"La locura no es un defecto, es una virtud"
Matteo:
Era un día agotador, una tarde exhausta y aún no le veía fin. Por más que intenté tomarme todo con calma y hacer las cosas a mi ritmo, era demasiado. Así que no dudé mucho para dejar todo tal y como estaba, e ir a por una buena ducha, para aliviar el dolor muscular.
Salía del baño, con el cabello aún mojado y con el torso desnudo, goteando agua por toda la casa, cuando se apagó la luz. Jamás pensar que un lugar con una renta tan elevada, sufriese de problemas eléctricos, pero ni modo, había que perdonárselo porque yo vivía ahí y ¨suerte¨, era lo último que traía conmigo.
—Отлично —me quejé internamente.
Tomé mi celular, buscando un espacio libre para sentarme en el suelo, que aún conservaba el 90 por ciento, de las cajas con mis pertenencias. Divisé un pequeño espacio, cerca de la enorme ventana de cristal que tanto odiaba, pues, a pesar de sus increíbles vistas, me resultaba inquietante la falta de privacidad.
Agarré mis auriculares e iba muy dispuesto a posicionar mi trasero en el suelo, en el momento en punto que escuché unos fervientes golpes en la puerta.
— ¿Quién es? —dije mientras caminaba hasta el sonido.
—Tu vecina —se limitó a responder.
Al escuchar esas palabras, recordé a la chica pelirroja con la que me había topado en el elevador. Recordaba a duras penas su rostro, pero sí la mueca de cansancio que hizo con la boca durante todo el tiempo que estuvo esperando que dejase el camino libre para ella.
Le di acceso a mi casa, pero no parecía con ninguna intención de entrar. Me agarró de la mano y sin más, comenzó a caminar en dirección a su departamento, alumbrados únicamente, por la tenue luz de la linterna en su celular.
— ¿Necesitas algo? —inquirí, cuando ya estuve dentro de su casa.
—A ti.
Me impulsó de los omóplatos, para conducirme al sofá de dos plazas. No podía verla con claridad, pero sí la luz blanca de su teléfono, moverse de un lado a otro tras de mí.
— ¿Estás bien? —intenté responder mis dudas, con una pregunta simple.
—Tú solo no te muevas de ahí, por favor —dejó salir y se acomodó a mi lado.
—A ver —tomé una respiración ralentizada, para intentar hablarle con la mayor calma posible-, no puedes llegar a mi casa, sacarme de la mano, sentarme en el sofá de tu departamento, decirme que no me mueva y simplemente acomodarte, como si fuese la cosa más normal del mundo.
—No quiero hablar.
—Pero mira... —mi discurso de psicología lo destrozó en dos segundos con su tono borde.
— ¿Por qué la gente no puede dejar de ser idiota por un momento? —mustió entre dientes.
—Es mi placer informarte, que te incluyes en el término ¨gente¨, bonita —me impulsé de los codos para ponerme en camino a la puerta, pero me lo impidió aferrando su mano a la mía.
—Solo te pido, por favor, no te vayas —aquel tono irascible desapareció, ahora era tenue, roto.
—Puedes decirme qué pasa —también amoldee mi carácter, cosa que no era nada sencillo—. ¿Tienes miedo a la oscuridad, cierto?
—Que más da —deshizo el agarre con mi mano—, puedes irte, estaré bien.
Nunca, pero nunca dejes sola a una persona que te pida que te vayas, cuando una vez te rogó porque te quedases. Su orgullo puede ganarle en ese momento, pero justo cuando se quede sola, su miedo va a volver, dispuesto a consumirle.
—Venga vamos, vayamos a mi casa, la iluminación de la calle es mucho más intensa —me expliqué pero aún así, ella parecía cerrada en su mundo.
—De acuerdo —le sentí levantarse—. Aunque creo que habría corrido detrás de ti en cuanto abandonases mi casa y, a no ser por una ventana, dudo que encontrases manera de sacarme.
Reí ante su comentario y la guié por el pasillo hasta mi departamento. No sé por qué, pero ella me intrigaba demasiado y para ser sincero, nunca me había encontrado con alguien tan osado. Mantuvo la vista pegada al suelo, pero la vi relajar un poco sus hombros, aunque no totalmente. Por más que parezca lo contrario, yo nunca pretendí dejarle sola, sino, sacarla de su casa, que desde mi punto de vista, la dañaba más que la falta de iluminación.
Debo señalar, lo torpe que es. A pesar de estar alumbrándose los pies, no paraba de tropezar con las cajas de cartón en el suelo de mi casa. Eso, sin contar que cada vez que movía una, se quejaba.
Analizó todo el lugar con la vista, hasta que halló el mismo espacio libre, en el que iba a sentarme, segundos antes de que llegase con su mundo caótico. Sin preguntar, o pedir permiso siquiera, se aventuró en el salón de mi vivienda e hizo suyo, el pequeño lugarcito entre las cajas vacías.
—No sabes cómo me sorprende lo loca que puede ser la gente a veces —balbucee, embobado con su personalidad arrolladora.
—La locura no es un defecto, es una virtud, querido vecino —dejó salir.
—Claro, enorme es la virtud de que el mundo no te tomen en cuenta.
—El comportamiento de un loco, nadie se molesta por analizarlo —fijó su vista en la mía—. No importa qué hagas o digas, todo va a ser resultado de tu creciente locura.