Estaba cabreado, más que eso... no sabía cómo estaba porque
nunca me había sentido así en toda mi vida. Ni siquiera entendía
cómo es que había dejado que Noah me dijera lo que debía o no
debía hacer; aunque con ello pudiese estar con ella de la forma que
deseaba, porque cada célula de mi cuerpo se encendía nada más
verla, no era motivo suficiente para que yo aceptara ayudarla en
aquella ridícula farsa para que pudiese deshacerse de su novio.
Hacía tiempo que había superado las tonterías de instituto y
siendo sinceros las cosas podían solucionarse de una forma mucho
más rápida y eficaz: partiéndole las piernas a ese gilipollas y
echándolo de mi casa, por ejemplo; Noah tendría lo que quería y yo
me quedaría de lo más a gusto.
Me metí en mi coche dando un portazo y sin detenerme a pensar
en que estaba dejando a Noah a solas con ese imbécil en casa.
Después de haberla visto no creía que nada pudiese ocurrir entre
ellos y al ver cómo me sentía tan solo de imaginármelos juntos me
hizo pisarle al acelerador con fuerza y marcharme lo más lejos de lo
que si no tenía cuidado se convertiría en mi propia y martirizante
prisión.
Desde que nos habíamos enrollado todo había cambiado.
Aquella irritación que sentíamos él uno hacia al otro había pasado a
convertirse en un deseo irrefrenable que me ponía a mí en una
situación de lo más complicada. No sabía lo que quería pero estaba
seguro que empezar cualquier tipo de relación con Noah no era lo
que le convenía a alguien como yo. Ya lo había comprobado; Noah
tenía madera de novia, por ese motivo se había cabreado conmigo
por haber estado con dos tías mientras salía con ella y se había
marchado dejándome allí tirado. Eso me había molestado y ni
siquiera me di cuenta de que había estado haciendo algo mal. Mi relación con las mujeres nunca había sido monógama, me gustaba
la variedad, y huía del compromiso con todas mis fuerzas. Ninguna
mujer se merecía más de la atención que yo estuviese dispuesto a
darle, y nunca dejaría que una chica pudiese tener ningún control
sobre mí o mis decisiones. Yo hacía lo que quería y con quien
quería. Noah Morgan me atraía más que ninguna otra chica, tenía
que admitirlo la deseaba con tanta fuerza que me dolía permanecer
alejado de ella; mi mente tenía tantas fantasías creadas a su
alrededor que cuando estaba con ella perdía el hilo de mis
pensamientos y dejaba que mi cuerpo dirigiese mis movimientos.
Con Noah era todo diferente y por eso mismo tenía que andarme
con cuidado.
Aparqué el coche cuando llegué a la casa de Anna. Aquella
noche había una fiesta en la playa; no íbamos a ser muchos pero
los suficientes como para poder distraerme y dejar de pensar en
Noah. Cogí el móvil y marqué el número.
—Estoy fuera—dije cuando la voz de Anna sonó al otro lado de
la línea. Ya eran las once de la noche y unos dos minutos después
Anna salió de su casa y vino hacia a mi coche con una sonrisa que
prometía muchas cosas. Se subió y antes de que pudiera decir nada
ya había pegado sus labios a los míos. Siempre llevaba algún
pintalabios con algún sabor característico y nunca me había
disgustado... hasta ahora. Me aparté de ella y puse el coche en
marcha. No pareció darse cuenta de cuál era mi estado de ánimo,
más bien parecía de muy buen humor y miró hacia adelante
mientras salía de nuestra urbanización en dirección a la playa.
—Hacía mucho que no salíamos—me dijo un momento después
y noté su mirada clavada en mi rostro. Seguí mirando hacia a la
carretera —He estado muy liado—le contesté un poco cortante. No
podía sacarme de la cabeza que Noah estaba durmiendo en el
mismo pasillo que su ex.
—Hoy nos lo pasaremos bien—dijo Anna y al mirar hacia su lado
vi que abría su bolso y me enseñaba los paquetitos transparentes
que había allí amontonados. Cientos de pastillas de colores se entremezclaban entre pintalabios, maquillaje y las demás cosas que
las tías llevaban en el bolso.
Asentí mirando hacia adelante y preguntándome si merecía la
pena drogarme para poder dejar de sentirme como una mierda.
Seguramente no, pero lo había hecho tantas veces desde que tenía
dieciocho años que ya era una costumbre. Nunca me metía nada
del otro mundo es más casi siempre prefería fumarme un porro o
dos, al contrario que Anna que era una de las camello más
conocidas de la zona. Aquello era muy normal en la gente que se
había criado en mi mundo. Cuando se es joven y se tienen a tu
disposición una cantidad de dinero incalculable... la droga, las
mujeres y las fiestas estaban a la orden del día.
Cuando llegamos a la playa me fui directamente a hacía donde
sabía que estaría Lion. Jenna no estaba por ninguna parte, lo que
me extrañó, pero al ver a Lion casi tan borracho como los que había
a su alrededor supuse que debían de haber tenido una pelea
bastante gorda. Le di una palmada en la espalda cuando llegué y
cogí un vaso de cerveza.
—¿Te has metido en problemas, colega?—le pregunte
llevándome el vaso a la boca y tragándome casi todo el contenido
de inmediato.
Lion me fulminó con la mirada a la vez que se bebía lo que fuera
que estaba bebiendo.
—Odio a las mujeres—sentenció un momento después. Varios
que estaban a su alrededor brindaron por eso.—Haces todo lo que
quieren y nunca están conformes... y cometes un mínimo error y ala,
te mandan a la mierda.
No pude evitar poner los ojos en blanco. Lion y Jenna vivían
discutiendo, cortando, volviendo, y luego vuelta a empezar. Ya había
escuchado aquel discurso antes por lo que no presté demasiada
atención.
Algo sobre que una tía se le había tirado encima y que antes de
poder apartarla Jenna ya le había dado una fuerte bofetada,
marchándose cabreada.