Cuatro días después y seguía sin aparecer por casa. Después
de lo que había ocurrido en las carreras no quería ni aparecer por
allí. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar cuando volviera a
encontrarme frente a frente con Noah; una parte de mí quería
estrangularla y hacerla pagar por lo que su estúpido jueguecito me
había costado: mi coche, mi Ferrari negro de más de cien mil
dólares, y la ruptura definitiva de la tregua que tenía mi banda con la
banda de Ronnie. El muy hijo de puta nos había disparado por la
espalda, aún recordaba como mi corazón casi se me había salido
del pecho al escuchar el disparo y el grito de Noah en el asiento de
detrás . Recuerdo haber temido mirar hacia atrás por miedo a ver lo
que me encontraría, recuerdo haber pasado el mayor miedo de mi
vida, y todo por una insensatez de una tía incapaz de de hacer caso
ni una puta vez a lo que se le decía.
Al verla correr me había sentido completamente impotente. Aún
ni siquiera era capaz de explicarme de donde había sacado aquella
habilidad para poder conducir de aquella forma pero, joder, cómo le
había ganado a aquel imbécil. Una parte de mí admiró su forma de
coger aquella segunda curva, ni siquiera yo habría tenido los
cojones de arriesgarme como ella lo había hecho, lo que también
me aclaraba la falta de instinto de supervivencia que tenía, pero lo
había hecho genial, había sido impresionante.
Y por otra parte no podía quitarme de la cabeza el beso que le
había dado y las ganas que me reconcomían por dentro por volver a
hacerlo. No podía olvidarme de aquel rostro demasiado atractivo,
aquellos labios llenos y dulcemente sabrosos, aquel cuerpo que me
volvía loco...
Mierda.
No podía volver a casa, no sabía cómo iba a actuar, ya que una
parte de mí, la más pervertida y la que claramente no pensaba con
la cabeza, quería tirarse a esa chica de cabellos rubios y ojos color
miel sobre todas las cosas, hacerle de todo y hacerla pagar por
haberme hecho perder mi tesoro más preciado; y la otra,
simplemente quería hacerla temer el simple hecho de estar cerca de
mí, conseguir que ni se atreviese a respirar demasiado fuerte a mí
lado... Pero claro, la primera opción tiraba más que la segunda, y
me maldecía por ello.
Llevaba cuatro días de fiesta en fiesta acostándome a las tantas
y levantándome con una chica diferente cada noche. Después de lo
que había ocurrido en las carreras la relación entre Ronnie y yo
había terminado para siempre y la verdad es que me preocupaba la
reacción que pudiera tener si volvíamos a vernos, cosa que sería
más pronto que tarde teniendo en cuenta que nos movíamos por los
mismos círculos.
Era increíble como esa chica había jodido absolutamente todo y
en tan poco tiempo, y encima tenía la obligación de verla todas las
malditas mañanas.
De esa guisa llegué a casa, con el cristal trasero de mi coche ya
arreglado y con un humor de perros que estaba a punto de
empeorar.
Aparqué en mi plaza de aparcamiento, me coloqué mis gafas de
sol, ya que la resaca me estaba matando y me encaminé hacia la
entrada, deseando desaparecer en mi habitación durante todo el
día; claro que eso iba a ser imposible.
En cuanto puse un pie dentro de casa un grito proveniente de la
cocina me hizo maldecir internamente y rezar por tener la paciencia
que iba a necesitar en aquel momento.
Con paso lento entré en la cocina donde mi madrastra, su hija y
¿Jenna? desayunaban sobre la mesada.
Mis ojos se detuvieron unos segundos de más en mi infierno
rubio personal. Noah parecía haberse descompuesto en cuanto
entré por la puerta. Me fijé en que su piel estaba tostada por el sol y sus pelos más rubios y de más colores que desde la última vez que
la había visto. Iba vestida con un bañador entero y estaba cubierta
con una toalla enroscada debajo de los brazos. Su pelo mojado
chorreaba agua sobre la encimera en donde desayunaba un cuenco
de cereales. A su lado, Jenna estaba más o menos igual, solo que
ella iba en biquini y lucia una sonrisa de bienvenida que siempre
reservaba para amigos y familiares.
¿Ahora eran amigas?
