La gran luna llena observa un barco de guerra de la armada del Reino de Haily-Raight que despacio avanza hacia su destino. El miedo se pasea solemnemente en la galera, invadía a cada tripulante, hasta el más valeroso de los presentes. Al siguiente día llegarían a la Isla de Vália, demasiados soldados fueron y jamás volvieron, pues la ferocidad del Elfo es ya leyenda en el mundo conocido.
Hay de todo entre los marinos voluntarios a servir a la Corona: jóvenes inexpertos y viejos lobos de mar; esclavos que huían de sus amos; Nobles y Caballeros; grandes deudores; gente que no tenía nada que perder, y aquellos que habían perdido todo.
Conforme el barco avanza hacia la batalla, los mercenarios pensaban si fue buena idea asistir, pues un elfo era distinto a cualquier humano: son criaturas fuertes, ágiles, con un factor de curación increíblemente rápido y no mueren, a menos de tener una fuerte contusión. Son inmortales a las causas comunes. Lo único que les reconforta es que la Corona de Haily-Raight paga muy bien.
En la cubierta había un grupo de varios marinos que rodeaban el fuego, poseían miradas perdidas en las llamas que danzaban ante ellos; la guerra significaba para unos libertad y para otros su forma de compensar toda una vida de lastre. Desconocidos unos de otros en su gran mayoría, pero compartían que nadie podía descansar a causa del desasosiego de su destino al día siguiente. Al fin alguien rompe el silencio:
—Tengan piedad al Elfo —dijo un viejo de estómago prominente, los demás lo miraron sin saber sentir ira o desprecio— muéstrenle la piedad de la raza de los hombres —culminó y bebió de su jarra de cerveza—.
—¿Piedad? —preguntó asqueado uno de los voluntarios— su asquerosa raza me ha hecho enterrar cinco hermanos. Más vale que te retractes de lo que dices, viejo, si es que quieres desembarcar mañana con tu humanidad intacta
—¿Conocen la historia de la Diosa que ama? —dijo el viejo después de tomar un trago de cerveza, todos lo miran confundidos, intuían que sólo se trataba de una artimaña mal hecha para desviar la ira del marino ofendido
—¿Vas a contar otra de tus historias? —interrogó uno de los presentes—, señores, no hagan caso a este viejo marino, sus largos años en el mar han hecho que pierda la cabeza. Según él, hasta ha salvado la vida a uno de los Meléks. No es más que un charlatán —terminó y todos los marinos rieron, pero contrario a toda percepción, sus palabras sólo causaron más interés por la historia del viejo lobo de mar, quien ahora bebe otro sorbo de su cerveza en la más absoluta paz y superioridad de quien tiene la razón.
El silencio se precipitó en el lugar por corto tiempo, sólo se escuchaba el crujir de la leña y las olas que tranquilas chocan con la galera.
—¿Y bien? —pregunta un chico oriundo de Handel, de apenas dieciséis años, poseía de cabello de rubí y mira con gran curiosidad en sus grandes ojos grises. El viejo examina a todos levantando una ceja, todos fingían desinterés, así que rasca su barba y pasa a decir:
—Si quieren que cuente la historia, necesito otra de estas —dijo el viejo poniendo sobre un barril su jarra de cerveza ahora vacía, lanzando una leve risa mostrando sus rojas mejillas
...Mucho antes de las guerras, mucho antes de todo lo que conocemos, el mundo estaba listo, los hijos de los Supremos ya habían creado las bestias del aire, el mar y la tierra. Ihfánia, la más bella de los hermanos, había dotado a la creación de gran belleza. El color del amanecer, el brillo de las estrellas, el calor de un ser amado y la magnificencia del observar un gran paisaje, sí, aquel sentimiento de miedo, impotencia y alegría que provoca ver lo sublime también lo creó ella. Sus hermanos criticaban que dotar de belleza no era importante ¡es más! aseguraban que carecía de cualquier utilidad, pero en lo que a ella concernía, la belleza era el alma de aquello que no la posee...
...Los Supremos dieron la orden, los hermanos ahora debían hacer criaturas capaces de poseer alma. Érdo, el primero, creó al Orco pensando en demasía en la importancia del orden, esta raza vería como prioridad absoluta la civilización, su civilización. Éstra, la segunda y más consciente de todos los hermanos, creó a los seres de "Lengua de Roca", dándoles como prioridad el Honor, Éstra creó la raza de los Enanos; Télpher, el tercero, pensó que el orden y el honor no servían de nada sin la predisposición a luchar por él, así que creó a la criatura más débil de todas, pero con abrumadora voluntad, Télpher creó al hombre. En cambio, Merpher, el cuarto, cree que la voluntad es necesaria, pero más importante es la fuerza. Los hermanos ya habían decidido y creado a sus mortales, pero Ihfánia no había hecho absolutamente nada, sólo se divertía y paseaba en el mundo...
—¿Entonces Ihfánia no creó nada? —preguntó un marino de extraña cicatriz en el rostro, quien hasta hace poco parecía que no prestaba atención
—No he dicho eso —el viejo rió y acarició su barba y el mundo entero pareció volver a hacer silencio para escuchar sus palabras
...Los hermanos reprendieron a Ihfánia con dureza, pues se acercaba el Día del Alba y ella no tenía nada creado, si no hacía algo decente sería enviada antes que todos al mundo donde todo es puro para no volver jamás...
—¿El mundo donde todo es puro? Esto suena ridículo, ese lugar no existe —cuestionó el joven de Handel, con la natural rebeldía que caracteriza a los de su pueblo
—Es muy real, muchacho, ¡deja de interrumpir! —espetó el viejo —Veamos ¿por dónde iba? Ah, si...
...Ihfánia dijo a sus hermanos, con notable arrogancia, que ella no estaba interesada en crear, sólo deseaba embellecer al mundo y que, si le permitían, podía mejorar sus creaciones, porque como ella intuía, estas serían totalmente carentes de belleza. Esto, naturalmente, a sus hermanos molestó, acusaron a Ihfánia de irresponsable, irrespetuosa e irreverente, pues ellos también conocían de la belleza y les habían dotado de aquello a sus criaturas, en mayor o menor medida; Así que rechazaron a su hermana, haciendo que ella se llene de profunda ira al sentirse excluida en un arte que ciertamente mejor que ella no conocía nadie...