parte del programa, quizás una broma de mal gusto para la audiencia. Pero descarté enseguida la idea, ya que el programa era muy serio y su locutor, uno de los más profesionales -en mi opinión-.

Nervioso pero decidido, solo pude decir la única palabra que se le ocurre a cualquier niño de 13 años que no sabe nada sobre la vida y que no mide los peligros del mundo, con la inocencia de creer que las personas podían comunicarse entre sí por una radio -cosa que era totalmente errónea e imposible-:

-¿Hola? ¿Quién es usted?

¡La voz del otro lado no tardó en responder! Hablaba en un tono firme, pero preocupado:

-Soy el capitán Tony Jannus. Llevo una tripulación de 32 personas. Nos dirigimos a Tampa, Florida. Salimos de San Petersburgo hace unas horas, pero aún no vemos tierra. Se suponía que aterrizaríamos hace seis horas y el combustible está disminuyendo. Por favor, diríjanos al aeropuerto más cercano. ¡Ayúdennos! No podemos aterrizar. Los sistemas de navegación del avión no están funcionando bien y estas nubes grises son tan densas que no nos dejan ver nada. ¡Por favor, torre de control, ayúdennos!

Al escuchar esto y sentir la gravedad en la voz de aquel hombre, no supe qué responder. Solo pude decir lo que me parecía lógico:

-Mi nombre es Brandon, hijo de Michael Steven y Sara Hartford. Tengo 13 años y no entiendo qué está pasando...

Lo dije con la voz temblorosa, mientras escuchaba cómo el hombre del otro lado de la radio lanzaba un pequeño suspiro de sorpresa, para luego decir:

-¿Es esto una broma? ¿Tienes 13 años? Ok, Brandon... ¿cómo estás dentro de esta señal? ¡Esta es una señal privada, solo para pilotos y controladores de vuelo! ¿Esto es una broma? ¡Por favor, necesitamos ayuda! ¡Teníamos que aterrizar en Tampa hoy, 1 de enero de 1914, pero no podemos! ¡Repito: necesitamos ayuda!

Las súplicas de aquel desconocido llamaron poderosamente mi atención. Definitivamente, eso no era una broma. Algo estaba ocurriendo, algo que ni yo ni el hombre del otro lado de la radio comprendíamos. Pero lo que más me desconcertó fue lo que dijo sobre la fecha.

Yo sabía muy bien qué día era. Siempre me ha gustado saber las fechas de los días porque cuento los días para que llegue la primavera, y con ella el día de mi cumpleaños. Sabía perfectamente que era 4 de julio de 1930, Día de la Independencia. Además, el hombre decía que era capitán de un vuelo con destino a mi ciudad, Tampa. Pero lo de las fechas me dejó muy confundido, así que volví a preguntarle:

-¿Dijo usted 1914? Eso es imposible. Hoy es 4 de julio de 1930, Día de la Independencia Nacional. ¿Está borracho o algo así?

Del otro lado escuché al hombre responder con voz de incredulidad:

-¿1930? ¡Pero eso es imposible! ¡Es el año 1914!

Mientras lo escuchaba hablar, noté que comenzaba a llover. El cielo nocturno se cubrió de nubes casi negras. El viento, que antes era solo una suave brisa, se intensificó en cuestión de minutos, golpeando contra mi ventana con un zumbido aturdidor. La radio comenzó a presentar interferencias nuevamente, como cuando aquel hombre apareció por primera vez. Su voz se fue perdiendo entre la estática, hasta que, de repente, otra voz comenzó a escucharse.

Era una voz que conocía bastante bien: la del locutor del programa, quien decía con su tono habitual y jovial:

-Bueno, amigos, gracias por acompañarnos como todas las noches. Recuerden que mañana, a la misma hora, estaremos hablando sobre las desapariciones en el estado de Massachusetts. ¡Buenas noches y hasta mañana!

Me quedé sin aliento mientras la radio continuaba con su programación habitual. Intenté varias veces cambiar la emisora para ver si lograba captar otra vez aquella extraña señal, pero fue en vano.

Estuve en vela hasta la medianoche, pensando en el extraño suceso. Pero el sueño me venció, y terminé durmiéndome mientras la lluvia caía como un torrente. Parecía como si los cielos fueran a derrumbarse. El sonido de los truenos era como el de un avión cayendo en picada, hasta hacer un estruendoso boom.




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