Mierda
—¿Qué coño le has echado?—le pregunté al imbécil que tenía
cogido por la camiseta.
El muy idiota me miraba completamente aterrorizado.
—¡Contéstame joder!—le grité maldiciendo el día en el que había
conocido a mi hermanastra, y también maldiciendo al gilipollas de
Zack Rogers por haberla traído a una fiesta como esta.
—Joder tío—dijo con los ojos abiertos de par en par—GHB—
admitió cuando lo estampé contra la pared.
Joder... esa era la droga que utilizaban los capullos para poder
violar a una tía. Era incolora e indolora y por eso resultaba tan fácil
meterla en la bebida sin que te dieras ni cuenta.
El solo hecho de pensar en lo que podría haber pasado me nubló
la mente. Aquella noche iba a terminar con los puños hechos una
mierda. Le golpee tantas veces que perdí la cuenta.
—¡Nicholas, para!—gritaba una voz a mis espaldas. Detuve el
puño antes de volver a estamparlo contra la cara de aquel hijo de
puta.
—Vuelve a traer esa mierda a una de mis fiestas y lo que te he
hecho hoy te parecerá una caricia en comparación.—le dije
cerciorándome de que escuchaba cada una de las palabras
pronunciadas.— ¿Me has oído?
El gilipollas se fue tambaleando y sangrando lo más lejos posible
de mí.
Me giré y me encontré con una Noah completamente
aterrorizada.
Algo se movió en mi interior cuando vi aquella expresión en ella.
Joder, por muy poco que la soportara y por muchas ganas de
matarla, nadie se merecía que lo drogaran sin consentimiento y menos para hacer lo que seguramente le hubieran hecho de no
haber estado yo allí.
Me acerqué hacia ella observándola con detenimiento.
Tenía los ojos desorbitados, pero los tenía así desde que le
había dado una paliza a Zack, por lo que aún no se veían los
efectos de la droga.
—¿Qué era lo que has bebido?—le pregunté cuando llegué
hasta ella.
No me contestó, simplemente se me quedó mirando
boquiabierta, asustada y temblorosa.
—Joder, Noah, no voy a hacerte daño, ¿vale?—le dije
sintiéndome como un delincuente, cuando en realidad yo no le había
hecho absolutamente nada.
Cuando la dejé tirada, supuse que simplemente llamaría a su
madre y que se iría con nuestros padres a casa. No se me ocurrió
que se subiría al coche del primer imbécil que parara y que vendría
directamente a la fiesta menos apropiada para una chica como ella.
—¿Qué me he tragado?—me preguntó tragando saliva y
observándome como si fuese el mismísimo diablo.
Suspiré y miré hacia el techo mientras intentaba pensar con
claridad. Mi padre me acababa de llamar para preguntarme dónde
demonios estaba Noah.
Su madre estaba preocupada, y le había dicho que la llamaría
cuanto antes, que Noah se había venido conmigo a casa de Erik, y
ahora mismo estaba mirando una película con su hermana.
Había sido una mentira del todo improvisada pero mi padre no
podía enterarse de lo que había ocurrido aquella noche, ni de donde
había estado. Ya me había salvado de suficientes situaciones
difíciles como para que ahora se enterase de que todo seguía
absolutamente igual.
Bastante me había costado mantener mi vida privada en la
sombra, y no pensaba dejar que alguien como Noah lo estropease.
En menos de un día había conseguido tocarme las narices más
que cualquier otra mujer que hubiera tenido el placer de conocer.
—¿Lo que has bebido tenía alcohol?—le pregunté ignorando su
pregunta.
Ella me miró un segundo y luego negó con la cabeza.
—Era Coca—Cola—me respondió y suspiré más aliviado.
Si el GHB se mezclaba con alcohol podía ser muy peligroso,
pero si no...
bueno no voy a decir que fuera como fumarse un porro; Noah iba
a maldecir haber venido a aquella fiesta.
—Estarás bien—le contesté cogiéndola del brazo y llevándola
hasta donde estaba mi coche.
—Quiero matarte—me dijo y cuando bajé la mirada pude ver que
sus párpados habían comenzado a pesarle. Mierda, tenía que
ponerla al teléfono con su madre antes de que fuera a peor.
En cuanto llegamos hasta mi coche, abrí la puerta del conductor
y esperé a que se sentara.
Entonces saqué el móvil.
—Tienes que decirle a tu madre que estás bien y que no te
espere levantada—le dije mientras buscaba a mi padre en la agenda
—Dile que estamos viendo una película en casa de unos amigos
míos.
