Cuervo

Capítulo 1

"Ahí se encontraba él, mirándome como aquel día, en mis costillas estaba tatuado el cuervo con el que aún soñaba cada noche"

Jane:

Mi último día en "La Caridad", un orfanato que de seguro rezaba por librarse de mí, de mis problemas y mis drásticos cambios de personalidad. Aquí, cuando cumples dieciocho, te dan un pequeño apartamento en el centro o cualquier casa a precio módico, en caso de que no hayas obtenido beca en la universidad, claro está.

Yo, no me había esforzado en lo más mínimo en mi último año de instituto, falté a clases, dejé exámenes en blanco para ponerme a dormir. La nota de todo mi esfuerzo anterior, se vio verdaderamente jodida. Entonces, debido a mi falta de interés, tenía que repetir curso.

Por otra parte, gracias a la cantidad de dinero con la que disponía en el banco, por la herencia de mis abuelos, el orfanato no pretendía pagarme un apartamento. Es decir, no tendría ningún tipo de relación con esa gente, desde el momento en punto que dejase el lugar.

Desde temprano estaban preparando mi trasporte, a lo que sería una nueva vida. Aunque debo admitir que yo, no tenía ningún ánimo por eso, más bien, me daba igual.

Llamé a Yudy, la mejor amiga de mi madre y la única con la que había mantenido contacto, desde hace un año atrás. Ella había sido la encargada de manejar mis cuestiones financieras, por ende, también me ayudó con la compra de un departamento.

Guardé en el maletero del taxi mi última maleta y subí al vehículo, diciéndole adiós a todos con aquella dulce y falsa sonrisa. Esperaba no volver a verles nunca, al menos no en esta vida. Después de meses, lo más emocionante que tenía para contar, era esa absurda despedida.

Fue una pequeña tortura darle la espalda aquellos enormes muros barrocos, que a cualquiera le parecían un castillo, pero solo eran una especie de cárcel adornada. Tan oscura, que todo rayo de luz que entraba, terminaba por perderse en el carmelita de sus paredes, o en los ojos llorosos de un niño que anhelaba por alguien que poder llamar ¨mamá¨.

Por primera vez, me sentí capaz de dejar atrás todo, los recuerdos que me habían acompañado durante un año entero. Solo que ya no dolía nada...

El auto se detuvo frente a un edificio bastante llamativo, no por sus clores o estructura, sino por su tamaño. Combinaba tonalidades de blanco, gris y beige, dándole un aspecto moderno y a la vez, limpio.

Me adentré al recibidor, donde me esperaba el portero con unas llaves en las manos y una nota de Yudy. Ella me deseaba buena suerte en mi nueva vida y tenía la esperanza de que enderezase mi camino, una pena que esos no fueran precisamente mis planes.

Agarré el papel, lo hice una bola y lo lancé al bote de basura junto al elevador. Yo no quería guardar recuerdos que me pusieran melancólica en mis noches de bajón.

Vivía en el último piso, que para mi suerte, era el único donde solo debía soportar a un vecino, pero según el portero, nadie había ocupado el piso contiguo. Entonces, no tenía razón, para que mi tolerancia cero a la población estuviera en ¨alerta¨.

Desempaqué mis cosas, y me recosté ampliamente en el sofá, disfrutando mi apartamento con la vista. Era moderno, tenía una enorme ventana de cristal a la derecha, recubierta por unas tupidas cortinas grises.

La cocina era pequeña, de color beige y que se comunicaba con el salón en el que estaba sentada. Había un diminuto comedor, una habitación vacía, mi cuarto, que por ahora no tenía nada de especial y, el baño al final del pasillo.

Nada fuera de lo normal, pero era mío, no como aquel horrible lugar en el que tienes que ser un cordero a la voz de los superiores. Es una lástima que eso de obedecer a los demás, nunca fuera de mis actividades favoritas.

Abrumada de estar ahí decidí salir, recorrer el barrio y buscar algo con lo que llenar esa habitación vacía, bastante sola estaba ya, como para tener un espacio sin uso en mi nueva casa. A lo mejor terminaba por comprarme un perico, quién sabe, son animales bonitos.

Me quité el horrible uniforme que nos hacían usar en el orfanato. Opté por un pullover negro, que me quedaba como bata de dormir, unos shorts y mis gastados tenis.

—Comodidad ante todo —murmuré para mí misma.

La verdad, mi aspecto, no era algo de lo que me preocupase mucho. Cosas tan simples como esas, dejaron de tener peso para mí, en el momento que entendí, que de nada sirve cuidarse por fuera, cuando eres un desastre por dentro.

El mundo siempre va a encontrar una manera de criticarte y yo, le estaba dando razones para que lo hicieran bien.

Pedí el elevador, que, agotó mi poca paciencia, gracias a su sublime demora. Pero en el momento en punto en que ambas puertas de metal se abrieron ante mí, me llevé una linda sorpresa, mi vecino.

—Permiso —dijo pasando por mi lado, con unas cajas en las manos.

—Mjm —hice un mohín con la boca y me senté en el suelo, al costado del elevador, a esperar que el compañero terminara de sacar sus cosas.

Al parecer este no era su primer viaje, pues, el pasillo estaba algo abarrotado de cajas viejas y grandes, hechas una torre contra la pared. Cada día me sorprendían más, mis habilidades para no percibir lo que estaba a mi alrededor, ya que, yo ni cuenta, de todo el desorden frente a mi puerta.

—Bueno —se sacudió las manos en el pantalón de tela—, ya terminé, gracias por la paciencia —hizo el intento por sonreír y fue entonces que noté, algo extraño en su acento.

No le hice mucho caso a su comentario y bajé al primer piso o, planta baja, como también se le conoce. Caminé unas cuadras, hasta que, encontré un sitio donde alquilaban bicis. Anduve durante un buen tiempo por las calles de Melbourne, buscando algo en lo qué gastar dinero o al menos en lo que entretenerme.

Así fue por unas horas, entonces, me adentré por una de esas entrecalles donde encuentras ¨tesoros perdidos¨, solo que en mi caso, encontré una tienda. Era de esas que tienen de todo, a muy buen precio y que los días festivos, te venden hasta el mostrador si fuera preciso.



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En el texto hay: romance, muerte, autosuperacin

Editado: 10.04.2022

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