Los dieciséis, preciosa edad para ser imprudente. A mi estrella se los festejaron sus papás en su casa. Por supuesto fuimos invitados. En ese punto pensé que ya nos sentíamos como dos familias unidas por nuestro matrimonio no formalizado, así que recibir tal atención no pareció extraña.
Un día antes de su fiesta tocaron a la puerta de mi casa mientras yo tusaba a Genovevo en el patio.
—Te buscan —me avisó mi madre cuando se acercó hasta donde yo estaba.
—¿Quién? —le pregunté sin voltear a verla. Cuidar de mi caballo era algo que calmaba todo lo malo que podía haber en mí.
—Una de las hijas de los Ramírez.
Sospeché que se trataba de Celina, cosa que me pareció inusual, pero no imposible.
—Voy enseguida.
Mi madre solo se fue. En ese momento llegó a mi mente el recuerdo de infancia cuando mis padres y los Ramírez pactaron que nos casarían cuando Celina llegara a la edad. Pero mi corazón fue más fuerte y decidí seguirlo, rompiéndole el suyo a mi madre, aunque fue lo bastante discreta como para no expresármelo ni reprocharme.
Dejé lo que hacía y salí enseguida a atender al llamado. Con solo ver su silueta en el recibidor, la reconocí, sí era Celina, o la Chule, como le decían sus amigas.
—Buenas tardes —me dijo con una voz tan baja que por poco no la escucho.
—¿Qué tal? ¿Qué te trae por acá?
Me acerqué a ella solo un poco porque noté que dio dos pasos hacia atrás cuando me vio avanzar y no quería incomodarla.
—Vine porque Erlinda me pidió que te avisara que mañana temprano vamos a hacerle un pequeño festejo a Amalia. Es sorpresa.
Celina se veía tensa y pensé que yo no terminaba de agradarle. Por años pensé que ella era una muchacha un poco rara, pero una vez que la fui conociendo supe que su temperamento era muy dócil, alegre y hasta compartimos varias risas en las salidas.
—¿No ya va a tener un festejo?
—Sí, pero queremos hacerle uno nosotras. ¿Estás de acuerdo? —Con un rápido movimiento levantó la cara y me observó pensativa.
—¡Pero claro que sí!
Celina en realidad era linda, no más que Amalia, para mí no había nadie más bonita que mi novia; pero su cabello tan crespo y negro y su piel ligeramente amarilla y lozana le daban un aspecto inocente. Ella vestía más sobria y más cubierta que el resto de las chicas, pero también más elegante porque tenía buena solvencia económica y su madre era conocida por ser exigente con la apariencia. Me atreví a observarla más de lo acostumbrado y ella solo se meció y dirigió la vista al suelo. En ese momento se me ocurrió una idea que tal vez funcionaría para cumplir el sueño que le frustré a mi madre.
—Yo llevo la comida… —me ofrecí porque era lo menos que podía hacer—, y si no les molesta también a unos amigos.
—Por supuesto que no es molestia. Nos vemos en… ya sabes dónde —apenas dijo, y luego se volteó hacia la puerta y se fue.
Para llevar a cabo la celebración privada fue necesaria la ayuda de doña Antonia, quien se encargó de pedirle a doña Felicia que le permitiera llevarse a Amalia un par de horas en la mañana con la excusa de medirle un vestido que le regalaría. Por la tarde sería su festejo formal, así que contábamos con poco tiempo.
Las muchachas limpiaron y decoraron aquel cuartito que fue testigo de cómo fue creciendo el amor que sentí por ella, por Amalia Bautista.
Yo llevé la guitarra. Mi madre hizo tamales de mole y la madre de Erlinda preparó aguas de frutas porque la cosa sería muy sana; o eso le hicimos creer. Isabel invitó a Jacinto. Yo invité al buen Filemón; él serviría para cantar, y a mi hermano Sebastián, quien no se esperaba tal cortesía.
Estaba todo listo cuando la cumpleañera llegó.
Debo decir que las lágrimas ansiaron salir cuando la vi pisar la entrada. ¡Se veía tan bella! Arregló su cabello con listones y una flor rosa, y se puso el vestido de doña Antonia, el cual fue mandado a hacer con especial esmero: bordado a mano y de color rosa claro. Desde que era muy joven ya me fijaba en los detalles porque el negocio de la familia nos llevó a ser observadores en la vestimenta para poder identificar los diferentes modelos de calzado o recomendar la mejor opción.
Mentiría si digo que la sorprendimos. Isabel confesó que un día antes había sido tan poco cuidadosa que Amalia lo adivinó gracias a sus nervios.
Mi regreso a la capital estaba ya tan cerca que me sentía convencido de que aprovecharía al máximo los últimos momentos a su lado.
Todos le aplaudimos. La algarabía era la especialidad de sus amigas y agradecí no estar solo porque mis amigos las secundaron.
—¡Feliz cumpleaños! —le dije en cuanto pude acercarme a ella después de tanto abrazo, y le entregué una caja envuelta en tela azul atada con un bonito listón que mi madre arregló porque soy un completo fracaso para eso.
Sus amigas se acercaron a mirar. Amalia ni siquiera habló cuando se lo di por la enorme sonrisa que esbozó. Puso la caja sobre la mesa y abrió veloz mi detalle. Al verla reaccionar, supe que se sintió complacida.
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Editado: 11.12.2024