Estaba completamente loca. Había perdido completamente el
juicio y todo por lo que mi mejor amiga y mi novio acababan de
hacerme. Mi mente estaba completamente nublada, lo único que
parecía importarle era devolvérsela, y devolvérsela a lo grande. En
aquel instante no podía pensar en otra cosa que no fuera la boca de
Dan unida asquerosamente a la de Beth. Solo de imaginármelo me
daba ganas de vomitar, solo de pensarlo mi mente se volvía
completamente roja; nublada, ciega, ciega por el intenso sentimiento
del odio, el dolor y unas profundas ganas de venganza.
Estaba en mi habitación, desnudándome mientras al otro lado de
la pared un chico que había conocido hacia dos horas esperaba
pacientemente sentado en mi cama a que terminara de cambiarme
de ropa. No podía ir a aquellas carreras con un vestido de gala y
menos con tacones de dos metros de alto. Me quité absolutamente
todo y me puse unos pantalones cortos vaqueros una blusa negra
de tirantes y unas sandalias normalitas.
Sabía perfectamente que no podía ir como una mojigata a un
lugar como aquel, por eso agradecí que en contra de todas mis
costumbres aquella noche había dejado que me maquillaran en
exceso. Me fui quitando lo más rápido posible aquellas horquillas
que me hacían doler la cabeza y de las cuales me habían puesto
más o menos un centenar y a medida que iban cayendo al suelo lo
mismo hacían mis cabellos; rizados y largos cayeron en torno a mi
rostro y con frustración los recogí en una cola de caballo que realicé
de cualquier manera. Con aquella ropa y aquel maquillaje daba el
pego de sobra.
Salí de mi vestidor y comprobé mi teoría en cuanto Mario, el
camarero que acababa de conocer se le agrandaron los ojos con
admiración.
—Estas guapa—me dijo con una sonrisa divertida y se la devolví
sin mucho entusiasmo. Aquella noche no estaba para cumplidos
tontos ni para nada que se le pareciera. En mi mente solo se
dibujaba una imagen, yo conduciendo un cochazo a más de
doscientos por hora, y yo enrollándome con el tío más macarra y
buenorro del lugar. De esa forma me sentiría satisfecha, me sentiría
menos utilizada, menos engañada, aunque en el fondo de mi alma
supiera que nada de aquello podría borrar la realidad y la realidad
era que estaba completamente destrozada y apenas podía
mantener unidos los cachitos en los que se había convertido mi
corazón.
Observé atentamente a Mario... latino de ojos negros y piel
aceitunada, estaba bastante bien, más que eso, era un hombre y no
un crio, pero aún no iba a hacer nada de lo que tenía planeado; más
que nada porque no me sentia ni lo suficiente borracha ni lo
suficientemente segura de mi misma. En ese momento me sentía
completamente como una mierda, hablando alto y claro. Me habían
engañado y no solo una persona si no dos puesto que lo habían
hecho con mi mejor amiga, la amiga a la que siempre había
defendido, la amiga a la que había confiado todas mis
inseguridades, mis miedos...¡Dios mío! ¿Le habría contado a Dan
todas las cosas que le había confesado...? ¿Se habrían estado
riendo de mí mientras yo intentaba dar lo máximo en mi primera y
única relación? ¿Lo tenían planeado?
Respiré hondo intentando acallar todos aquellos sentimientos y
pensamientos dolorosos.
—Gracias—le contesté a Mario al mismo tiempo que cogía mi
bolso de la cama y me encaminaba hacia la puerta—¿Vamos?
Mario se puso de pié y con una mirada divertida asintió al mismo
tiempo que salíamos de mi habitación y poco después nos
metíamos en su coche.
Llevábamos media hora conduciendo y según Mario ya no
faltaba mucho para llegar. Las carreras tenían lugar en una zona
abandonada cerca del desierto y mi entusiasmo por poder volver a disfrutar de aquel ambiente de carreras, coches y sano deporte me
puso de mejor humor.
Otra media hora más tarde, Mario se desvió por una carretera
secundaria rodeada de campos secos y arena roja y anaranjada. A
medida que nos íbamos alejando más y más comencé a dejar de
escuchar los coches de la autopista para escuchar una música
repetitiva y cada vez más fuerte.
—¿Has estado alguna vez en algo como esto?—me preguntó
Mario que conducía con una mano en el volante y la otra
cómodamente apoyada en el respaldo de mi asiento.
—He estado en bastantes carreras, sí—le contesté en tono un
poco antipático.
El me observó unos instantes y luego volvió a fijarse en la
carretera.
Entonces pude ver a lo lejos a un montón de gente y unas luces
como de neón alumbrando una zona desierta repleta de coches
aparcados de cualquier manera.
La música era ensordecedora, y cuando llegamos, vi a gente
entre los veinte y treinta años bebiendo, bailando y comportándose
de una manera del todo indecente.
Mis ojos se fueron agrandando cada vez más cuando me iba
dando cuenta de a qué tipo de carreras y con qué tipo de gente me
iba a encontrar.
Mario detuvo el coche en un sitio bastante cerca de donde la
mayoría de la gente se encontraba y se bajó de él esperando que yo
hiciese lo mismo.
Lo hice y no pude dejar de observar fijamente lo que me
rodeaba.
Las mujeres iban vestidas casi con ropa interior, se restregaban
contra los tíos de una forma asquerosa al mismo tiempo que hacían
como si estuvieran bailando aquella música que tendría que estar
prohibida de lo repetitiva y horripilante que era. Supe en cuanto las miradas comenzaron a fijarse en mí, que yo destacaba por mi normalidad. Abundaban las mujeres ligeritas de ropa, la gente
fumada, bebiendo e incluso haciéndolo en donde se los podía ver...
—¿Dónde me has traído?—no pude evitar preguntarle a mi
acompañante. Este a mí lado soltó una carcajada.
—No te preocupes, guapa, estos son espectadores, los que
importan aquí son aquellos de allí—dijo señalando hacia la
izquierda, a un gran grupo de chicos y chicas que se recostaban
contra los capós de unos coches impresionantes, tuneados de mil
formas y de cuyos maleteros sonaba una música igual de horrible
que la sonaba en donde yo estaba.
Me fijé en que abundaban las prendas de ropa fluorescente. La
poca iluminación que había allí característica en su mayoría con
luces blancas hacían que aquellas prendas brillaran en la oscuridad
de la noche. Es más muchas mujeres tenían incluso pintados los
cuerpos y las caras con elaborados dibujos hechos con pintura
fluorescente.
—Has pensado hasta en los detalles, ¿eh?—me preguntó Mario
y yo le miré sin comprender.
Me señalo el cuerpo y entonces entendí a lo que se estaba
refiriendo.
Aquel producto que mi madre me había echado por los brazos, el
cuello y el pelo, ahora brillaba como miles de puntitos fluorescentes
sobre mi piel clara. Estaba ridícula.
—No tenía ni idea te lo puedo asegurar—le contesté y el soltó
una carcajada.
—Mejor que la tuvieses, aquí no puede venir cualquiera y no es
por ofender, pero tú eres... un poco más recatada que la mayoría de
las personas que hay aquí—me dijo observando mis pantalones
cortos y mi simple blusa negra.
Y tanto que era recatada, a aquellas chicas lo único que les
faltaba para estar completamente desnudas era quitarse aquellas
minifaldas exageradamente cortas o los biquinis que usaban como
prenda superior.