Cuentos Relatos y Microrelatos

Venganza justiciera.

Te arrancaron de mi vida. Volvías del trabajo, como cada noche, sin embargo nunca llegaste a casa. Un desalmado te atrapó, torturó, te robó la vida y con la tuya se llevó la mía.

Fue detenido el mismo día que te despedimos. Le encarcelaron para siempre o, al menos, eso decían. Los psicólogos trataron mi depresión intentando hacerme ver lo bonita que es la vida, pero yo no estaba satisfecha, decidiendo que a paciencia no me ganarían.

Ya han pasado veinte años y la buena actitud del cobarde le sacó de la cárcel. Todos estos años me ha dado para mucho: investigue sus raíces, su vida y el barrio donde estaba segura que volvería.

Vigilando desde la esquina, lo observaba de litronas con sus colegas, celebrando la libertad. La oscuridad poseyó mi corazón y seguro que también mi alma, pero si la justicia no me iba a dar lo que pedía, yo sola lo conseguiría.

En aquel barrio marginal, cualquier desconocido que entrara, rápidamente sería captado. Ya me dedique a que eso no ocurriera, pues ya era una más, mudándome al piso de arriba.

Como él hizo contigo, empapé un trapo con cloroformo, y aunque me sacaba dos cabezas de altura, pude reducirle. Lo até de pies y manos a una silla, que ya había anclado al suelo para evitar que pudiera moverse. Le lance un cubo de agua fría con hielo, para que de una vez despertara, pero antes cubrí mi cara con un pasamontañas, no quería estropearle la sorpresa.

Empezó a espabilar. No tuve la suficiente paciencia y le lance un puñetazo en plena oreja.

—¡Cabron despiértate ya!

El susodicho temblaba. Con todo lo grande que era, parecía una niña asustada. Con la hoja del cuchillo pase por su cara, bajando por el cuello apretando la yugular, pero ese no era el plan. Seguí bajando hasta su pecho, mientras rogaba por su vida. Antes de llegar a su entrepierna me quité el pasamontañas. Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Te suena mi cara?

—Eres… no puede ser, eres ella.

—No. Soy su hermana gemela.

Clave el cuchillo bajo su ombligo y con fuerza arrastre hacia arriba. Sus gritos saciaron mi sed de venganza, hasta que la vida se le escapó en chorros de sangre que goteaban en un charco bajo la silla.

Salí de la casa en estasis. Los vecinos me miraban asustados tras la puerta y la policía llegaba en mi busca. No hizo falta reducirme, entre en el coche como si de un taxi se tratara. En el juicio fue simple mi alegato: soy tan culpable de su muerte, como él fue el culpable de la muerte de mi hermana.

Me instalaron en una celda aislada, pues era muy peligrosa, cosa que no es cierta. Él te arrancó de mi vida, y salió impune después de cumplir la condena. A mi juicio, su condena no había terminado, pues tocó lo que más quería, y sin tener que pensar demasiado, le di lo que en realidad se mercería.



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En el texto hay: relatos, historias, microrelatos

Editado: 15.10.2021

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