Cuando abrí los ojos aquella mañana me sentía realmente mal.
Por primera vez en mi vida me molestaba la luz centelleante que
entraba por el inmenso ventanal de mi habitación y reclamaba cierta
oscuridad; no total pero si cierta.
Me dolía la cabeza una barbaridad y me sentía muy extraña. Era
raro de explicar pero era consciente de cada movimiento, de cada
sensación que estaba teniendo lugar dentro de mi organismo y era
tan incómodo como molesto y perturbador. Sentía la garganta seca,
como si no hubiera bebido ningún líquido en más de una semana.
Con dificultad me acerqué hacia mi baño y me observé en el
espejo.
¡Dios mío,qué horror!
Solo había visto a una persona con aspecto un poco parecido al
mío y había sido una de mis amigas de Toronto. Habíamos salido de
fiesta y ella había bebido hasta más no poder. La pobre había
terminado tirada en el lavabo de mi casa, vomitando para a la
mañana siguiente tener una resaca del quince.
Entonces lo recordé.
Sentí como todo mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.
Me eché agua en la cabeza, sin importarme en absoluto que se
me mojaran los cabellos de la frente, que por cierto no recordaba
habérmelos atado en lo alto de la cabeza, me quité aquel vestido
que no quise ni tocar por miedo a lo que podría haber llegado a
pasar, me lavé los dientes para no sentir aquel regusto reseco en la
boca que me daba ganas de vomitar y me puse unos pantalones
cortos y una camiseta de pijama.
Ni siquiera me importo la hora que fuera.
Los recuerdos se instalaban en mi mente como fotografías que
se pasan demasiado rápido para poder analizarlas con detenimiento. Solo podía pensar en una cosa. La droga... me habían
drogado, había ingerido drogas, había traicionado mi prioridad
número uno, había roto con todos mis ideales... y todo por culpa de
una sola persona.
Salí de la habitación dando un portazo y cruce el pasillo hasta la
habitación de Nicholas.
Abrí sin molestarme en llamar y me encontré con una cueva de
osos, si es que se la podía comparar con eso.
Dentro de aquella habitación no había ni una gota de luz salvo la
que entraba por la puerta que acaba de abrir. Menos mal que el aire
acondicionado estaba puesto por que seguramente se habría
muerto asfixiado por falta de aire a causa de la totalidad del encierre
de aquel sitio.
Había una persona bajo la manta de aquella inmensa cama de
color oscuro.
Me acerqué hasta ella y zarandeé al que dormía allí tan tranquilo
como si nada hubiera pasado, como si no me hubiesen drogado por
su culpa, como si no me sintiese como una mierda por todo lo que
me había hecho pasar.
-Joder...-dijo él con voz pastosa sin abrir los ojos.
Observé su pelo revuelto que se camuflaba en las sabanas
negras de raso y tiré con fuerza del edredón destapándolo por
completo y sin importarme en absoluto.
Por lo menos no estaba desnudo pero llevaba unos bóxers
blancos que me dejaron un poco descolocada por unos instantes.
Dormía boca abajo por lo que tuve una panorámica perfecta de
su ancha espalda, sus largas piernas y todo hay que decirlo, de su
esplendido trasero.
Me obligué a mi misma a centrarme en lo importante.
-¿Qué paso anoche?-casi le grité mientras le zarandeaba por el
brazo para que se despertara.
Él gruñó, molesto y me cogió la mano para que me detuviera,
todo esto aún con los ojos cerrados.
De un movimiento me tiró sobre su cama.
Caí sentada junto a él e intenté soltarme, cosa que no me
permitió.
-Ni drogada te estás callada, joder...-repitió y por fin abrió los
ojos para mirarme.
Dos iris azules se clavaron en mis ojos.
-¿Qué quieres?-me preguntó soltándome la muñeca e
incorporándose en la cama.
Me puse de pié de inmediato.
-¿Qué me hiciste anoche cuando me tenías drogada?-le
pregunté temiendo lo peor.
Madre mía... si me había hecho algo...
Nicholas entrecerró los ojos y me miró cabreado.
-De todo-me contestó haciendo que se me fuera todo el color del
rostro-Te viole como unas veinte veces y cuando me cansé le dejé a
todos los de la fiesta que hicieran lo mismo... creo que también lo
hicieron los de la gasolinera cuando me detuve allí-dijo y empecé a
notar el sarcasmo en su vos-Y si también contamos al vigilante de
fuera...
Le di un golpe en el pecho.
-¡Imbécil!-le dije notando como la sangre subía a mis mejillas
causada por la rabia.
Nicholas me ignoró y se puso de pié.
Entonces alguien entro en la habitación; un ser peludo y tan
oscuro como su dueño y aquella maldita habitación.
