En la mañana, me encontraba viajando con mis papás a casa de la abuela y paso algo curioso, algo que robo mi atención durante todo el día y justo ahora que intento dormir, no sale de mi cabeza. ¡Escuché a los árboles hablar!
Primero que nada, déjame contarte cómo inicio mi día.
Me llamo Claudia Olivas y tengo 9 años. Mis padres y yo vivimos en la ciudad, pero mi abuelita vive en un rancho y por eso, hoy me desperté antes de que saliera el sol, a fin de arreglarme y salir a comprar mucha de la deliciosa comida que le gusta -y a mí también- a la “gran señora” -así le digo de cariño a mi abuela-. Todo parecía ser un viaje de lo más tranquilo, subimos al auto de mi papá después de comer los panqueques de plátano y avena que son la especialidad de mi mamá y para el camino, mi papá me preparó un delicioso chocolate con galletas por si me daba hambre.
Comenzamos platicando que la abuelita vive un hermoso lugar puesto que, tiene mucho espacio para cultivar su jardín, en el que siempre suelo jugar a que las flores son bellas señoritas que se preparan para un baile digno de la corte francesa de antaño; imagino que sus coronas son hermosos vestidos de vistosos colores y modernas formas; que las ramitas son los gallardos caballeros que se arreglan con magníficos trajes elaborados con las hojas más verdes y bonitas y en fin, que soy partícipe de las decoraciones, bailes y los escándalos de la alta sociedad del jardín, quienes viven preocupados por encontrar a un guapo príncipe para casarse pero que hablan entre ellas de las damas que tratan de llamar su atención con escotes atrevidos y ocasionando revuelo por todas partes.
Pero bueno, me estoy saliendo de la historia original. El caso es que la plática estaba muy buena al inicio, pero tras un par de horas, a mamá le entró sueño y mejor nos quedamos calladitos para que pudiera descansar después de haber tenido una larga noche. De esa forma es que yo me empecé a aburrir y pedí socorro a papá para que me platicara algo, pero me dijo que tomara un cuaderno y colores para dibujar el paisaje que teníamos alrededor. Y todo iba, muy bien hasta que me di cuenta de que no podía dibujar más que rayones porque el movimiento del auto no me dejaba centrar la imagen de nada.
Así que dejé a un lado el cuaderno, me recosté en el asiento y comencé a concentrarme en el paisaje a mi lado izquierdo: vi cómo cambiaba el paisaje a medida que avanzábamos, durante un buen tramo del camino los árboles eran frondosos y muy altos, se veían fuertes; había también segmentos dedicados a los cultivos, pero, aun así, podía apreciar troncos como de mi estatura que formaban una especie de cerca, rodeando casi todo el espacio a lo largo del camino.
Fue entonces cuando comencé a escuchar un murmullo que imaginé, sería de mamá que despertaba, pero no era así, papá también estaba en silencio así que el murmullo no provenía de nosotros y no había nadie más cerca. En tanto, traté de escuchar con mayor atención y lo que contemplé me pareció insólito.
Me di cuenta de que el murmullo se tornaba en palabras cada vez más claras a medida que prestaba atención… ¡eran los árboles! Estaban hablando entre ellos conectados por sus propias ramas y el viento que transportaba sus sonidos entre todos.
Según entendí, la discusión era provocada porque a muchos les parecía injusto que sus copas sólo tuvieran hojas y que había muchos más con bellas flores amarillas o rosas. Era impresionante escucharlos, así que me les quedé viendo y no se dieron cuenta de que alguien se estaba enterando de su conversación porque hasta se reían entre ellos cuando alguien soltaba alguna burla. Era algo cómo:
-Vaya, parece que la jacaranda ya se siente más importante porque está dando ramos de flores lilas, y ya no quiere hablar con nadie- se quejó una palmera desde lo alto.
-Ay claro que no – defendió un mulato- si jacaranda es bastante linda ¿no han visto la sombra tan magnifica que comparte con todos? Y sus flores son tan bonitas que alegran la vista a kilómetros de distancia.
-Tú ni te metas, que siempre te entusiasma alguien que, como tú, se dediquen a dar sombra- alego un mango, pero entonces, se defendió el mulato.
-Así es, y que sea visitado por muchos animalitos también, eso quiere decir que es un alma amable.
Este es sólo un retazo de las tantas conversaciones que alcancé a escuchar, dejándome asombrada el nivel de vanidad que pueden tener los árboles, y eso que siempre pensé que daban por gusto sus flores y frutas, pero ya vi que hasta por el tipo de hojas se pelean. ¡Que barbaridad!
Más adelante comencé a escuchar halagos hacía un guayacán, cuyos ramos de flores amarillas resaltaban entre tanto follaje verde, alegrando el paisaje. Por eso presté especial énfasis en estos árboles, pero creo que fui demasiado obvia, ya que de repente me sentí observada porque los árboles que continuaron en el camino comenzaron a volver sus “rostros hacía mí”, agitando su pesado ramaje que, sin decoro alguno me señalaba. ¡Oh, no, se han dado cuenta! -pensé – saben que los estoy escuchando. Comencé a asustarme y de inmediato traté de alejarme de la ventana y voltear hacía el otro lado, pero era demasiado tarde, todo a nuestro alrededor estaba cubierto con árboles que comenzaron a moverse, veía claramente cómo las raíces salían de la tierra para abrirse paso hacia el camino, hacia nosotros.
¿Cómo es que papá no se da cuenta? Comencé a gritarle que tenía miedo, que era mi culpa por escuchar todo lo que platicaban esos árboles, pero por alguna razón mi papá no volteaba, ni parecía saber de la situación, no hacía nada. Mientras seguía lloriqueando y tratando de despertar a mamá, súbitamente sentí la mano de mi papá que me toco el hombro y en ese momento, desperté.