.—Por fin vuelves, Nick; tú padre ha estado llamándote durante
todo el día de ayer—me dijo Rafaella con amabilidad y con cara de
estar despierta hace mil horas. Al contrario que el aspecto
desarreglado de su hija, ella iba de punta en blanco, con su pelo
rubio platino recogido en un moño y un traje blanco de lino bien
planchado.
Joder, que rápido se había convertido en la señora de William
Leister.
—He estado ocupado—contesté cortante al mismo tiempo que
me acercaba a la nevera y sacaba una cerveza.
Me importaba una mierda que fueran las diez de la mañana.
—¿Qué pasa, Nick, no nos saludas?—dijo Jenna girándose en
su silla para observarme atentamente.
La miré con cara de pocos amigos. Jenna sabía perfectamente
que no estaba para chorradas, ¿Por qué no hacía como Noah y se
quedaba callada mirando su cuenco de cereales?
Gruñí un saludo al mismo tiempo que me llevaba la cerveza a la
boca y me fijaba en como Noah intentaba aparentar como si mi
presencia allí no le afectara en absoluto.
—Nicholas, tú padre te ha llamado por que esta noche nos
vamos a Nueva York—me dijo Rafaella captando mi atención.—
Tiene un congreso y yo le acompaño; Me gustaría que te quedaras
aquí con Noah, no quiero que se quede sola en esta casa tan
grande y...
—Mamá, ya te he dicho que estoy perfectamente—saltó
entonces Noah fulminándola con la mirada—Puedo quedarme sola, es más, Jenna se quedará a hacerme compañía, ¿a que sí, Jenna?
—le preguntó girándose a ella.
Jenna asintió encogiéndose de hombros y mirándome primero a
mí y después a Noah. Noah no quería verme, no quería tenerme
cerca...hummm eso era interesante.
—Me quedaré—dije entonces, sin saber muy bien en donde me
estaba metiendo.
Noah dejó a un lado su semblante indiferente para mirarme con
sus ojos bien abiertos y con cara de querer estar en cualquier sitio
menos allí— —Me quedo mucho más tranquila, gracias, Nick—dijo
entonces Rafaella levantándose y dándole un último sorbo a su
café.—Me voy a hacer las maletas, os veo luego antes de irme.—
dijo y salió por la puerta.
Esa mujer no tenía ni idea de lo que acababa de hacer.
—No hace falta que lo hagas, se cuidarme solita—me dijo Noah
con un brillo extraño en sus ojos, como si se estuviese conteniendo
para mí.
Me acerqué hacía ella hasta sentarme en la silla que había a su
lado.
—Dudo que sepas hacerlo, pero no es por eso por lo que me
quedo—le dije clavando mis ojos en los suyos—Esta es mi casa y
me quedo si me da la gana, pero procura evitarme estos días, tú
cara es lo último que me apetece ver cuando me levante por las
mañanas—agregué notando como mi enfado crecía al mismo
tiempo que el deseo por ella se avivaba en mi interior. Mis ojos se
desviaron involuntariamente a su escote mojado por el agua de la
piscina y después en su tatuaje que me volvía completamente loco.
—¡Nicholas!—me gritó Jenna indignada. Apenas le presté
atención ya que mis palabras parecían haber causado cierto efecto
en mi hermanastra.
Se puso de pié y yo hice lo mismo, quedando ambos enfrentados
con nuestros cuerpos y miradas.
—Lo mismo te digo, gilipollas—me contesto cambiando su
actitud pasiva de un segundo para otro—Volvamos al principio en donde yo te ignoro tú me ignoras y todos contentos—agregó
manteniéndome la mirada sin problema.
Dios y tanto que me gustaría ignorarla. Pero su cuerpo me atraía
como un maldito imán.
—Estaré contento cuando me pagues los cien mil dólares que
valía mi Ferrari; hasta entonces y si no quieres tener un problema de
verdad procura mantener la boca cerrada y tu persona lejos de
cualquier cosa que me pertenezca.—Le contesté cogiendo mi
cerveza y largándome de allí. Noah se había quedado callada otra
vez; estupendo.
—¡Y eso va por ti, Jenna!—le grite a la novia de mi mejor amigo
al mismo tiempo que cerraba la puerta de un portazo.