Culpa mia

Noah

Lo último que quería en aquel momento era tener que deberle 
algo a aquel malcriado, pero menos me apetecía tener que 
quedarme sola con mi madre y su marido, viendo como ella le 
miraba embobada y como él presumía de billetes e influencia. 
—Está bien iré contigo—le dije finalmente a Nicholas que 
simplemente se giró, dándome la espalda y comenzó a caminar 
hacia la salida. 
Me despedí de mi madre sin mucho entusiasmo y me apresure 
en seguirle. 
En cuanto llegué a su lado en la entrada del restaurante, esperé 
cruzada de brazos a que nos trajeran su coche. 
Me sorprendió ver como sacaba un paquete de tabaco de la 
chaqueta y se encendía un cigarrillo. Lo miré mientras se lo llevaba 
a la boca y segundos después expulsaba el humo con lentitud y 
fluidez. 
Yo nunca había fumado, ni siquiera lo había probado cuando a 
todas mis amigas les dio por fumar en los lavabos del instituto. No 
entendía que satisfacción podía traer a las personas el hecho de 
inhalar humo cancerígeno que no solo dejaba un olor asqueroso en 
la ropa y el pelo sino que también perjudicaba a miles de órganos 
del cuerpo. 
Como si estuviera leyéndome la mente, Nicholas se giró hacia mí 
y con una sonrisa sarcástica me ofreció el paquete. 
—¿Quieres uno, hermanita?—me preguntó mientras volvía a 
llevarse el cigarro a los labios e inspiraba profundamente. 
—No fumo... y yo que tú haría lo mismo, no querrás matar la 
única neurona que tienes —le dije dando un paso hacia delante y 
colocándome donde no tuviera que verle.

Entonces sentí su cercanía detrás de mí pero no me moví, 
aunque si me asusté cuando me soltó el humo de su boca cerca de 
mi cuello. 
—Ten cuidado... o te dejo aquí tirada para que vayas a pie—dijo 
y justo entonces llegó el coche. 
Le ignoré todo lo que pude mientras caminaba hacia su coche 
todo lo estable que podía con aquellos tacones de 10 centímetros 
de alto. 
Su 4x4 era lo suficientemente alta como para que se me viera 
absolutamente todo si no subía con cuidado y mientras lo hacía me 
arrepentí de haberme puesto aquel estúpido vestido, y aquellos 
estúpidos tacones... Toda la frustración, enfado, y tristeza se habían 
ido agudizando a medida que la velada iba avanzando y las por lo 
menos cinco discusiones que ya había tenido con aquél imbécil 
habían conseguido que aquella noche estuviera en lo peor de lo 
peor de mi misma. 
Me apresuré en ponerme el cinturón mientras Nicholas encendía 
el coche, colocaba su mano sobre mi asiento y giraba la cabeza 
para dar marcha atrás e incorporarse al camino de salida. No me 
sorprendió que pasase de seguir hacia adelante donde la pequeña 
rotonda que había al final del camino estaba justamente diseñada 
para que nadie hiciera exactamente lo que Nicholas hacia en aquel 
instante. 
No pude evitar emitir un sonido de insatisfacción cuando nos 
reincorporamos a la carretera principal, ya fuera del Club Náutico y 
mi hermanastro aceleró el coche a más de 120 ignorando 
deliberadamente las señales de tráfico que indicaban que por allí 
solo se podía ir a 80. 
Nicholas ladeó el rostro hacía a mí. 
—¿Y ahora qué problema tienes?—me preguntó de malas 
maneras, en un tono cansino como si no pudiera aguantarme ni un 
minuto más; Ja, pues ya éramos dos. 
—Lo que me pasa es que no quiero morir en la carretera con un 
energúmeno que no sabe ni leer una señal de tráfico, eso es lo que me pasa—le conteste elevando el tono de voz. Estaba en mi límite, 
poco más y me pondría a gritarle como una posesa; era consciente 
de mi mal genio; una de las cosas que más odiaba de mi misma era 
mi falta de auto control cuando me enfadaba, ya que tendía a gritar, 
insultar y he de admitir que en una ocasión a pegar, pero eso había 
sido una ocasión sin precedentes y me prometí a mí misma que 
nunca volvería a perder los papeles de aquella manera. 
—¿Qué coño te pasa?—me preguntó enfadado mirando hacia la 
carretera. Por lo menos no conducía con los ojos cerrados; de aquel 
idiota me habria esperado cualquier cosa—No has dejado de 
quejarte desde que he tenido la desgracia de conocerte y la verdad 
es que me importa una mierda cuales sean tus problemas; pero 
estás en mí casa, en mi cuidad y en mi coche, así que cierra la puta 
boca hasta que lleguemos—dijo elevando el tono de voz igual que 
había hecho yo. 
Un calor intenso me recorrió de arriba abajo cuando escuche esa 
orden salir de entre sus labios. Nadie me decía lo que tenía que 
hacer... y menos él. 
—¿Quién eres tú para mandarme a callar, pedazo de imbécil?— 
le grité fuera de mí. 
Entonces Nicholas pegó tal frenazo que si no hubiera tenido 
puesto el cinturón de seguridad habría salido volando por el 
parabrisas. 
En cuanto pude recuperarme del susto miré hacia atrás asustada 
al ver que dos coches giraban con rapidez hacia la derecha para 
evitar chocar contra nosotros. Los bocinazos y los insultos 
procedentes de fuera me dejaron momentáneamente aturdida y 
descolocada por unos instantes; después, reaccioné. 
—¿¡Pero qué haces?!—grité sorprendida y aterrorizada de que 
nos fuesen a atropellar. 
Nicholas me miró fijamente; serio como una tumba y para mi 
desconcierto completamente imperturbable. 
—Baja del coche—dijo simplemente.

