Llegué a mi casa agotado y fue mi padre quien abrió. Los demás ya dormían. Él esta vez se veía más resignado que con la muerte de su hermano Heriberto. Aun así, en la forma en la que miraba existía un cambio, parecido al que tuvo Erlinda. Como si su luz interior hubiera disminuido su brillo.
—Me imaginé que vendrías —dijo sin siquiera saludarme—. Rogelio se va a decepcionar mucho.
Nos quedamos parados en medio de la sala y se podía sentir la tensión que creamos.
—Él no me da órdenes. —Tenía miedo, ¡mucho!, pero mi hartazgo pudo más y las palabras salieron directas.
—¿Y yo? —Se mantuvo firme y me encaró—. ¿Te sigo dando órdenes?
Quería responderle de la mejor manera, dialogar y llegar a acuerdos, pero lo único que pude hacer fue callar.
Mi padre primero miró hacia el piso, como si con eso ocultara su decepción, y después me dio la espalda para recargarse en un sillón.
—Pensé en presentar mis respetos al tío Hilario —le dije sincero.
Él solo asintió varias veces.
—Está sepultado a un lado de Heriberto. —Giró hacia su habitación—. Me voy a dormir. Estoy cansado. Deberías hacer lo mismo —se despidió indiferente.
Al día siguiente me levanté y fui directo al camposanto. En el camino compré crisantemos. Sí que extrañaba montar a Genovevo y gocé volver a hacerlo.
Dejé el ramo sobre la tumba que seguía llena de flores secas, la limpié como pude, recé un poco, y luego me despedí.
El tío Hilario nunca fue de mi agrado, pero el sentimiento de ausencia causó que se me escaparan un par de lágrimas.
Ver a mi estrella era lo que más deseaba. Era vergonzoso tener que recurrir a nuestras amistades para que pudiéramos encontrarnos, y con los hechos recientes ya no sabía bien cuánto tiempo podríamos continuar así. Pero el amor que sentía por ella era mucho más fuerte que todo.
Erlinda fue mi apoyo en esa ocasión. Le avisó a Amalia que la encontraría al final del camposanto.
Ella llegó dos horas después.
La divisé a lo lejos, caminando entre las tumbas con su larga falda oscura que revoloteaba un poco y su velo que cubría su cabeza y sus hombros. Su larga trenza iba enredada en un listón negro. Pocas veces la vi vestida tan sobria, pero supuse que lo hizo como un detalle para mí y mi luto. Se veía tan espectral como enigmática y me recordó a la Chokani, la mujer que pena después de perder a su amado.
—Lo siento mucho. —Me dio un fuerte abrazo al llegar a mi lado.
—Gracias —murmuré, extasiado de tenerla rodeándome con sus tibias manos.
—¿Estás bien?
—Ahora sí —le dije y toqué su cabeza que se encontraba recargada en mi pecho.
Estuvimos así un momento, con la vista de todas esas tumbas, los árboles que rodeaban, el aire que era reconfortante.
La invité a sentarnos en una de las ramas de un árbol de mango que tenía una gruesa rama en horizontal. Con su permiso la tomé de la cintura y la ayudé a subir y después subí yo.
—Faltan quince días para tu cumpleaños —le recordé.
—Sí. Diecisiete años ya —lo dijo emocionada—. Mis padres están organizando el festejo.
Desvié la mirada porque me ganó la desilusión.
—Discúlpame, no podré ir.
De ninguna manera mis padres dejarían que fuera si es que los Bautista osaban enviar invitación.
—Entiendo —sonó triste, aunque su gesto fue conciliador—. Pero sí te veré ese día, ¿verdad?
La observé con detalle. Me parecía la mujer más hermosa que había visto. Allí por fin tomé la decisión que tardé tanto en tomar. Le pediría matrimonio en su cumpleaños a pesar de las negativas de familia. ¡Ya era tiempo!
—Esta vez te daré un regalo especial.
—¿Qué tan especial? —La sonrisa que dibujó fue amplia y brillante.
Sujeté sus dos manos y las sostuve con las mías. Quería que entendiera mis intenciones para ver si eran bien recibidas.
—¡Muy especial! —hice énfasis.
—Pasaré estos días deseando que llegue mi cumpleaños.
Su cara risueña cuando lo dijo fue una confirmación para mí. Ya solo quedaba esperar un poco más para poder hacerle mi prometida.
Apenas y logramos vernos tres veces en esos quince días, y solo unos minutos, pero estaba seguro que el suplicio terminaría pronto.
En mi casa se sentía el ambiente más normal de lo que imaginé, incluso Rogelio, cuando nos visitó, se portó cortés conmigo. Ni siquiera hizo mención de mi desobediencia, solo se encargó de recordarme que debía salir siempre armado y para su calma le prometí que así sería.
Cuando ya faltaba solo un día para el festejo, Celina pasó a verme por la tarde. Yo revisaba algunas cuentas, pero era incapaz de concentrarme gracias a los nervios.
Pienso que era Celina quien me buscaba porque mi madre la tenía en buena estima. Eso sería para no recibir cuestionamientos.
#4342 en Novela romántica
#1615 en Otros
#292 en Novela histórica
amor prohido, romance mexicano, tragedias familiares y problemas
Editado: 11.12.2024