El colectivo en el que estás viajando va a chocar.
Tuve esa visión, vidrio astillado, sangre, gritos. Lo vi. Por eso escribo esto, para advertirte.
Ahora para vos todo es normal, cada uno viaja hacia su destino, hacia su vida, pero en un momento van a estar todos hundidos en la misma pesadilla de metal retorcido y carne húmeda.
¿Es casualidad que estés leyendo ahora esta advertencia?
¿Evitarías el accidente bajándote a mitad de camino?
La pregunta quedaba abierta. Leopoldo leyó el curioso mensaje en la pantalla de su teléfono y su mente adolescente se llenó de otras preguntas. ¿Quién me mandó esto? El remitente era un número desconocido. ¿Cómo sabe que estoy en un colectivo? Visualizó a las personas que estaban en la juntada que había dejado hace diez minutos, eran unas ocho, casi todos amigos. Ellos podían deducir que estaba en un colectivo, de hecho había rechazado la invitación de Romina de compartir un Uber y le dijo que el 19 lo dejaba prácticamente en la puerta de su casa. Pero ninguno de sus amigos era de jugar bromas pesadas, no le parecía posible. “Difícil que el chacho silbe”, como decía su amigo Juanjo.
Leopoldo era un chico bastante analítico, así que veloz e intuitivamente desmenuzó las posibilidades que se le abrían.
Podía ignorar la advertencia, seguir viajando y terminar comprobando si era verdadera o no, aunque por esto podría sufrir el accidente.
Podía bajarse del colectivo y salvarse del choque, pero arrastraría para siempre la incertidumbre de saber si el aviso era real o falso. Además, en el colegio había leído Edipo Rey y sabía que tratar de modificar un evento futuro podía convertirse en la misma causa de ese evento. Por ejemplo si tocaba timbre en este momento podía causar un cambio en la conducta del chofer que resultara en el accidente por una cuestión de segundos.
Sin poder decidirse optó por contestar al mensaje. Pensó que bajo ninguna circunstancia debía revelar datos personales o el número de la tarjeta de crédito que le habían dado sus padres tres meses atrás.
¿Quien sos? escribió aceptando la sugerencia de texto predictivo que apareció apenas marcó la Q y la U. Pensó que mucha gente debía responder ¿Quién sos? a muchos mensajes.
La respuesta no tardó en llegar.
- ¿Mabel? - preguntaron del otro lado y Leopoldo marcó dos letras.
- No.
Ahí sí que hubo una pausa..
- Perdoname. Número equivocado.
De repente todo el mundo volvió a armarse. Nada de profecías, Edipos ni decisiones trascendentales sobre el destino, sólo el rugido monótono y el bamboleo del colectivo frío. Pero Leopoldo necesitaba al menos una mínima explicación.
- ¿Y eso del choque?
- Perdón, es un chiste interno. Mabel sabe.
Y sin perder un segundo más la persona desconocida del número desconocido procedió a bloquearlo, tal vez para no hablar, justamente, con desconocidos.
¿Mabel sabe? ¿Alguien le había escrito a Mabel que el colectivo iba a chocar para hacerla reír? Leopoldo quedó aturdido.
El colectivo llegó sin sobresaltos hasta su parada, donde bajó y caminó tranquilamente hasta su casa, porque el 19 lo dejaba prácticamente en la puerta.
Amanecía y la noche se dejaba olvidado un poco de viento.
En la mente de Leopoldo circulaba la sorpresa por lo fácil que él había aceptado que un mensaje en su teléfono pudiera predecir el futuro. Y más sorprendido estaba por sentirse decepcionado porque eso no fuera cierto. La posibilidad de ser testigo directo de algo sobrenatural le había resultado extrañamente excitante.
Al final era un chiste.
Pero no todo estaba perdido. Juanjo tenía su frase, el Mono tenía su frase, y ahora él podía tener una frase para usar cuando algo era un chiste interno. Y tenía razón. Esa frase la usaron en su grupo de amigos por años y la exportaron con relativo éxito a otros grupos.
Mabel sabe.