Ardía por dentro. En todos los sentidos posibles de la palabra,
estaba ardiendo. Hacia una semana que no había dejado de pensar
en el beso que nos dimos en las carreras y eso me había puesto
cada vez de peor humor.
Verla allí en mi casa restregándome algo que no podía tener era
algo que no podía soportar. Aquella noche estaba increíble, y no
podía quitar mis ojos de su cuerpo. De sus piernas, de su escote, de
su pelo increíblemente largo y brillante, pero lo que no podía
aguantar era que bailara delante de mis narices con mis amigos y
ver como todos se la comían con los ojos. Ya había tenido que
soportar como varios de ellos decían obscenidades refiriéndose a
ella y me sorprendía lo mucho que me afectaba puesto que yo era
de los primeros en decir ese tipo de cosas cuando aparecía una tía
que estuviese buena, ¿pero con Noah? Simplemente era algo que
me enloquecía.
Cuando la vi con mi móvil y me fijé en las fotos que le estaban
mandando sentí un poco de pena por ella y rabia hacia quien fuera
incluyendo a ese ex novio suyo, pero lo que claramente no había
planeado era llevarla al despacho de mi padre y enrollarme con ella.
Estaba claro que tenia varias copas de más y no me di cuenta de lo
que estaba haciendo hasta que no se encendió la luz y la vi
claramente. Sus mejillas estaban sonrosadas y sus labios hinchados
por mis besos... Joder solo de pensarlo me daba ganas de ir en su
busca otra vez, pero no podía hacer eso, no con ella, era mi
hermanastra por el amor de Dios, la misma hermanastra que había
puesto mi mundo patas arriba y la misma que había hecho que
perdiera mi coche.
Me quite aquellos pensamientos de mi cabeza y salí al jardín. Iba
a permanecer alejado de ella, no podía acostarme con alguien que vivía en mi casa, alguien que vería todos los días y menos con
alguien que era hija de la persona que había ocupado el lugar de mi
madre, un lugar que hacía muchísimo tiempo había descartado de
mi vida.
Me quedé fuera hasta que la mayoría empezó a marcharse,
dejando a su paso un completo desastre, con vasos de plásticos
tirados por el césped, botellas de cerveza, y quién sabe qué más.
Frustrado me encaminé en dirección a la puerta de la cocina, no sin
antes fijarme en los que quedaban por allí. Entre los pocos
rezagados estaban Jenna y Lion. Ella estaba sentada sobre su
regazo mientras él le besaba en el cuello haciéndola reír.
Por poco y no vomito por el camino. Quien me iba a decir que
esos dos iban a acabar así. Lion era como yo, le encantaban las
mujeres, las fiestas, las carreras, la droga... y ahora se había
convertido en el perrito faldero de una cría como Jenna.
Las mujeres solo servían para una cosa, todo lo demás
acarreaba problemas, ya lo había comprobado con mis propias
experiencias.
—¡Eh, tío!—me gritó Lion haciéndome girar—Mañana hay
barbacoa en casa de Joe, ¿te veo allí?
Barbacoa en casa de Joe, eso solo significaba fiesta hasta la
madrugada, muchas tías buenas y buena música... pero yo ya tenía
planes para el día siguiente, unos planes que quedaban a más de
seis horas de distancia y los cuales adoraba y odiaba al mismo
tiempo.
Me giré hacia él.
—Mañana me voy a las Vegas—le dije mirándolo con cara de
circunstancias. Él lo comprendió al instante y asintió.
—Diviértete y mandale recuerdos a Maddie—me dijo sonriendo a
la vez que Jenna me observaba con interés.
—¿Quién es Maddie?—me preguntó con voz melosa—¿Una
show girl de las Vegas, Nick? Veo que cada vez apuntas más alto...
o más bajo dependiendo de cómo se mire.
La fulminé con la mirada, antes de que Lion interrumpiera lo que
estaba a punto de decirle.
—No te metas, Jenna—le dijo antes de volverse hacía a mí y
dejarme claro con su mirada que no la tomara con ella.
Respiré hondo y me calmé.
—Os veo cuando vuelva—les dije a modo de despedida para
después atravesar la casa y subir hasta mi habitación. Había una
tenue luz bajo la puerta del cuarto de Noah, y me pregunté si estaría
despierta, para después recordar que le tenía miedo a la oscuridad.
Algún día cuando las cosas se calmaran entre los dos le
preguntaría por ello; esa noche solo me quedaba descansar;
mañana sería un día muy largo.
La alarma del móvil sonó a las seis y media de la mañana. La
apagué con un rugido al mismo tiempo que me decía a mí mismo
que tenía que espabilar si quería estar en las Vegas a eso de las
doce del mediodía. Esperaba que conducir durante tantas horas me
ayudara a calmar el mal humor que aún persistía desde la noche
anterior. Salí de la cama y me di una ducha rápida; me puse los
vaqueros y una camiseta de mangas cortas consiente del calor
infernal que haría en Nevada y el cual detestaba desde la primera
vez que había estado allí. Las Vegas era un sitio alucinante siempre
y cuando estuvieras dentro de los hoteles con aire acondicionado;
fuera era casi imposible estar más de una hora sin agobiarte por el
calor húmedo del desierto.
