La expresión que surgió en su rostro al ver que su vaso había
estado vacío supero cualquier vestigio de enfado o irritación que
hubiera estado conteniendo desde que nos habíamos sentado en
aquella mesa.
Aquella chica era de lo más imprevisible. Me sorprendía la
facilidad con la que perdía los papeles y también me gustaba saber
el efecto que podía causar en ella con unas simples palabras.
Sus mejillas coloreadas por pequeñas pecas se tiñeron de un
color rosado cuando se dio cuenta de que había hecho el ridículo.
Sus ojos fueron del vaso vacío a mí y luego miraron hacia ambos
lados, como queriendo comprobar que nadie había observado lo
estúpida que había sido.
Dejando a un lado la parte cómica, y lo era y mucho, no podía
permitir que se comportara de aquella forma conmigo. ¿Y si el vaso
hubiera estado lleno? No pensaba permitir que una mocosa de
diecisiete años pudiera siquiera pensar en tirarme un vaso de agua
a la cabeza... Aquella estúpida niña se iba enterar de con qué
hermano mayor había tenido la suerte de acabar conviviendo, pero
no se lo iba a demostrar en aquel momento, no, todavía era pronto...
Ella solita iba a ir comprendiendo en qué clase de problema se iba a
meter si intentaba jugármela otra vez.
Me incliné sobre la mesa con mi mejor de las sonrisas. Sus ojos
se abrieron y me observaron con cautela y disfruté al ver cierto
temor escondido entre aquellas largas pestañas.
—No vuelvas a hacerlo—dije con calma.
Ella me miró unos instantes y luego como si nada se giró hacia
su madre.
La velada continuó sin ningún otro incidente; Noah no volvió a
dirigirse hacia mí, ni siquiera me miró, cosa que me molestó y complació al mismo tiempo. Mientras ella contestaba a las
preguntas de mi padre y hablaba sin mucho entusiasmo con su
madre yo aproveché para observarla.
Era una chica de lo más simple, aunque intuía que me iba a
causar más de un inconveniente. Me hicieron mucha gracia las
caras que había ido poniendo a medida que probaba el marisco
servido en la mesa. Apenas probó más de un bocado de lo que nos
habían traído y eso me hizo pensar en lo delgada que parecía
embutida en aquel vestido negro. Me había quedado pasmado
cuando la había visto salir de su habitación, y mi mente había hecho
un repaso exhaustivo de sus largas piernas, su cintura y sus
pechos, que estaban bastante bien teniendo en cuenta que no
estaba operada como la mayoría de las chicas de California.
Tuve que admitir que era más guapa de lo que me pareció en un
principio y fue ese hecho y los pensamientos subidos de tono lo que
hizo que mi humor se ensombreciera. No podía distraerme con algo
así, y menos si íbamos a vivir bajo el mismo techo.
Mi mirada se dirigió a su rostro otra vez. No llevaba ni una gota
de maquillaje. Era tan extraño... todas las chicas que conocía se
pasaban por lo menos una hora en sus habitaciones dedicándose
únicamente al maquillaje, incluso chicas que eran diez mil veces
más guapas que Noah, y ahí estaba ella, sin ningún reparo en ir a
un restaurante de lujo sin una pizca de pintalabios en sus rosados
labios. Tampoco es que le hiciese falta, tenía la suerte de tener una
piel bonita y tersa sin apenas imperfecciones a parte de sus pecas,
que le daban aquel aire aniñado que me hacían recordar que ni
siquiera había terminado el instituto.
Entonces y sin darme cuenta Noah se giró para mirarme
enfadada, pillándome mientras la observaba detenidamente.
—¿Quieres una foto?—me preguntó con aquel humor ácido que
desprendía por todos los poros de su piel.
—Si es sin ropa, por supuesto— dije disfrutando del leve rubor
que surgió en sus mejillas. Sus ojos brillaron enfadados y volvió a girarse hacía nuestros padres, que ni se enteraban de las pequeñas
disputas que estaban teniendo lugar a solo medio metro de ellos.