-Eh, Thor ¿tienes hambre?-le preguntó este mirándome con una
sonrisa divertida-Tengo aquí un regalito muy apetecible para ti...
-Me largo-le dije emprendiendo la marcha hacia la puerta. No
quería volver a ver a aquel imbécil, nuca más, y el hecho de saber
que eso era imposible me puso de peor humor.
Nicholas me interceptó en mitad de la habitación. Casi me di de
bruces contra su pecho desnudo.
Sus ojos buscaron los míos y le mantuve la mirada con
desconfianza y también desafío.
Siento lo que paso anoche-me dijo y por unos segundos
milagrosos creí que me estaba pidiendo perdón; que equivocada
estaba-pero no puedes decir absolutamente nada, o se me puede
caer el pelo-continuó y supe entonces que lo único que le importaba
era salvar su culo, al mío podían darle por saco.
Solté un una risa irónica.
-Dijo el futuro abogado-le dije con sarcasmo.
-Mantén la boca cerrada-me advirtió ignorando mi comentario.
-¿O qué?-le contesté desafiándole.
Sus ojos recorrieron mi rostro, mi cuello y se detuvieron en mi
oreja derecha.
Un dedo suyo rozó un punto muy importante para mí.
-O este nudo puede que no sea lo suficientemente fuerte para ti-
susurro y di un paso hacia atrás. ¿Qué sabía él sobre ser fuerte, o
sobre mi tatuaje?
-Ignórame y yo haré lo mismo... así soportaremos los poquísimos
momentos en los que vamos a tener que estar juntos ¿De acuerdo?-
le dije rodeándole y apartándome de él.
Thor me observó meneando la cola.
Por lo menos el perro había dejado de odiarme, me dije como
consuelo cuando salí de aquella habitación.
Lo primero que hice después de salir de allí fue irme
directamente a mi dormitorio. Tenía un feo presentimiento de que la
noche anterior podrían haber pasado cosas de las que no me
acordaba o de haber dicho algo de lo que me arrepentiría. Sabía
que si eso había ocurrido, Nicholas no iba a aclarármelo y eso me
inquietó aún más todavía. Que él supiera algo de lo que yo no tenía
ni idea, o de que hubiera visto algo en mí que yo nunca hubiese
querido enseñarle era lo que me hacía odiarle tanto como lo hacía.
No comprendía como en tan poco tiempo había podido formar en mi
interior un rechazo tan grande hacia él, pero si lo pensaba no era de
extrañar puesto que Nicholas Leister representaba absolutamente
todo lo que yo odiaba en una persona; era violento, peligroso,
abusón, mentiroso, amenazador... todos los rasgos que me hacían salir corriendo en la dirección opuesta. Muchas cosas tenían que
cambiar para que mis sentimientos hacia él pudiesen mejorar; y eso
era algo de lo que estaba completamente segura.
Fuera hacía un día precioso, el mejor para ir a la playa o estrenar
aquella piscina tan impresionante que tenía mi nueva casa. Con un
poco de mejor humor me propuse tomar el sol con tranquilidad, leer
un buen libro, e intentar olvidarme de lo que había ocurrido la noche
anterior. Pero lo primero era desayunar algo, no podía dejar de
pensar en que aquella droga repugnante aún estaba dando vueltas
por mi cuerpo, y como él alcohol supuse que con mucha agua y
comida la droga iría desapareciendo.
Me obligué a mi misma a no pesar en lo que me podrían haber
hecho si Nicholas no hubiese estado allí cuando aquel tío me había
dado la droga.
Solo el pensar que me pudiesen haber violado me ponía los
pelos de punta.
Con aquellos pensamientos en mente me dirigí a mi
impresionante y demasiado ostentoso armario. Dudaba en si
ponerme un biquini o un bañador... Al final me decante por el biquini
pero sin poderme liberar de aquella vocecita que no cesaba de
decirme que tal vez no fuera buena idea.
Me miré en el espejo, sintiéndome demasiado expuesta.
Observé con atención aquella parte de la que me sentía totalmente
acomplejada y opté por no darle demasiada importancia.
Con un vestido de playa y una toalla color lila, salí de mi
habitación lista para afrontar mi primer desayuno en aquella casa.
Se me hacía tan raro caminar por allí, me sentía como cuando
de pequeña me dejaban quedarme a dormir en casa de mis amigas
y de noche me apetecía ir al lavabo y no lo hacía por miedo a
encontrarme con algún familiar.
Era de lo más incómodo.
Cuando llegué me encontré con mi madre, envuelta en una bata
blanca de seda y zapatillas junto a un trajeado Will listo para salir a
trabajar.