Eran pasadas las once y media de la noche cuando decidí que
era imposible dormirme. Desde la noche anterior después de lo que
había ocurrido con Nicholas, el recuerdo de los besos y de sus
manos acariciándome la piel no se me quitaban de la cabeza. Mi
mente solo podía pensar en él y en sus labios fundiéndose con los
míos. Agradecía la distracción, puesto que eso era mejor que
recrearme en mi tristeza y en los recuerdos de mi antigua vida.
Lo que no me gustaba era estar sola en una casa tan grande. No
tenía ni idea de donde estaba Nicholas pero aún habiéndome
despertado a las ocho de la mañana no había podido verle marchar.
No comprendía por qué demonios me preocupaba; ¿desde
cuándo me importaba donde pudiese estar? Seguramente estaría
acostándose con su lista de chicas fáciles, sin siquiera pensar en lo
que habíamos estado haciendo la noche anterior. ¿Era yo la única
que pensaba que todo había sido una completa locura? Por el amor
de Dios, éramos hermanos, o lo que fuera..., vivíamos bajo el mismo
techo, y nos llevábamos fatal, tanto que cualquier recuerdo que
estuviese fuera de los besos y caricias de la noche anterior me
producía un profundo sentimiento de cabreo.
Lo que pasaba es que estaba falta de cariño, mi madre estaba
en la otra punta del país al igual que mis amigos y la gente que
conocía de toda la vida. Todo allí era nuevo para mí, ni siquiera
sabía cómo hacer para moverme por aquella cuidad tan grande.
Jenna, mi única amiga en aquel sitio, estaba enganchada a su novio
como una lapa, por lo que no podía pretender que estuviese
conmigo todo el tiempo, y para ser sinceros, y al contrario de cómo
era yo normalmente, en ese instante necesitaba estar con alguien,
hablar con alguien, o por lo menos no sentirme tan sola. Por ese
motivo había conseguido camelarme al perro de Nick, Thor. En ese instante estábamos los dos tumbados en el sofá, él apoyaba su
cabeza peluda y oscura sobre mi regazo, y yo le acariciaba las
orejas a un ritmo constante. El perro no era para nada como me lo
había pintado el idiota de Nick, todo lo contrario, era un perro muy
cariñoso y leal, y fácil de conquistar si tenías a mano una caja de
galletas para perros. Así de triste era mi vida, mi mayor apoyo en
esa casa era un animal de cuatro patas, que le encantaban las
galletas, que le acariciaran en las orejas y cuyo pasatiempo
preferido era que le tirasen una pelota una y otra vez.
Estaba mirando una película en la tele cuando sentí que la
puerta de entrada se abría. Thor estaba tan dormido que
simplemente se le movieron las orejas en dirección al sonido cuando
una figura alta apareció en la entrada. El salón daba justo al
recibidor gigante y estaba junto al arco de la puerta que daba a las
escaleras.
Sentí un revoloteó en el estómago cuando vi de quien se trataba.
—Eh, Nick—lo llame cuando vi que su intención era subir. O no
se había percatado de mi presencia allí o pasaba olímpicamente de
saludarme.
Seguramente la segunda opción era la correcta, y me arrepentí
de inmediato de haberlo llamado.
Su rostro se giró hacia el salón y un segundo después le tenía en
la puerta, observándome.
Bajo la tenue luz del televisor y de la lamparita de la entrada solo
pude ver que se le veía realmente agotado. Se había apoyado
contra el marco y me miraba con el rostro impasible.
—¿Qué haces despierta?—me preguntó unos segundos
después. Tardé en contestarle porque me quedé hipnotizada
observándole. Parecía tan mayor y cansado... Estaba realmente
atractivo.
Me centré en lo que me estaba preguntando.
—No podía dormir...—le dije en un tono cauteloso. Creo que
desde que nos habíamos conocido esa era la primera vez que nos
dirigíamos hacia el otro de una manera remotamente normal.
Asintió y sus ojos se desviaron hacia Thor.
—Veo que te lo has camelado—me dijo con el ceño fruncido—Mi
perro es un traidor...
Sonreí involuntariamente al ver que de verdad aquello le
fastidiaba.
—Bueno, no es fácil resistirse a mis encantos—le dije de broma
y entonces sus ojos se clavaron en los míos.
Mierda... estaba segura de lo que en ese momento se cruzaba
por aquella mente perversa.
Después de un incómodo silencio desvió la vista hacia la tele.
—¿En serio estás viendo dibujos animados?—me preguntó con
incredulidad. Agradecí el cambio de tema.
—Mulán es una de mis pelis preferidas—contesté en tono serio.
Sentí un cosquilleo en el estómago cuando una sonrisa apareció
en su rostro.
—Tranquila, pecas, cuando tenía cuatro años también era mi peli
preferida—me dijo con sarcasmo a la vez que se acercaba hasta el
sofá y se tumbaba a mi lado. Colocó los pies en la mesa junto a los
míos y por un instante nos quedamos quietos mirando la película.
Aquello era demasiado extraño y cuando ya pensaba que no
podía estar más incomoda, Thor se incorporó y se fue a darle la
bienvenida a Nick.
Se nos subió a ambos encima hasta llegar a su cara, y le besó
mientras él le apartaba y le acariciaba las orejas.
—Eres un traidor Thor, no debería perdonarte—le dijo en tono
serio y el perro se sentó quieto, moviendo la cola y con las orejas
hacia arriba, expectante.
—Déjale—le dije riéndome ante la actitud que había cogido el
perro.
Nick se giró hacia a mí y me sostuvo la mirada. Me quedé quieta,
consciente de que estábamos muy cerca. El Nick que tenía delante
no tenía nada que ver con el que había conocido desde que había
llegado. Este estaba relajado, sin actitud desdeñosa ni de superioridad... y me di cuenta de que estaba así porque en sus ojos
se leía una tristeza que no podía ocultar.
—¿Dónde has estado?—le pregunté en un susurro. No tenía ni
idea de porque había bajado el tono de voz, pero aquella pregunta
parecía estar prohibida entre nosotros... porque de alguna manera
era como si me importara lo que hubiese estado haciendo...cosa
que no era verdad...¿No?
Sus ojos me recorrieron el rostro hasta volver a centrarse en mis
ojos.
—Con alguien que me necesitaba— dijo y por su manera de
decirlo supe que no se trataba de ninguna tía de su lista de amigas.
— ¿Por qué?
¿Me has echado de menos?—preguntó un segundo después.
Era consciente de que se había acercado, pero no quería
apartarme. De algún modo su presencia me había hecho sonreír, y
me había quitado aquella opresión en el pecho, aquella profunda
tristeza que había sentido durante todo el día.
—No me gusta estar sola en un sitio tan grande—le dije aún
hablando en susurros.
Su mano descansaba sobre el respaldo del sofá, y se me
entrecortó la respiración cuando sentí sus dedos acariciarme el pelo
y después la oreja con cuidado.
Estábamos mirándonos de frente, y era como si el tiempo se
hubiese paralizado. No oía ni la película ni nada más que no fuera
su respiración y los latidos enloquecidos de mi corazón.
—Pues menos mal que ya estoy aquí— dijo y entonces se inclinó
para presionar sus labios suaves sobre los míos. Fue un beso cálido
y lleno de expectación. Cerré los ojos para dejarme llevar por el
momento y mis manos subieron hasta su rostro, sentí su barba
incipiente contra mi palma y le acaricié el rostro hasta llegar a su
pelo... Me sentía bien, me embargaba calidez y un profundo deseo
en mi interior.
Simplemente me olvidé de todo.