—Que te den—me contestó echando la cabeza hacia atrás y
cerrando los ojos con fuerza.
Me acerqué hacia ella y le cogí el rostro con una sola mano.
Abrió los ojos y me miró con tanto odio que no pude evitar sentir
ganas de darle una patada a algo sólido y romperlo en mil pedazos.
—llama o esto va a ponerse feo de verdad—le dije, pensando en
cómo se pondría mi padre si se enteraba de lo que había ocurrido
aquella noche. Y
qué decir de la madre de Noah.
—¿Que vas a hacerme?—me dijo mirándome con las pupilas
cada vez más dilatadas—¿Dejarme tirada para que alguien me
viole?—me preguntó con segundas—Espera... ya lo has hecho.—
agregó con ironía.
Vale me lo merecía pero no teníamos tiempo para eso.
—Estoy marcando, mas te vale decirle lo que te he dicho—le dije
al mismo tiempo que le ponía el teléfono en la oreja.
Unos segundos después Rafaella se escuchó al otro lado de la
línea.
Noah, ¿estás bien?
Ella me miró antes de contestar.
—Sí—dijo para mi gran alivio—estamos viendo una película...
llegaremos...un poco tarde—siguió diciendo mientras su mirada
se desviaba hacia el techo del coche.
Me alegro de que hayas ido cariño, ya verás cómo te gustan los amigos de Nick...
Miré hacia otro lado cuando escuché aquello.
—Seguro—dijo Noah sin volver a mirarme.
Nos vemos mañana cielo, te quiero —Y yo, adiós—le dijo y
entonces le quité el teléfono y me lo guarde en el bolsillo.
Rodeé el coche y me senté en el asiento del conductor.
Esperaríamos allí a ver qué tolerancia tenía Noah a las drogas. Solo
podía esperar que no fuera como una tía que había conocido hacía
ya un año y a la cual casi le había dado un infarto por fumarse un
porro.
Me giré hacia ella.
—Tengo calor—me dijo con los ojos cerrados y en efecto pude
ver como el sudor empapaba su frente y su cuello.
—Te pondrás bien, no te preocupes—le dije deseando que mis
palabras no me traicionaran.
—¿Qué efectos tiene esta droga?—me preguntó con voz
pastosa.
Dude un momento antes de contestarle.
—Sudores... calor y frío a tiempos iguales... somnolencia...—le
dije deseando que esos fueran los únicos efectos que sufriera.
Si se ponía a vomitar o le entraba taquicardia iba a tener que
llevarla al hospital y eso no podía acabar bien.
Sus mejillas estaban rojas y su pelo había comenzado a
pegársele a la frente. Me fijé que tenía una gomilla en una de sus muñecas.
Me estiré sobre ella y se la quité. Lo mínimo que podía hacer era
ayudarla a estar lo más cómoda posible.
—¿Qué haces?—me dijo y pude notar el miedo en su voz.
Respiré hondo intentando mantener mis emociones a raya.
Nunca le había hecho algo así a una mujer... no me hacía falta
recurrir a aquellas mierdas para llevarme a alguna a la cama, y ver a
Noah aterrorizada por si le hacía algo parecido me sentaba como
una patada.
Aquella cría me había agotado en cuestión de horas.
—Ayudarte—le dije mientras la doblaba con cuidado para poder
recogerle su larga melena multicolor y hacerle una cola improvisada
en lo alto de la cabeza.
—Para eso tendrías que desaparecer—me contestó arrastrando
las palabras.
No pude evitar que aquello me hiciese gracia. Aquella chica tenía
más agallas que cualquier otra que hubiese conocido. No se olía
con quien se estaba metiendo, no sabía quién era, ni de lo que era
capaz de hacer... y al fin y al cabo, era muy refrescante.
Se me vino a la cabeza su imagen después de haberme pegado
aquel puñetazo. Había sido del todo inesperado, es más era el
primer puñetazo que me daban en mucho tiempo...
Instintivamente le cogí la mano derecha y observe sus nudillos
hinchados. Tenía que haberme atizado con todas sus fuerzas para
que la mano le quedara así, y sentí cierta pena por ella ya que yo
apenas lo había sentido.
De repente me vi a mí mismo enseñándole a Noah a atizar un
puñetazo como Dios manda.
La observé con cierta preocupación. Ahora que el cabello no le
ocultaba el rostro me pude fijar en ciertos rasgos que no había
podido apreciar desde que la había conocido.
Tenía un bonito cuello, y unos pómulos altos surcados de miles
de pecas.