Cuando me lleve mi copa de refresco a los labios mis ojos se
fijaron en la camarera que me observaba desde su posición detrás
del mostrador del bar. Este estaba en la esquina del restaurante y
solo yo podía verlo desde mi posición. Miré a mi padre de reojo un
momento y luego me levante excusándome para ir al servicio. Noah
volvió a observarme con interés, pero apenas le presté atención.
Tenía una cosa importante entre manos.
Camine con decisión hacia la barra del bar y me senté en la silla
frente a Claudia, una camarera con la que me acostaba de vez en
cuando y con cuyo primo tenía una relación algo más complicada
pero a la vez beneficiosa.
Claudia me observó con una sonrisa tensa al mismo tiempo que
se apoyaba en la barra y me ofrecía una visión bastante limitada de
sus pechos, ya que el uniforme que le hacían llevar no era nada del
otro mundo.
—¿Le pongo algo, señor Leister?—me dijo con ironía
arrastrando las letras de mi nombre.
Me puse serio y la observé fijamente.
—No deberías hablarme así, y menos teniendo en cuenta que
estás aquí gracias a mí—le dije con frialdad contento de ver que se
incomodaba.
Se puso recta en su lugar y miró detrás de mi espalda.
—Veo que ya te has buscado a otra chica para pasar el rato—me
dijo refiriéndose a Noah. Me hizo gracia.
—Es mi nueva hermanastra—le expliqué al mismo tiempo que
miraba la hora en mi reloj de pulsera. Había quedado con Anna
dentro de cuarenta minutos. Volví a fijar mis ojos en la chica morena
que tenía delante y que me observaba con asombro.—No sé porqué
te importa—agregué poniéndome de pié—Dile a tú primo que lo
espero esta noche en los muelles, en la fiesta de Kyle.
Claudia tensó la mandíbula seguramente molesta por la escasa
antención que estaba recibiendo. No comprendía por qué las tías esperaban una relación seria de un chico como yo. ¿Acaso no les
advertía que no quería ningún tipo de compromiso? ¿No les
quedaba lo suficientemente claro al ver que me acostaba con quien
me daba la gana? ¿Por qué pensaban que podían tener algo que
me hiciese cambiar?
Había dejado de acostarme con Claudia justamente por todos
estos motivos y ella aún no me lo había perdonado.
—¿Vas a la fiesta?—me preguntó con un atisbo de esperanza en
su mirada.
—Claro—le dije—iré con Anna; ah y una cosa—agregué
ignorando el enfado que cruzó su semblante—Intenta disimular
mejor que me conoces, mi hermanastra ya se ha dado cuenta de
que nos hemos acostado y no me gustaría que mi padre también lo
supiera—dije preparado para regresar a la mesa.
Claudia juntó los labios con fuerza y me dio la espalda sin
decirme nada más.
Llegué a la mesa justo en el momento en el que traían el postre.
Después de unos diez minutos en los que la conversación recaía
casi totalmente en mi padre y su nueva mujer, creí que ya había
cumplido suficiente con el papel de hijo por un día.
—Lo siento, pero voy a tener que irme —dije mirando a mi padre,
que me observó con el ceño fruncido por un momento.
—¿A la casa de Miles?—me preguntó y asentí evitando mirar el
reloj.— ¿Cómo vais con el caso?
Intenté evitar soltar un bufido de resignación, y mentí lo mejor
que pude.
—Su padre nos ha dejado a cargo de todo el papeleo, supongo
que de aquí a que tengamos un caso de verdad y para nosotros
solos, van a tener que pasar años...—le contesté consciente de
repente de que Noah me observaba fijamente y con interés.
—¿Qué estas estudiando?—me preguntó y al girarme hacia ella
vi que cierto desconcierto surcaba su rostro.
—Derecho—le dije y disfruté al ver el asombro en su semblante.
—¿Te sorprende?—le pregunté arrinconándola y disfrutando de ello.