Los recuerdos de la noche anterior volvieron a azotarme en
cuanto pasé por la puerta entreabierta de Noah; como si no hubiese
tenido suficiente con haber soñado con ella toda la maldita noche.
Se me había metido en la cabeza y no había manera de sacarla de
allí.
Bajé los escalones y me fui directo a la cocina a por una taza de
café. Sophie no llegaría hasta pasadas las diez por lo que me las
ingenie como pude para hacerme un desayuno más o menos
decente. A las siete ya estaba montado en mi coche y listo para
marcharme.
Con la música distrayéndome intenté ignorar la sensación que
siempre me embargaba cuando tenía que ir a ver a Madison, aún
recordaba el día en el que me había enterado de su nacimiento.
Tenía diecinueve años cuando llegó aquella llamada que me
afectó tanto o más que la desaparición de la persona que la hacía.
Mi madre, Anabell Grason, antiguamente Anabell Leister, nos había
abandonado a mi padre y a mí cuando yo solo tenía doce años. Aún
podía recordar el vacío que se adueño de mí mismo cuando
comprendí que nunca más iba a volverla a ver. Mi relación con ella
siempre había sido muy estrecha, mi madre me adoraba o eso
siempre me decía, al contrario que mi padre, cuya relación conmigo
siempre había sido de frío contacto y peleas constantes. Mi madre
había sido la mediadora en esas peleas, hasta que se marchó. La
tristeza que sentí al comprender que se había marchado sin más se
fue convirtiendo en un profundo odio hacia ella y a las mujeres en
general, la única que debía quererme por encima de todas las cosas
me había cambiado por otro hombre, un millonario dueño de uno de
los hoteles más importantes de Las Vegas y cuyo nombre mi padre
había limpiado después de que se le acusara de fraude por más de
diez millones de dólares. Así se conocieron mi madre y él, porque
había sido un cliente de mí padre, un amigo, un socio... Y
la muy zorra lo había abandonado.
Cuando fui creciendo y cualquier sentimiento hacia ella hubo
desaparecido mi padre me contó toda la verdad. Mi madre nunca
había sido feliz con él, me había querido a mí pero era una infeliz
que lo único que deseaba era tener más millones a cada día que
pasaba. No le bastó estar casada con uno de los empresarios y
abogados más importantes del país, prefería acostarse con el fraude
de Grason. Ese hombre, el marido de mi madre, fue el que le
prohibió volver a verme o a tener cualquier contacto conmigo o con
mi padre y en el momento en el que ella acepto esa petición dejó de
tener cualquier relación conmigo. Los abogados de mi padre
consiguieron la custodia completa y mi madre renunció a cualquier derecho sobre mí... hasta hacía cuatro años, cuando se enteró de
que estaba embarazada y su vena maternal resurgió de la nada.
Me había llamado después de siete años sin saber
absolutamente nada de ella para decirme que quería volver a verme
y quería que conociera su hija recién nacida, mi hermana, Madison,
que cumplía cinco años aquel mismo día.
Al principio lo único que fui capaz de hacer fue colgar el teléfono
y decirle que no volviera a llamarme nunca más. Dos días después
tres fotos de un bebe diminuto me llegaron a mi correo electrónico.
Ni siquiera sabía cómo lo conseguía pero sabía mi teléfono, mi
correo y también donde poder localizarme.
Solo tiene un mes y deseo que mi hija tenga un hermano mayor como tú. Siento haberte abandonado, Nicholas, espero que el poder dejarte ver a tu hermana haga que algún día puedas perdonarme por lo que te hice.
Estuve otros dos meses sin tener ningún contacto con ella aparte
de las fotos que me enviaba constantemente contándome todo lo
que hacía mi hermana. Sentía un nudo en el pecho cada vez que
pensaba que esa niña, sangre de mi sangre, solo conocería al
estafador de su padre y a la arpía y loca de mi madre.
Así pues mi padre se enteró, y le dejé muy claro que quería
obtener algún derecho sobre mi hermana pero sin tener ningún
contacto con mi madre o su marido. Ella había renunciado a mí y yo
solo sentía desprecio y odio hacia aquella mujer que había
arruinado mi infancia.
Después de meses luchando con abogados el juez me cedió
libertad para ver a mi hermana dos días de cada semana, siempre y
cuando la dejara a las siete de la tarde en casa otra vez. Mi madre y
yo no tendríamos ningún contacto y una asistente social se
encargaría de llevarme a Madison para que yo pudiera recogerla y
pasar tiempo con ella. Debido a la distancia que nos separaba eran
pocas las veces que la veía pero por lo menos dos veces al mes me
la llevaba por ahí y disfrutaba de la compañía de la única chica a la
que decidí abrir mi corazón.