Abrí tanto la boca ante la sorpresa que seguramente resultó 
hasta cómico. 
—No hablaras en serio...—le dije mirándole con incredulidad. 
Me devolvió la mirada sin inmutarse. 
—No te lo pienso repetir—me dijo en el mismo tono tranquilo y 
completamente perturbador que antes. 
Aquello ya pasaba de castaño a oscuro. 
—Pues vas a tener que hacerlo porque no pienso moverme de 
aquí—le dije observándole tan fríamente como él me miraba a mí. 
Entonces se giró hacia adelante, sacó las llaves del interruptor y 
se bajó del coche dejando su puerta abierta. Mis ojos se abrieron 
como platos al ver que rodeaba la parte delantera del coche y se 
acercaba hacia mi puerta. 
He de admitir que el tío acojonaba de verdad cuando se 
cabreaba y en aquel instante parecía más enfadado que nunca. Mi 
corazón comenzó a latir enloquecido cuando sentí aquella 
sensación tan conocida y enterradora en mi interior... miedo. 
Abrió mi puerta de un tirón y volvió a repetir lo mismo que antes. 
—Baja del coche. 
Mi mente no dejaba de funcionar a mil por hora. Estaba mal de la 
cabeza, no podía dejarme allí tirada en medio de la carretera 
rodeada de árboles y completamente a oscuras. 
—No pienso hacerlo—dije y me maldije a mi misma cuando noté 
que me temblaba la voz. Un miedo irracional se estaba formando en 
la boca de mi estómago. Mis ojos recorrieron con rapidez la 
oscuridad que rodeaba el coche y supe que si aquel idiota me 
dejaba allí tirada me derrumbaría. 
Entonces volvió a sorprenderme y otra vez para mal. 
Se introdujo por el hueco de mi asiento, desabrochó mi cinturón 
y de un tirón me sacó del coche, y todo lo hizo tan rápido que ni 
llegué a protestar. Aquello no podía estar pasando. 
—¡¿Estas mal de la cabeza?!—le grite en cuanto comenzó a 
alejarse de mí en dirección al asiento del conductor.




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