Los siguientes dos días pasé varias horas concentrado en enviar misivas para el ayudante que dejé a cargo de los proveedores y la zapatería; esa que establecí yo solo con mis propias ganancias y que de pronto ya no me pertenecía. Mi padre tenía la distribución local y le generaba ganancias generosas, dejarme la pequeña de la capital para él no significaba nada, pero decidió ser visceral conmigo.
En el teatro del pueblo se iba a presentar una orquesta famosa del norte y aproveché la ocasión para salir con Amalia. Me urgía distraerme de toda la confusión que gobernaba en mi casa. Por supuesto que ella no tenía por qué enterarse de problemas privados y para mí era mejor así.
Antes de salir, me vi con el revólver sobre mi cama. Por fin había vuelto a mi cuarto. Lo contemplé un buen rato en lo que me acomodaba el corbatín. Estaba allí, tan bella como letal, plateada y asesina. Las palabras de mi padre dieron vueltas en mi cabeza, una y otra vez, pero al final elegí no hacerlo. No deseaba espantar a Amalia. La escondí dentro de mi maleta de viaje y me fui.
Como era ya acostumbrado, llegué a su casa por ella y en el teatro nos encontramos con sus amigas y Nicolás, quien seguía en el pueblo. Por mi madre me enteré de que sus futuros suegros fueron generosos con él y lo hospedaron en una casa que destinaron como la herencia de Celina. Creo que me lo contó para que me diera cuenta de lo que dejé ir, pero ni siquiera me importaba obtener bienes materiales si podía dárselos a mi futura esposa yo mismo.
El lugar estaba a medio llenar y el presentador avisó que la orquesta estaba un poco retrasada. Nosotros dos ocupábamos los asientos delanteros y nos dimos vuelta para charlar con las chicas y Nicolás, que se sentaron detrás de nosotros, mientras los músicos llegaban.
Lo siguiente que recuerdo es que Amalia me decía algo, no sé bien qué, pero sonaba entusiasmada. Seguro hablaba sobre la orquesta, la música la hacía vivir intensamente. Pero mi vista fue a dar a la entrada porque varios asistentes salieron para despejarse, allí vi a Ciro y Justo Carrillo. Ambos eran hermanos, pero Justo tenía diez años más que Ciro. En otros tiempos no me habría importado su presencia, seguro ni la notaría, pero, dado los acontecimientos, volteé a verlos con poco cuidado. Buscaba el bulto en sus caderas para comprobar si de verdad iban armados o si solo se trataba de un chisme. La distancia no ayudaba y tuve que girar a verlos más de una vez. Aunque no lo deseé, ellos se dieron cuenta de mi indiscreción.
—La boda será dentro de un año y medio —nos comentó Nicolás cuando alguien le preguntó, aunque no sonó entusiasmado.
Yo escuchaba sus voces como ecos que iban y venían, solo captaba algunas frases que no fueron lo bastante importantes como para distraerme. Ciro y Justo me observaban y mi corazón se fue acelerando poco a poco.
—¡Pero ¿por qué?! —Erlinda casi echa afuera su bebida. Lo supe porque la tenía atrás de mí.
—Mis padres lo quieren así —respondió Celina y por la forma de decirlo pensé que sonó decepcionada—: Ellos ya decidieron. Siempre lo hacen. Planean toda mi vida y ni siquiera me preguntan.
De verdad quería concentrarme en la conversación y dejar a un lado a los dos hombres que se quedaron parados y susurraban entre sí, ¡pero no fui capaz! Las palabras de mi padre regresaron con más fuerza y por primera vez comprendí su insistencia sobre cuidarnos.
Bien podía no ser nada, podía solo tratarse de alucinaciones mías, o bien podía estar en un peligro inminente del cual no era consciente antes.
—Esperaremos el tiempo que sea necesario, mi amor.
—¡Ay! —expresaron todas las chicas, incluida mi estrella.
En ese momento volteé a ver a cada una.
Que Nicolás llamara “mi amor” a su prometida las conmovió, sonrieron y hasta se sonrojaron. Yo no tenía esa confianza todavía con mi novia, incluso no nos habíamos dicho “te amo”, pero pensaba que el amor se podía expresar de distintas maneras.
—¿Ya nos vas a decir por qué de pronto andas muy preocupada por encontrar marido? —le preguntó alguna de ellas a Erlinda.
De reojo revisé la entrada y me di un buen susto. ¡Ciro se había ido! Me preocupé tanto que lo busqué con la mirada. Creo que hasta respiré tan rápido que se podía escuchar el aire que salía de mi boca. Lo encontré un minuto después que me pareció interminable. Él iba a pasos firmes y rodeaba el teatro del lado izquierdo. Lo seguí y creo que ni parpadeé para no perderlo de nuevo. Casi nunca desobedecía a mi padre, pero esa vez que lo hice me arrepentí como no imaginé. La mano de Ciro reposaba discreta en su cadera y su expresión confiada me alertó porque mientras se movía mantenía sus ojos clavados sobre mí.
En ese momento imaginé lo que pasaría si él decidía sacar su pistola y dispararme. Amalia estaba lo bastante cerca de mí como para no salir ilesa, incluso Erlinda podía ser una víctima también. Una víctima de un asunto que ni a Ciro ni a mí nos pertenecía, pero que nos orilló a sentir recelo uno del otro.
—¡Ándale! ¡Ya dinos! —escuché que le insistían a Erlinda.
Una mano sobre mi brazo hizo que mi mente regresara.
—¿Estás bien? —me cuestionó preocupada mi dulce novia.
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Editado: 11.12.2024